El SpotyRuaped
Tiene que estar al caer lo del Spotify Wrapped porque he visto ya unos cuantos de memes sobre el tema. Además, poco a poco estamos enfilando esa bonita etapa en la que se empiezan a hacer balances. En verdad me mola ver a la gente fardar de su música, le estoy cogiendo el gustillo a este festival anual del alardeo melómano. ¿Seré un cotilla? Bueno, todo el que escribe es un poco portera o, si acaso, curioso. Sí, curioso mejor, que suena más legítimo. Como cuando ‘simpático’ quiere decir feo. Como cuando ‘intenso’ quiere decir pesado. Como cuando ‘no ha estado mal’ quiere decir que te estás pillando hasta las manillas.
¿Puede el gusto musical de alguien definir su forma de ser? ¿Se pueden sacar conclusiones a partir de sus canciones favoritas o sus artistas más escuchados? Me parece que leí algo en una novela de Nick Hornby que argumentaba que sí, aunque personalmente no compro la teoría. Creo que se puede ser un hijo de puta de marca mayor y disfrutar con Javier Ruibal, Camarón y Pink Floyd. He visto a chavalas más de izquierdas que el grifo del agua caliente desmelenarse con las Sirenas de Willy Bárcenas, a Hakuneras de pro contonearse con la Zowi, a colegas míos de los que se ponen pitosos con las intervenciones del botarate Mariscal vaciarse con el Bella Ciao. La música, muchas veces, trasciende los mensajes, descabalga a los clichés, descarga los rifles de los complejos, desenvaina las espadas de los prejuicios. ¿Qué haces cantando algo que no piensas? ¿Sabes qué aquel es el que dijo que apoyaba el cambio de sexo de los animales? Disfrutando, joder, estoy disfrutando. No sé, quillo, me ha cuadrado. Si este tío es carajote o esta pava es estúpida, déjame que me goce este ratito que tuvo de inspiración.
La mayoría de las veces no eliges que se te pegue una canción, simplemente llega y se te instala en la azotea. No tienes que comulgar con ella, nadie te lo está pidiendo. Tienes que magrearla, disfrutarla, quemarla, odiarla, intentar echarla, aborrecerla y después, pasado un tiempo prudencial, recordarla. Dejar que te lleve a ese momento en el que no te la podías sacar de la cabeza, acordarte de lo que viviste cuando la tenías en bucle. La música acompaña, la música transporta. Hay canciones que son esquinitas dobladas en las páginas de la reminiscencia, temitas que son momentos, incluso etapas. Cuando empezó a gustarte no sé quién le metías mucha caña a Todo de ti de Rauw Alejandro, a Tacones Rojos de Yatra. Había por ahí también un par de Estopa. Luego, cuando la cosa salió mal, te dio por Fito, Robe, Leiva. Movidas así. También la Tusa (muy original). Sí, eres tú literal. En la época en la que Tangana sacó El Madrileño encontraste trabajo, y las cosas empezaron a ir bien, y la vida era un juguete sin desprecintar.
Aun así, pese a mi escepticismo, soy el primero al que le gusta fabular. No se pueden sacar conclusiones, pero las saco. Dibujo perfiles en base a conjeturas a las que solo yo les encuentro el sentido. Mis contradicciones son mis únicas certezas, mi imaginación es el único reino que me pertenece. No eres lo que escuchas, eres lo que sientes. Tu playlist no es el espejo de tu alma, es, como mucho, el reflejo de tu ánimo; los indicios del palpitar de tu espíritu. No se conoce a alguien por lo que consume, sino por cómo lo mastica y paladea. Por eso, antes de fisgonear en vuestros gustos y filias, de cotillear vuestras estadísticas, voy a dejar por aquí un resumen de mi año. Sin minutos, sin géneros, sin tops. Solo aquellos momentos en los que la música, a su delicada manera, me llevó en volandas hacia los terrenos de las punzadas.
-Fui a ver un concierto de El Barrio a Salamanca con mi irmao Alex. Él, gallego, y yo, andaluz, nos revolcamos en la coincidencia desde que nos conocimos hace seis años. Antes de la pandemia, cuando nos enteramos de que compartíamos buen gusto, fuimos al Wizink. Nos lo pasamos tan bien que juramos repetir. Una tarde de abril, bastante cocidos y bajo el pretexto de que era su última temporada en Madrid antes de volver a su tierra, nos engorilamos y decidimos sacar las entradas: Dale, dale, dale, dale. Ni siquiera nos habíamos escuchado el nuevo disco, pero hay ideas tan buenas que es un sacrilegio pararse a analizarlas. Nos metimos en internet mientras asentíamos con cada buche, retroalimentándonos con el vacilón. La idea era volver de nuevo al Palacio de los deportes de la capital, pero nos encontraos con que no quedaban localidades. Tras unas cuantas maldiciones chapurreadas y dos o tres chasquidos a la piedra del mechero, nos miramos y nos leímos la mente: el siguiente, pillamos el siguiente. Era en Salamanca, en pleno invierno. Pero estábamos en primavera, y todo se nos hacía temprano. Meses después peregrinamos hasta un destartalado polideportivo en un barrio que se había quedado a vivir en 1983. Cantamos Curandero, echamos mucho vaho por la boca, desayunamos paninis y nos compramos unos sombreros negros. El mío hoy descansa en lo alto de la estantería del salón.
-Escuché con mi viejo a Los Plácidos Domingo en una esquinita de la Viña. Cádiz tenía sometido a febrero, el sol era del color de la libertad y la gente disfrazada había olvidado lo que significaba la pena. La chirigota, nuestra debilidad durante el concurso, sabía a ese veneno extinto del mejor Capitán. Sonó aquel pasodoble que dice que el presente no se repite.
-Estuve en el café Berlín con el profe. Tocaba Antónimo. Él fue el que me lo descubrió. La psicodelia de la Virgen del Patrocinio, Luxine, Bichito Lú. De vuelta, tomamos algo. Me habló de Silvio y de El Pájaro, de una Sevilla irreverentemente canalla y talentosa, de una modernidad conservadora que macarronizaba los lenguajes y castellanizaba lo americano. Lo hizo como solo sabe hacerlo él, instruyéndome desde la pausada pasión de los que no necesitan grandilocuencia para inocular el gusanillo del interés.
-El finde de mi cumple subieron mis chavales para el bolo de La Plazuela en Vistalegre. Comimos cachopo y bebimos sidra a cascoporro. Todo lo que entra solo es mejor compartirlo. La gracia de escanciar cuatro culines. Al Palacio llegamos de milagro. Nos desgañitamos con Péiname Juana, descarrilamos con la Primerica Helá, acabamos por el suelo con Tangos de la Copera. No me acuerdo en qué bar soplé luego dos cigarros que hacían las veces de velas.
-Mientras la Chiqui había salido a hacer la compra, el Miguel me llamó para que fuera a la sala de estar donde tiene montada su guarida de jubilado: «Chaval, ven, mira». Allí hay una tele, donde ve películas y partidos antiguos del Madrid, libros apilados ante el overbooking de las demás estancias de la casa y un reproductor de CD. Lo que me quería enseñar era su colección de discos de música clásica. Unos packs bastante tochos con las caras de los compositores. Me puso uno de Bach. Él se sentó en su sillón y yo me tumbé en el sofá de al lado. Cerró los ojos y se puso como a meditar. De vez en cuando movía el dedo índice como si llevara una batuta. Estuvimos mucho tiempo en silencio, juntos. Lo cierto es que no tengo ni repajolera idea del tema, pero él siempre me anima a que le dedique un rato, está seguro de que me voy a enganchar: «¡Es cultura!». A mí, por ahora, solo me gusta cuando la escucho con él.
-Esta Feria acabé un día en una caseta en la que tocaba el padre de José Luis con su grupo. Teníamos ya el rebujito coloreando los pómulos y aquello estaba de bote en bote. Mi amigo Manuel Correa no se emborracha, él se ajuma. Y cuando va ajumado necesita agarrar la guitarra y sacar lo que lleva dentro. El cuadro cantó para homenajearlo esas sevillanas suyas que yo mataría por haber escrito. Vente a razones. Justo después, él se subió a la tarima, agarró el micro e hizo lo suyo: A las claritas del día, qué valiente borrachera…
-Gracias a haber cubierto La Bienal estuve en el Alcázar la noche en la que Aurora Vargas interpretó los Tangos de la Chacha Dolores mirando hacia la Giralda. Tras aquello, quise arrancarme los oídos para que ese soniquete se quedara para siempre retumbando en mi mollera. Pero después escuché a Arcángel en el Maestranza, a Marina Heredia en el Espacio Turina, a Israel Fernández en el Teatro Alameda. Y no sé, de alguna manera siento que me gradué en materia de apoteosis escribiendo sobre cosas que la tinta jamás alcanzará a capturar.
-Con el lokito fui a Burgos hace un mes para quitarnos de en medio un poco. Fue una escapada de paranoia, improvisada. Salvo la Catedral y los alrededores, todo lo demás nos decepcionó, el ambiente estaba incluso más apagado de lo que nos habían contado. El clima y la actitud de la gente invitaban a tomarse un caldo y a morirse del asco hasta que el sueño tocara a la puerta. El sábado dimos un paseo por la noche con la intención de cenar algo. Sin embargo, por la cara, empezamos a escuchar jaleo de discoteca. Siguiendo aquel ruido, llegamos a una plazoleta en mitad del casco histórico que estaba a reventar de gente. El Ayuntamiento había organizado unas jornadas y había contratado a un DJ que estaba pinchando temazos del ayer. Por supuesto nos unimos y allí, entre abuelos y puretas, nos desgañitamos con los Hombres G y La Guardia. Mil Calles Llevan Hacia Ti…
-La semana pasada, en el karaoke Decibelios, me encontré con un señor que era Pepe Mújica con algunos dientes más. El hombre, súper metido en el papel, decidió interpretar ‘Last Christmas’. Se le notaba el oficio, alargaba bien las estrofas y se encontraba rápidamente cada vez que desafinaba o se perdía. Unas chavalas decían que les daba pena, ternura. A mí, justo en ese momento, lo último que se me pasaba por la cabeza era compadecerlo. Creo que se lo estaba pasando de cojones. Un grande.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.