Evangelio y reflexión del primer Domingo de Adviento, por Don Raúl Moreno

Párroco de Ntra. Sra. de La Victoria, Osuna

Comenzamos desde ahora un nuevo tiempo litúrgico y el Adviento nos pone en sintonía con las realidades de espera y esperanza que no se pueden sostener, desde luego, en la impronta que marca a una generación frustrada. El Adviento es todo un símbolo que sirve para defender la dignidad de los hombres, de nuestra naturaleza, de nuestras posibilidades e inteligencia, no a costa de Dios, sino porque aceptamos que la humanidad no tiene futuro sin el Dios del Adviento, el Dios de la encarnación, el Dios que lo da todo por nosotros. El Adviento, que viene de parte de Dios como diálogo previo de la Encarnación, es una llamada a deshacer el «infierno de las tinieblas» que a veces nosotros, la humanidad, provocamos de mil formas y maneras.

·        Iª Lectura: Isaías (63,16-17;64,1.3-8): Dios Redentor y Padre

La primera lectura está entresacada del libro de Isaías (63,16-17;64,1.3-8), y es la reflexión de un profeta (conocido por muchos como Tercer Isaías) que después del exilio de Babilonia sabe lo que es la crisis de identidad de su pueblo. Un pueblo que vive sin Dios, buscando simplemente subsistir, no tiene futuro, porque no tiene esperanza. El profeta, puesto en lugar de los sencillos y de las almas anhelantes, nos ofrece un «credo» majestuoso sobre quién es Dios: nuestro padre y nuestro redentor.

¡Qué anhelo tan fuerte se siente! Quiere que el cielo se rasgue y baje Dios en persona… Y ya percibe el profeta que esto ha sucedido.

Efectivamente Dios no se ha quedado en su cielo, sino que ha bajado para ser uno de nosotros y enseñarnos a practicar la justicia y la solidaridad. Este Dios ha venido para salvarnos y liberarnos. Esto sucedió, en realidad, en el s. I, con Jesús de Nazaret, el profeta nuevo de Galilea, desde cuando comienza a contarse una historia nueva. Pero muchos siglos antes, hombres, profetas como el Trito-Isaías, lo intuyeron como si lo estuvieran viendo con sus ojos.  Desafiando, incluso, la memoria de los padres del pueblo, Abrahán e Israel (considerando éste como uno de los antepasados) que ya no pueden proteger a los suyos (son solo recuerdo), no le queda más remedio que recurrir a Dios. No puede ser de otra manera, porque es el único que puede responder, porque es el único que sabe comprometerse.

El profeta repasa la situación anterior y comprende que el pueblo se ha olvidado de Dios. ¿Qué puede ocurrir? En las religiones de dioses celosos, la venganza divina se hubiera dado por descontado. Pero cuando se tiene un Dios de verdad, con entrañas de misericordia, que considera a los hombres como hijos, entonces sale a relucir lo que Dios es: padre y redentor (go´el).  Sin Dios, padre del pueblo, no hay nada que hacer. Es de los pocos textos del AT que usa esta expresión para hablar de Dios como “padre” del pueblo. Dios siempre sabe inventar algo nuevo para los suyos, y en este caso, el profeta, quita el título a los patriarcas para dárselo a Dios, porque Dios es más “padre” que los epónimos, los antepasados. De eso no se vive y hay que reconocerlo. Así es como se “rasgará” el cielo y vendrá el rocío que en tierra de “desierto” es como el maná, como el agua. Esta es una de las imágenes del Adviento. Y entonces el hombre aprenderá a no ser más de lo que debe ser. De ahí que teniendo a Dios como “padre y redentor”, no importa sentirse como el “barro en manos del alfarero”, porque de sus manos siempre sale un vaso nuevo.

·        IIª Lectura: Iª Corintios (1,3-9): El «conocimiento» como experiencia de salvación

La segunda lectura es, concretamente, el proemio de la carta de Pablo a la comunidad de Corinto, aquella que habría de darle mucho quehacer pastoral y teológico. En esas comunidades había grupos bien diversos; algunos buscarán caminos de perfección y de conocimiento más altos y exigentes. Viven bajo la espera de la venida de Jesucristo y el Apóstol los alienta para que sin perder esa dimensión tan esencial de su fe no olviden que lo más importante, no obstante, es vivir la vida de Jesucristo. En esa tensión escatológica no valen de nada las elucubraciones y los miedos: quien vive la vida del Señor; quien tiene sus sentimientos, heredará la verdadera vida.

La comunidad, muy heterogénea, muy plural y problemática, se vanagloriaba de su elocuencia y de sus carismas (cc. 12-14). Pablo menciona aquí el “conocimiento” de que hacen gala algunos de la comunidad. ¿Qué conocimiento? Quizás el de la inteligencia (la gnosis, de los griegos). ¿Qué les falta? El conocimiento que viene de la revelación de Dios y que los pondrá en trace de esperar el “día de nuestro Señor Jesucristo”, la “parusía”. En aquellos momentos incluso Pablo pensaba que ese día vendría pronto, como manifestación de la acción salvadora de Dios sobre este mundo y sobre la historia. Y para ese día no hay que prepararse con “conocimiento”, sino desde la praxis de una vida llena de sentido.

·        Evangelio: Marcos (13,33-37): La vigilancia, una llamada a la esperanza

El evangelio de Marcos propio del Ciclo B, que inauguramos con este Adviento, insiste en el tema de la carta de Pablo. El c. 13 de Marcos se conoce como el «discurso escatológico» porque se afrontan las cosas que se refieren al final de la vida y de los tiempos. Es un discurso que tiene muchos parecidos con la literatura del judaísmo de la época que estaba muy determinada para la irrupción del juicio de Dios para cambiar el rumbo de la historia. Los otros evangelistas lo tomarían de Marcos y lo acomodarían a sus propias ideas. En todo caso, este discurso no corresponde exactamente a la idea que Jesús de Nazaret tenía sobre el fin del mundo o sobre la consumación de la historia.

Es bastante aceptado que es un discurso elaborado posteriormente, en situaciones nuevas y de crisis, sobre una “tradición” de Jesús y también de algo sucedido en tiempo del emperador Calígula. Aquí, el evangelista, se vale de la parábola del portero que recibe poderes para vigilar la casa hasta que el dueño vuelva. Estamos ante el final del discurso, y se ve que es como una especie de consecuencia que saca, el redactor del evangelio, de la tradición que le ha llegado a raíz de los acontecimientos que han podido marcar la crisis de Calígula, un hombre que no era agraciado ni en el cuerpo ni en el espíritu, como cuenta de él Suetonio (Calig., L). Los judíos habían derribado un altar pagano en Yamnia, y el emperador mandó hacer en el templo de Jerusalén un altar a Zeus. Para los judíos y los judeo-cristianos supuso una crisis de resistencia como oprimidos frente al poder del mundo. En aquél entonces algunos judeo-cristianos no habían roto todavía con el judaísmo y con el templo. No pueden desear otra cosa que legitimar su anhelo religioso en aras de una visión apocalíptica de la historia: sobre todo, es necesaria la fidelidad a Dios antes que la lealtad a los poderes del mundo que oprimen.

En la historia de la humanidad siempre se repiten momentos de crisis; situaciones imposibles de dominar desde el punto de vista social y político, cuando no es una catástrofe natural. La interpretación religiosa de esos acontecimientos se presta a muchos matices y a veces a falsas promesas. El hecho de que no se pueda asegurar el día y la hora pone en evidencia a los grupos sectarios que se las pintan muy bien para atemorizar a personas abrumadas psicológicamente. El lenguaje apocalíptico, que no era lo propio de Jesús, se convierte para algunos en la panacea de la interpretación religiosa en los momentos de crisis y de identidad.

Hoy, sin embargo, debemos interpretar lo apocalíptico con sabiduría y en coherencia con la idea que Jesús tenía de Dios y de su acción salvadora de la humanidad. Se pide «vigilancia». ¿Qué significa? Pues que vivamos en la luz, en las huellas del Dios vivo, en el ámbito del Dios de la encarnación como misterio de donación y entrega. Ese es el secreto de la vigilancia cristiana y no las matemáticas o la precisión informática de nuestro final. Esto último no merece la pena de ninguna manera. Pero vigilar, es tan importante como saber vivir con dignidad y con esperanza. Hablar de la “segunda” venida del Señor hoy no tendría mucho sentido si no la entendemos como un encuentro a nivel personal y de toda la humanidad con aquél que ha dado sentido a la historia; un encuentro y una consumación, porque este mundo creado por Dios y redimido por Jesucristo no se quedará en el vacío, ni presa de un tiempo eternizado. Dios, por Jesucristo, consumará la historia como Él sabe hacerlo y no como los Calígula de turno pretenden protagonizar. Es esto lo que hay que esperar, y el Adviento debe sacar en nosotros a flote esa esperanza cristiana: todo acabará bien, en las manos de Dios.

En resumen, cabe señalar que, con el primer domingo de Adviento, iniciamos un nuevo ciclo litúrgico. El evangelio que más escucharemos durante este año será el evangelio de S. Marcos. El Adviento es el tiempo idóneo para desterrar el costumbrismo y tomar conciencia de quiénes somos realmente y quién es Dios para nosotros: Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero (Is 64,7).

Marcos fue probablemente el secretario de Pedro (ver Hechos 12:1-12; 1 Pedro 5:13), y escribió su evangelio basándose en los relatos de los discípulos (principalmente de Pedro), ya que él no fue testigo presencial de los hechos que narra. Este fue el primer evangelio que se escribió. La mayoría de los estudiosos piensan que el evangelio fue escrito poco antes de la caída de Jerusalén, probablemente entre los años 65-70.

La tradición sitúa el lugar de composición en Roma. Los destinatarios de este evangelio pertenecían a una comunidad amenazada por la persecución y Marcos trataba de fortalecer su fe en Jesucristo, el Hijo de Dios resucitado. Muchos de los primeros cristianos creían que el regreso glorioso de Jesús era inminente. Cuando pasó el tiempo y esto no ocurrió, el Evangelio de Marcos los animaba a perseverar en su fe en medio de las adversidades. ¡Estad alertas y despiertos porque nadie sabe cuando el Señor vendrá y no quieran que los encuentre dormidos!

Ojalá que las limitaciones que nos presenta la pandemia covid19 nos sirvan para tomar conciencia de lo que significa el Adviento verdadero y para celebrar una Navidad que se parezca más a lo que ocurrió en Belén que a lo que nos ofrecen los grandes centros comerciales.

El meollo de la lectura del profeta Isaías está en la confesión de la culpa del pueblo, que se había apartado del Dios verdadero y como consecuencia de sus pecados, el pueblo ya no era capaz de reconocer la presencia de Dios en sus vidas (Cfr. Is 64,6). Al acercarnos al Adviento, la Palabra de Dios nos invita a examinar nuestra vida y a enderezar también aquellos caminos que no responden al plan de Dios. En estos tiempos nos parece sentir, como le ocurrió al pueblo hebreo, el silencio o la ausencia de Dios.

Le rezamos, le pedimos que acabe con el coronavirus, y la enfermedad sigue propagándose, miles personas que siguen falleciendo y Dios sordo a nuestras súplicas.

Creemos que no nos escucha. ¿No será que es nuestra vida la que nos impide detectar su presencia? ¿No tendríamos que volver sinceramente nuestro corazón hacia Dios? Es en estos momentos cuando acudimos a Dios, ¿pero nuestro corazón? Ciertamente que está en sus manos resolver nuestros problemas, ¿pero no nos olvidamos de que Dios nos ha dado unas manos y una inteligencia que se unan con todos los hombres para construir y trasformar este mundo donde todos tengan cabida?  

Es por eso por lo que el evangelio de hoy nos pide que nos revisemos. No hay auténtico Adviento sin la escucha atenta y creyente de la Palabra de Dios, y hoy nos alerta por tres veces con el verbo: ¡Vigilar!, no adormilarse. Vigilar viene a ser algo así como: tener los ojos bien abiertos, daos cuenta.

El vigilar nos tiene que llevar a superar la superficialidad con que llevamos nuestra vida, a desmantelar los engaños que nos creamos ante las necesidades personales, que nos llevan a buscar de manera desenfrenada aquello que creemos que nos da la felicidad. En este sentido, la vigilancia supone una actitud de estar atentos para no dejarnos engañar de nuestro enemigo común. Vigilar supone asumir, con la gracia de Dios, la responsabilidad que nos ha puesto en nuestras manos. Y vigilar supone no confiar en nuestras fuerzas sino acudir por la oración a que el Señor venga en nuestra ayuda.

En la Iglesia todos tenemos una responsabilidad, todos somos servidores y necesarios. Nuestra misión es hacer del evangelio una lámpara que ilumine el camino de la vida y nos mantenga en actitud vigilante.  El Señor nos invita a vigilar diariamente en la iglesia, en el trabajo y en nuestros hogares. Pero no vigilar a los demás sino a nosotros. Solo somos servidores, responsables de trabajar…, el Señor es el dueño. La vigilancia supone estar atentos a aquellos lugares, algunos insospechados de nuestra vida, en los cuales Jesús se nos puede manifestar y salir a nuestro encuentro.

Si nos mantenemos despiertos veremos las sorpresas que Dios nos da cada día. Los momentos más “oscuros” de nuestra vida son los que manifiestan la presencia de Dios de una manera especial.

La vigilancia en espera de la venida del Señor. Durante esta primer semana las lecturas bíblicas y la predicación son una invitación con las palabras del Evangelio: «Velad y estad preparados, que no sabemos cuándo llegará el momento». 

La lectura de hoy nos presenta tres ideas importantes:

  • Durante el tiempo de Adviento el énfasis pasará del fin del mundo (1er domingo) al anuncio del nacimiento de Jesús en el 2do domingo.
  • Si nos mantenemos despiertos veremos todas las sorpresas que Dios nos da cada día.
  • Los momentos más “oscuros” de nuestra vida son los que manifiestan la presencia de Dios de una manera especial. El está más cerca cuanto más lo necesitamos y nos llama a descansar en él. Sólo podremos reconocer su presencia si estamos despiertos.

Para la reflexión personal o familiar: Después de una pausa breve para reflexionar en silencio, comparta con otros sus ideas o sentimientos.

  1. ¿Me preocupo por mi encuentro con Cristo tanto como lo hago por mi descanso, la crisis económica o las enfermedades?
  2. ¿Cómo puedo ayudar a alguien necesitado a celebrar el nacimiento de Jesús en esta Navidad?

Encendido de la vela

Es importante que, como familia nos hagamos un propósito que nos permita avanzar en el camino hacia la Navidad; ¿qué te parece si nos proponemos revisar nuestras relaciones familiares? Como resultado deberemos buscar el perdón de quienes hemos ofendido y darlo a quienes nos hayan ofendido para comenzar el Adviento viviendo en un ambiente de armonía y amor familiar.

Desde luego, esto deberá ser extensivo también a los demás grupos de personas con los que nos relacionamos diariamente, como la escuela, el trabajo, los vecinos, etc. Esta semana, en familia al igual que en cada comunidad parroquial, encenderemos la primera vela de la Corona de Adviento, color morada, como signo de vigilancia y deseos de conversión.

Vivamos el Adviento. Practiquemos la justicia porque Dios sale al encuentro del que practica con alegría la justicia y andan en sus caminos (Is 64, 4).

Oración.

Guía. Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. En esta primera semana de Adviento, queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen.

Queremos estar despiertos y vigilantes, porque tú traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús!, ¡Ven, Señor Jesús!

Padre Nuestro.

Guía. Padre Nuestro…

Conclusión. Palabras de esperanza por parte del guía o tutor y se puede compartir.

Guía. Ven, Señor, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros.

Todos. Y seremos salvos. Amén.

Propósitos para la primera Semana de Adviento 2020:

  • Ayudaré en casa en aquello que más me cueste trabajo.
  • Rezaré en familia por la paz del mundo.
  • Ofreceré mi día por los niños que no tienen papás ni una casa donde vivir.
  • Obedeceré a mis superiores o padres con alegría.
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