El silencio


¿Qué había sucedido? ¿Cómo desapareció el dolor, aquel dolor indescriptible solo comparable a finas agujas que se le clavaban lo más hondo de su ser, ahogando cualquier otra sensación? Así, de pronto, sin más ni más. El dolor cesó y se disiparon las agujas y el malestar que parecía insoportable. Todo le resultaba inexplicablemente extraño. Se sentía levitar como si lo sostuviese una nube, como si lo acogiera una superficie de agua que se amoldaba a los perfiles de su cuerpo y lo mecía en sus ondas. Sin embargo, le era imposible enviar órdenes a sus miembros. Sorprendentemente, las manos no le respondían. Tampoco los pies. Era como si no tuviera pies ni manos; ningún músculo de su cuerpo obedecía su voluntad de moverse. Buscó con la vista los dedos rebeldes a su deseo, sin conseguirlo. Todo él se había vuelto tan ligero, tan liviano, que ni siquiera notaba que pesase. ¿Flotaba? Imposible saberlo. Lo envolvía un estado de placidez nunca conocido. Ya no se quejaba por el dolor que tantas noches había impedido su descanso. Notaba, eso sí, que le quedaban restos de un recuerdo, muy vago, de unas voces: Ya…, decía una; y otra: Ahora descansa… Después de eso, nada. O quizá sí… La oscuridad luminosa que lo rodeaba. Pero la oscuridad no alcanzaba el insufrible grado de intensidad del dolor. Por eso no se quejaba de ella. También resultaba frío el ambiente en que creía hallarse, pero tampoco de eso se quejó, pues ya nada le dolía…
Era curioso. La ausencia del dolor que había sido su inseparable enemigo no le causaba extrañeza. Tampoco la oscuridad. Ni el frío. Al fin, esa ausencia suponía liberación. Porque, se dijo, aunque la oscuridad aterra cuando viene acompañada de lo que no se entiende y el frío cuando nubla la razón, ya no había dolor. En cambio, lo que sí le causó desasosiego, lo que lo hizo sentirse desamparado fue el silencio. Porque el silencio anula toda impresión, toda posibilidad de emoción o de asombro.
El silencio prolongado hace surgir inseguridad. Consideró naturales la oscuridad y el frío que siguieron a la pérdida del dolor. Quizá el frío hubiese llegado antes. Pero lo que no comprendía era esa inseguridad que le generó el silencio. Intentó reflexionar. Por su ventana, desde que tuvo uso de razón, se colaban las voces de los niños que iban calle Huerta arriba para, por el atajo del callejón de Tía Mariquita, atravesar alegres la plaza, camino de la escuela. Las niñas, a la de la calle Sevilla. Ellos, los niños, a la de la calle Hornillos. Por las tardes, lo que por la ventana entraba era el jolgorio de esos niños que jugaban en la plaza. Como por las mañanas las voces de las mujeres que iban o regresaban del mercado; y las toses broncas de tabaco de los hombres que se reunían en la bodeguilla escondida en la esquina del arco del Ayuntamiento. A esa hora de la tarde, a los árboles de la plaza acudían a refugiarse bandadas de pájaros que asordaban el ambiente con la algarabía de sus trinos, mientras sobre la espadaña del convento de la esquina el crotoreo de las cigüeñas anunciaba la llegada del verano y las golondrinas, incansables, dibujaban las últimas líneas de sus vuelos veloces.
Esa inseguridad compañera del silencio lo hizo sentirse extraviado. Había desaparecido el dolor, aunque lo hubiese sustituido la oscuridad soportable. Y el frío que también podía sobrellevar. Pero la desaparición de los sonidos lo sumió en profunda turbación. Ya no oía las voces de los niños que correteaban por la plaza. Ni a las mujeres que protestaban de lo caro que se había puesto todo. Ni las toses roncas de los hombres. Y con el extravío del trinar de los pájaros en la arboleda, del crotoreo de las cigüeñas o el trisar de las golondrinas, descubrió que había perdido el sentido de las horas y el rodar de las estaciones.
El silencio extendió sobre todo un velo de incertidumbre y miedo. Entonces empezó a preocuparle también la oscuridad, que no es que anulase los perfiles de cuanto había conocido, sino que eliminaba hasta los recuerdos. Probó a recordar cómo era la torre de la Compañía, pero su imagen se iba diluyendo sin acabar de completarse. Lo siguiente de lo que tuvo consciencia fue que, con las voces y los trinos, se le había extraviado también el sonido de las campanas.
¿Qué había pasado? No lo sabía. Tampoco atinaba a saber dónde se encontraba ni qué hora era, pues había perdido la noción del espacio y del tiempo. La desesperación fue apoderándose de él. Aplicó todas sus energías para gritar en espera de que alguien acudiese a socorrerlo. Todo era vano. La voz no fluía de su garganta y el silencio se hacía cada vez más espeso, penetrante e hiriente. Dudó de si alguna vez oyó risas, y palabras agradables, y el sereno canto de una voz suave; porque voces, palabras y cantos también habían dejado de tener entidad y significado. En el centro de aquel silencio, nada los diferenciaba del llanto, que también se iba esfumando.
Hubo un instante de duración indefinida, menos de la mitad de un segundo, en que creyó entender lo que sucedía. Le vino como un destello de qué significaba que tras la pérdida del dolor hubiesen ocupado su lugar la oscuridad y el frío. Fue muy breve, apenas perceptible, pero ese frío que antes no le preocupó lo traspasó hasta lo más profundo de su corazón como una aguda punzada. Era un frío gélido, hiriente como un témpano de hielo, que hizo retornar el más intenso de los dolores. Solo entonces comprendió que había sido el silencio quien le reveló dónde se hallaba…

CUENTOS TRISTES DE MI PUEBLO
Licenciado en Filología Románica. Profesor en Lora del Río, Fuengirola y Málaga, donde se jubiló. Participó en experiencias y publicaciones sobre Departamentos de Orientación Escolar. Colaborador de la revista Spin Cero, galardonada en 2003 con el Reconocimiento al Mérito en el Ámbito Educativo, e impulsor de la revista-homenaje Picassiana. Editor de Todos con Proteo, publicación colectiva en favor de la Librería Proteo tras su incendio. Desde 2006 mantiene el blog La Agenda de Zalabardo.
Autor de cuentos y novelas, de las que ha publicado tres, una permanece inédita y una quinta está en proceso de creación. Reside en Málaga.