El que sabe parar, domina

Hoy en esta habitación propia, que es nuestra, me van a permitir que saquemos de la estantería el libro “Stoner” de John Williams. Lo abrimos al azar…
“En su año cuarenta y tres de vida, William Stoner aprendió lo que otros, muchos más jóvenes, habían aprendido antes que él: que la persona que uno ama al principio no es la persona que uno ama al final, y que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra”.
Para mi gusto este pasaje es magnífico. Y es que esta es una novela extraordinaria y honesta que disecciona muy bien los mecanismos de las emociones y las relaciones en la vida cotidiana. Sin embargo, no me gusta en su conjunto.
La respeto como obra, la guardo en nuestra biblioteca por venerable consideración a un tiempo único e irrepetible que su autor dio de vida para crear un espacio con cientos de nosotros como lectores. Hay revelaciones que te hacen abrir la mente, como el texto con el que comenzamos la columna de hoy, sin embargo, no puedo con tanta tristeza, con tanta cultura perpetua de miedo, nihilismo, desesperanza y frustración. No porque me coloque en un lugar de lectora infantil donde si cierro los ojos a todo lo malo, quizás este desaparezca. No. Si no porque precisamente estoy cansada de ser como el protagonista de la película de Stanley Kubrick al que en “La Naranja Mecánica” abren los párpados para consumir obligatoriamente decenas, cientos, miles de imágenes y ruidos.
Que más me da que una obra sea una “obra maestra”, si es un instrumento metafísico que habla de que la vida cotidiana es una mierda y lo dice tan bien que a muchos hace pensar y sublimarse en algo nuevo o bueno, pero también, a otros, que no van a pensar en nada, los va a consolidar en la inmovilidad de la tristeza. Ese es el poder el arte. El de la revelación, pero también el de la esclavitud por perpetuación de un diálogo tóxico. Más “bonito” o elaborado en su forma, pero tóxico. Válgame, Dios, y, la Constitución, de que esto se parezca a una apología de la censura. Ni por un momento. En absoluto. Solo estoy invitando a un poco de mensaje en construcción, a un análisis de la vida que eleve puentes y no solo se quede en la devastación o en la contemplación de la catástrofe como solución. ¿Querido lector, querida lectora, de verdad quiere conformarse? ¿De verdad cree que no hay nada mejor para usted?
Autores y autoras, creadores y creadoras, padres, madres, hermanos y hermanas, gente de a pie, os lo ruego, desahóguense, pero sálganse del discurso alienadamente pesimista para que lo que aporten luego permita caminar hacia delante. No compongan para simplemente vomitar su última sesión de psicoanálisis. Paren. Sigan yendo a terapia, es clave, pero saquen toda la luz de lo que expulsen para hacer libros, películas, videojuegos o tareas cotidianas que cree a humanos más libres y no, a mero replicantes.
Querido lector, querida lectora, ¿usted cree que podemos amar la vida como cuando la sentimos por primera vez y, en el proceso de nuestra relación con ella intentar conocerla sin atorarnos? ¿Podemos embarcarnos en ello sin la cantinela de “porque las cosas son así”, “no se puede tener todo” (como si el todo fuera algo que existe), “hay que conformarse”, “la vida es una mierda”?
Cuánto se te echa de menos Chaves Nogales, el próximo día prometo traerte a esta habitación propia, que es la de todos nosotros, para escucharte. A la espera de tu llegada, me quedo con esa frase tuya que dice: “Me convencí entonces de que en la lidia —de hombres o de bestias— lo primero es parar. El que sabe parar, domina”
