El reino misterioso


Cada uno de nosotros tenemos un concepto propio de pasado, presente y futuro. Todo dependerá del «cristal con el que lo miremos». Yo, a través del mío percibo el presente como el instante en el que me siento vivo, existente. Es la prueba de mi estado.
En el futuro veo una entelequia, y sin embargo en él he puesto siempre mis sueños e ilusiones y la esperanza de verlos materializados. Es la aventura de mi existencia.
El pasado es el periodo muerto que dejó atrás, perdidos, todos los «presentes» que constituyeron mi trayectoria vital. En él encuentro aciertos y desaciertos. Gozo con unos y peno con los otros, pero todos, tanto éstos como aquellos, dejaron inscritas en mi mente mis pretéritas experiencias que fijo como recuerdos. Es el depositario de mi memoria.
También los consorcios humanos son tocados en su conciencia colectiva, sienten el tirón de lo pasado, miran hacia atrás y toman interés en su conocimiento y conservación, lo cual los lleva a fiar a eruditos la tarea de bucear en él para buscar raíces y poner luego sobre los pupitres los resultados.
En este contexto te enmarcas tú, Tartessos. Tú llegaste, te enseñoreaste de los linderos del mar, te erigiste en reino, te expandiste, duraste unos pocos siglos y desapareciste misteriosamente. Ahora eres personificación y símbolo del pasado.
¿Por qué esa huida enigmática? Acaso gentes poderosas te amenazaron con destruirte y tú, para salvar los muebles, te metiste bajo tierra de donde te resistes a salir. Pero eso ya no tiene sentido, han pasado muchos siglos y todo ha cambiado. Ahora muchas personas escarban en la tierra para exhumar algún hueso, vasijas de bronce o cerámica, armas, cualquier objeto que evidencie tu existencia y ponerte a salvo bajo guardia de los museos. Nada tienes que temer, así que no te hagas rogar y muéstranos tus secretos.
Algo sabemos de ti, pues los sabios hablan y el de la Ora Marítima contó que, en su navegación, se acercó a la orilla, entró, te exploró, te reconoció y te situó en el suroeste por donde las aguas de los ríos Odiel, Tinto y Guadalquivir fluyen hacia el mar. Alcanzaste dominios hacia el norte y al este definiendo el enclave que hoy ocupamos por herencia.
He oído que el Hombre de Plata, tu último rey, fue muy activo, que te gobernó, según nos cuenta el sabio Heródoto, durante ochenta años y que vivió hasta los 120.
¡Heródoto! creo que te has pasado un poco en tu cálculo y en tu apreciación de la longevidad del rey. Para mí resulta incomprensible vivir tanto tiempo sin haber sido asistido en hospitales, sin rayos X, sin resonancia magnética, sin antibióticos, sin cita médica, sin lista de espera…, porque digo yo que algún alifafe debió haber tenido el hombre en tan largo periodo de vida.
Creo que fue el Griego quien lo citó en varias ocasiones atribuyéndole grandes cualidades para la gobernanza, que ejerció promocionando el comercio con pueblos orientales a los que vendía o intercambiaba los minerales de cobre, hierro, plata, estaño y oro extraídos de las cuencas mineras de los ríos Tinto y Odiel. Se hizo muy famoso y el nombre de Tartessos estuvo en boca de todos.
Sospechamos, y algo columbramos, que guardas en tu seno muchos tesoros, algunos de los cuales han sido sacados a la luz del sol. En el museo de Huelva reposan ya objetos sacados de los cabezos, particularmente del que parece haber sido uno de tus lugares favoritos, el cabezo de la Joya. Desde él se han extraído piezas arquitectónicas diversas de bronce o cerámica.
Pero la joya de la Joya es el carro tartésico, a partir de cuyos restos se está llevando a cabo en el museo su recreación
Por otra parte, en un descuido tuyo, se ha desenterrado el tesoro que guardabas en cerro de El Carambolo, próximo a Sevilla, y puesto bajo custodia en la caja de un banco. Réplicas de sus piezas son exhibidas en los museos de Sevilla y Madrid. Sin embargo, quién sabe los que todavía mantienes ocultos.
¿Qué puedo decir yo que no lo hayan hecho esos sabios de nombres raros? Pero, claro, uno siente siempre el prurito de hablar y decir lo primero que se le viene a la boca. Y por no estar callado digo que dicen que hubo otros reyes, al menos cuatro, antes que el de Plata.
Hoy todavía se dice que son reyes míticos, legendarios, vamos, cuento chino. Pero a mí no me cabe en la cabeza que pueda existir un pueblo organizado en reino sin reyes de verdad. Además, a los tuyos se les atribuye haber impulsado avanzadas técnicas y prácticas de apicultura, agricultura, ganadería, la extracción de minerales, laboreo de la metalurgia y la promulgación de leyes. Parece que fueron buenos reyes que promovieron mejoras económicas y social de su pueblo, consiguiendo con ello un importante grado de prosperidad que culminó Argantonio (el Hombre de Plata) con el comercio.
He leído en alguna parte que entre los reyes «míticos» hubo uno de nombre Gerión, que me llamó poderosamente la atención porque de él han dicho los sabios monstruosidades. Entre ellos uno llamado… sí, Hesíodo, quien afirmó que tenía tres cabezas. ¡Tres cabezas! Pero, por tu madre, Hesíodo ¿tres cabezas? ¿dónde tenías la tuya cuando pronunciaste tan extravagante ocurrencia? ¡Un rey tricípite! Tú delirabas o no estabas en tus cabales.
Esto sí tiene todos los visos de ser pura mitología. Quizás se debiera a un calentamiento mental de Hesíodo en una noche de orgía.
Al final, el pobre Gerión murió, junto a su perro y su pastor, a manos de Heracles, quien se presentó en el reino para robarle sus toros.
Tu prosperidad te permitió expandirte en otras direcciones implantando nuevos dominios y, en la que apuntaba al este, hay fundadas sospechas de que subiste a un montículo que encontraste en la llanura, allí donde proliferaban los osos; que sobre él te asentaste, estableciste una morada y vivaqueaste el tiempo que te dejaron subsistir.
Me han susurrado que, allí arriba, y aún no saben si también abajo, dejaste marcadas pisadas que machaconamente taparon los polvos de los tiempos.
Afortunadamente, algún alentador resultado han cosechado ya con su trabajos personas relacionadas con la arqueología interesadas en desempolvarlas.
Ojalá tengan suerte y culminen con éxito su tarea, desvelen los secretos de Taressos y los pongan bajo custodia de algún museo ¿Que tal el de la Torre del agua?
¡Ojalá!
Amante de las letras, la enseñanza, la tecnología y, sobre todo, de Osuna.
Nacido en 1929 en El Saucejo (Sevilla) es el columnista con más experiencia vital que posee El Pespunte. Ha dedicado su vida a la enseñanza de EGB en distintas localidades andaluzas y su pasión por la informática le llevó a aprender a editar vídeo y audio y, por devoción, a no alejarse de Osuna.