El talón del Gran Poder

El Señor mampara. El Señor me ampara. La mampara del Señor. El Señor me ampara tras una mampara que lo protege del laicismo agresivo que se vive en España. Por fin, después de mucho ensayar y con el auxilio de Francisco, el de ahora y del de Asís, me ha salido la jaculatoria del Gran Poder de Dios, de Sevilla, de Andalucía y de la humanidad. Cualquier ser humano que se precie tiene sus preces y sus paces interiores: la religión.

El Señor del Gran Poder es el vicario de Dios en la tierra y en San Lorenzo vía cordobesa Juan de Mesa y de la transustanciación del cedro y el pino de Flandes. No cabe más internacionalización y universalidad, vamos lo que viene siendo Dios desde el principio de los tiempos: la primera globalización objetada obstinadamente por los propios hombres. Avatar inefable del protagonista del Nuevo Testamento gracias al milagro imaginero de la madera policromada. No entran ganas de cantar, reír, bailar, sino de hablar en privado con él con un llanto que no es llanto, sino un relente crepuscular en los sentidos del Homo sapiens. La fe es una relación privada con Dios, afirmaba el teólogo Kierkegaard.

Convertir el cristianismo en una manifestación festivalera y mitinera o en la previa de un partido de fútbol en los aledaños de un estadio parece una aberrante contradicción. Estatuirse la cristiandad en un remanso institucional con flamear de banderitas y con viejas palabras bienintencionadas proyectadas por los vatios en escenarios mastodónticos desemboca en un ejercicio de propaganda tan ruidoso como vacuo. La primera secularización y el laicismo más sutil nacen en campo propio por mímesis de lo banal y lo mundanal. El cristianismo, como código moral, actitud filosófica y sensibilidad vital, se fundamenta y sustenta en el triunfo del espíritu a contracorriente material e ideológica y pese a las penalidades y el desarraigo. Es una victoria, pero no gratuita. Una consecuencia definitiva con una causa justa. Es una satisfacción interior, pero no una felicidad a mansalva, a secas e infantiloide cuando pasa el Papamóvil vitoreado y jaleado por la masa un luminoso domingo burgués. El día del Señor y de los señores. Y eso es lo que deseaban los hombres que fuera antes de la aparición del Cristo: clamor y luz en la batalla desigual del amor y no un espectáculo de sonido y luz con mucho amor verbalizado. El amor en los tiempos del cólera en Haití fue un claro ejemplo de lo primero. Pecamos de gula verbal. Verbos volátiles a granel y escasez de carnadura y materialidad. Sobran cantores fraternales y aprendices de poeta y hacen falta gestores, hacedores, dadores; valientes.

El Gran Poder del cristianismo es la esperanza de luz frente a la derrota, la sumisión, la muerte. La mampara, por mucho brillo que tenga, es una anécdota de cristal, porque la fe y la devoción están blindadas en el talón del Señor, pequeña eternidad de los días en la que mucha gente monta su campamento Tinduf de la resistencia y de la confianza, que pronto pasen las tinieblas, que pronto llegue la luz. El talón del Gran Poder es el punto fuerte de la creencia. Aquiles se murió por el talón y a mí besar el talón del Señor me da vida. Mitología a la inversa al modo sevillano. Las personas creyentes necesitan intuir la luz, no sólo que se la cuenten. Necesitan una Bienaventuranza visible y palpable: el talón del Gran Poder. Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados. Promisión, llanto y dicha, los perdedores caminan con un rachear firme. Los Papas nunca recitan las Bienaventuranzas en sus macroconciertos/homilías, el poema social más sugerente y estremecedor de las letras universales. Entonces me comentan los descreídos que el mundo se mueve a base de talonario, a mí, sin embargo, la fonética me remite al talón del Gran Poder.

Juan Pablo II se quedó petrificado a lo Miñarro y con cara de estatua cuando le reservaron su lugar eterno en Sevilla. La eternidad al lado de un magnolio, la eternidad en un atrio, la eternidad en una madriguera del aire, que no la quiero de perfil cernudiano, sino de cuerpo entero sevillano y en primer plano. Nadie ha pensado en la eternidad recoleta del talón del Gran Poder. Los caminos del Señor son inescrutables, salvo el Viernes Santo, que están sometidos a un estricto recorrido y horario impuestos por los gerifaltes de la cosa. La pugna, en definitiva, por la eternidad, que se cobra por estos lares con un alto plus de vanitas vanitatis.

Los querubines son espíritus celestes caracterizados por la plenitud de ciencia con que ven y contemplan la belleza divina. Ratzinger, querubín anciano y ermitaño intelectual de Dios, llamaba a las puertas del cielo, no sé si con éxito, en las tardes bellas y plácidas del castillo de Castelgandolfo cuando él mismo, tranquilo y solitario, tocaba a piano piezas de Mozart. En tanto que Karol Wojtyla, viajero y fiestero de Dios, congregó a las muchedumbres cantarinas a las puertas eternas de la gloria al conjuro de una esperanzada salve con un olé, olé, olé. Francisco ha tirado por la calle de en medio, que no viene en el callejero del Vaticano, y se ha sacado de un bolsillo el silencio descarnado de las víctimas y lo ha expuesto en la plaza pública y se ha metido en el otro bolsillo al pueblo sufriente que no tiene muchas ganas de cantar y bailar, al de la creencia primitiva.

Al Gran Poder hace casi 400 años, cuando era un neonato imponente, le hicieron la prueba del talón y dio que sería el icono de la verdad para las multitudes.

 

A Luis Rebolo. Toda renuncia encierra una afirmación innegociable y pura que es la que te devuelve a la vida.


Francis López Guerrero

View Comments (0)

Leave a Reply

Your email address will not be published.

© 2023 COPYRIGHT EL PESPUNTE. ISSN: 2174-6931
El Pespunte Media S.L. - B56740004
Avda. de la Constitución, 15, 1ª planta, Of. 1
41640 Osuna (Sevilla)