El poder de las hormonas


Señoras y señores, jóvenes en particular, estoy de los nervios.
Les explico. Mi perra Ada está con el celo; ella es una preciosa mastina joven, un bellezón de perra. Vive con nosotros y con Charcot, un perrito bodeguero-callejero, educado y alegre, ya mayorcito de tamaño pequeño. Esto crea la situación de que, por muy motivado que él esté, no llega a la cohabitación con Ada. Pasa fines de semana con nosotros Paul, un simpático y guerrero chihuahua de la familia. Pues vaya cómo se ha puesto la cosa: Ada pasea como entristecida, perseguida por los dos perritos a todas partes. Ambos intentan continuamente interferir en su precioso cuerpo canino y los dos machitos se ladran; se han mordido varias veces. Mi Charcot ha dejado su carácter amable y cariñoso por un mosqueo continuo y ladrador, expulsando a Paul de la cercanía de Ada. Este, a su vez, le está ganando terreno y no paran de ladrarse. El tamaño de Paul también le impide la cohabitación con Ada, a pesar de la gran motivación que tiene en estos días críticos, enfrentándose a su tío Charcot, perdiéndole el respeto que le debe por edad y lazos familiares.
Si no hay celo, los tres conviven jugando, corren unos detrás de otros. Charcot y Paul duermen juntos y no se pelean, incluso se respetan jerárquicamente las comidas.
A los humanos también pueden ocurrirnos estos cambios de carácter. Lo más conocido es el abandono de la infancia y el llegar a la adolescencia, todo un ataque hormonal inevitable que ha dejado huellas en todas las épocas.
Por ejemplo, un señor que pensó mucho, hace ya más de dos mil años, dijo: “La juventud de hoy ama el lujo. Es maleducada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”. Y seguro que tenía toda la razón, era Sócrates (470-399 a.C.). En un vaso de arcilla descubierto en Bagdad, de la antigua Babilonia, de hace 4.000 años, dice: “Esta juventud está malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura”. No sabemos quién fue su autor, pero ya ven lo que opinaba.
Como ven, todos estos también estaban de los nervios, viendo los efectos de las hormonas. Y, como ya les he dicho, demuestran que tendemos a la imbecilidad mental, no nos acordamos de lo que nos pasó a nosotros cuando fuimos como ellos.
Sobre hormonas, hemos tenido un gran sabio, el Dr. Gregorio Marañón (1887-1960), que ayudó a poner las cosas en su sitio y a entender las hormonas. Otro que ayudó ha sido Donald W. Winnicott (1896-1971), pediatra y psicoanalista inglés de gran sabiduría, que dejó un consejo a los padres: «Para los adolescentes es su obligación desafiar, rebelarse. La de los padres es no dejarse derrotar, mantenerse firmes ante este desafío, tolerar la crisis y dar una confrontación honesta. Ni benevolencia ni venganza, poner sus límites, resistan, que eso pasa».
No sé qué hacer con este asunto de la patrulla canina: tener paciencia y que pase el celo, o buscarle un novio grande a mi Ada, que igual se lo corta si la hace madre. Pero entonces seremos más en la familia, y no está el índice del coste de la vida para ajustarlo todavía más.
Tendré paciencia y volveremos todos a la feliz convivencia, igual que les pasa a los adolescentes; lo suyo se cura con el tiempo y el desgaste de las hormonas.
EL CIBERDIVÁN, LA OREJA DE FREUD.
Psiquiatra psicoanalista impulsó la reforma psiquiátrica “salta la tapia” en el hospital de Miraflores. Fue Director de la Unidad de Gestión Clínica (UGC) y Coordinador de la Unidad de Salud Mental Comunitaria del Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla. Autor de numerosos artículos científicos. Tiene dos libros publicados: Psicoanálisis medicina y salud mental, y La religión en el diván.