El paso del tiempo


Hemos cambiado el último dígito del año, una manera de marcar el paso del tiempo. Hay cosas externas que anuncian este avance del reloj y dan cuenta de ello: la caída de las hojas de los árboles cada otoño, cuando vuelve a amanecer el campo con escarcha y llega un nuevo invierno, el que de nuevo sea primavera en el Corte Inglés, o que tengas la suerte de ver un campo de amapolas, nos anuncia un nuevo verano.
Pero, interiormente, ¿cómo reconocemos el paso del tiempo?
Sabido es que cuando realizamos un viaje en coche, la primera vez que hacemos el recorrido se nos hace más largo que cuando ya lo conocemos por haberlo hecho otras veces. Es decir, la sensación interna del paso del tiempo se incrementa al tener que enfrentar algo nuevo. Se relaciona con el esfuerzo mental de reconocer una nueva experiencia; el tiempo es trabajo mental.
Cuando transitamos por lo conocido, el tiempo pasa rápido. Por eso sentimos, de niños y de jóvenes, que el tiempo pasa mucho más lento que de mayores. Cuando avanzamos en edad, los años transcurren sin avisar, se esfuman entre los dedos cuando ya se conoce la vida y las estaciones. Claro que siempre se puede salir de las rutinas y, así, detenemos un poco su velocidad.
Cuando vas cumpliendo años, muchos suelen decir que no sienten tener la edad que tienen: “Yo me siento igual” o “Me considero joven más allá de lo que diga el calendario”. Suele ser el caso cuando se goza de buena salud. El cuerpo es el que nos certifica el paso del tiempo, pero no la imagen que nos devuelve el espejo, ya que, al verla a diario, no apreciamos sus lentos pero persistentes cambios. No son los dolores y las limitaciones físicas los que mueven las agujas del reloj interno.
Hace unos años, se me impuso uno de esos cambios de agujas del reloj. Fue al ver a un compañero más joven subir ágilmente unas escaleras que teníamos en el trabajo. Claro, yo un poco antes había tenido un accidente que me afectó a una pierna y, aunque ya estaba recuperado, me sorprendió su agilidad, la que yo tuve. Aunque me mantengo, afortunadamente, en una buena forma física.
El tiempo se conjuga en tres formas: pasado, presente y futuro. Lo que vivimos es el presente; lo que recordamos es el pasado, y el futuro es lo que deseamos.
El presente se nos presenta o bajo la forma del instante en que desaparece el tiempo y son las sensaciones las que se adueñan de todo. También se nos presenta como un momento, una situación compleja, una escena en que reunimos pasado, presente y futuro en un relato con su argumento, una ficción que nos hace creer que somos dueños del tiempo. Pero no es cierto, aunque disfrutemos de esa apariencia. Vivir siempre vivimos en el instante; aprovechemos cada uno de ellos.
Hay una enfermedad que anula el tiempo, lo desarticula en un presente eterno: el alzhéimer. Lo iguala con un recién nacido que aún no reconoce las rutinas que lo humanizarán con los recuerdos de los cuidados maternos.

EL CIBERDIVÁN, LA OREJA DE FREUD.
Psiquiatra psicoanalista impulsó la reforma psiquiátrica “salta la tapia” en el hospital de Miraflores. Fue Director de la Unidad de Gestión Clínica (UGC) y Coordinador de la Unidad de Salud Mental Comunitaria del Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla. Autor de numerosos artículos científicos. Tiene dos libros publicados: Psicoanálisis medicina y salud mental, y La religión en el diván.