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El orgullo gay, el orgullo macho y la barrera del idioma

El orgullo gay, el orgullo macho y la barrera del idioma

La historia ocurrió un verano de hace ya unos cuantos años, en los que el común de la gente, no sabíamos qué era ni qué significaban la bandera “Arco Iris” ni un “Hotel Arco Iris”.

Aquel verano había programado un viaje de varios días a Amsterdam en compañía de mi novia y como buen perfeccionista, no había dejado nada a la improvisación, lo que incluía hasta el tipo de cama del hotel, y que como se verá, fue el núcleo de confusión de esta “casi-comedia de enredo”.

Teníamos previsto llegar a Amsterdam el 30 de Junio, y justo seis días antes, mi amiga y yo tuvimos tal “división de opiniones”, que la buena señora me dejó colgado todo el viaje, es decir, bono de hotel, billetes de avión, entradas de conciertos, etc. etc.

Servidor, antes que acordarse de su (de ella) parentela –que también-, optó por una solución que mantuviera el carácter y los buenos propósitos de la excursión, además de no desperdiciar el dinero que ya había pagado y que difícilmente podía recuperar tan tardíamente, así que se me ocurrió proponerle a mi compadre si quería acompañarme. Naturalmente la respuesta fue afirmativa, dada la modalidad “todo riesgo” –léase todo pagado- del mismo. Debo decir de mi compadre, aunque hombre poco dado a los idiomas, goza de una inteligencia, un sentido del humor y una curiosidad naturales, que le hacen un extraordinario compañero para cualquier tipo de viaje.

El mismo día del “desencuentro” con la parienta, me cuidé de pedir a la agencia que cambiara el titular de uno de los billetes de avión y que avisara al hotel del nuevo acompañante y consecuentes cambios. Me dijeron que no me preocupara, y me olvidé del asunto.

Y llegó el 30 de Junio.

Llegamos al hotel y entregué la documentación de la agencia. Hasta ahí bien.

Pero al llegar a la habitación observé:

a) que la cama era de matrimonio;

b) que mi compadre y yo seguíamos siendo masculinos;

y c) que aquello en nada sorprendía al empleado que nos acompañaba, al cual decía en mi pobre inglés: “Creo que ha habido una confusión. Ya advertí a través de mi agente de viajes que no vendría una señora y en su lugar vendría este señor, así que la cama no la quiero de matrimonio”.”O bien me da otra habitación, o bien separa las camas, pone en medio la mesilla y la lámpara, y santaspascuas”.

Mi inglés no debió ser muy inteligible, porque el empleado seguía igual de serio y con cara de desconcierto. Mi compadre, más desconcertado aún, no hacia más que preguntarme: ¿Compadre, qué c… está pasando aquí?

En vista de aquello decidí volver a la recepción en busca de traducción y solución al asunto.

Y efectivamente, allí se aclaró el asunto. Vaya si se aclaró. Las claves fueron apareciendo poco a poco, como en las películas de suspense:

Al volver a la recepción, y mientras esperaba a la recepcionista-traductora, observé sobre el mostrador, un periódico que daba noticia de la celebración el día anterior, de la Fiesta del Orgullo Gay, y en el cual se veía una bandera con los colores del arco iris. Como quiera que también había una bandera como la del periódico en la propia recepción del hotel, la cosa se iba clarificando. Y quedó totalmente clara en cuanto llegó la recepcionista.

Efectivamente: por una parte, aquella gente del hotel no había sido avisada por la agencia del cambio de pareja tal como pedí; por otro lado, ni nosotros sabíamos que aquel era un “hotel arco iris” ni conocíamos el significado del mismo (nos enteramos en aquel momento); y para más “inri” creyeron que mi compadre y yo éramos una pareja gay que habíamos tenido “división de opiniones” poco antes de llegar, razón por la cual nos negábamos a dormir juntos.

A la recepcionista se le veía la última muela, cuando le dije: “Mire Señorita: Supongo que lo de gay no es obligatorio. Este señor y yo, somos amigos, pero no somos gay. Además, le recuerdo que el día del Orgullo Gay fue el 28 ó el 29 de Junio. Y hoy ya estamos a 30”.

El asunto se zanjó separando las camas y poniendo en medio la mesilla de noche.

Zanjado aparentemente… porque a la mañana siguiente, cuando tras el desayuno volvimos a la habitación para recoger algunas pertenencias, vimos que la señora del servicio -una surinamesa (1) gorda como una tinaja manchega-, nuevamente estaba uniendo las camas y convirtiéndolas en una de matrimonio.

Ante esto, mi compadre me mira y me dice con cara de cabreo: “Va usted a ver como se arregla esto sin diccionario”. Se fue hacia ella clavándole los ojos, y como a diez o quince centímetros de la cara, le dice en un tono más propio de un doberman que de un hombre:

¡Qué!….. ¿Maricón por cojones?

La surinamesa dio marcha atrás a toda pastilla y dejó las camas separadas y la habitación en perfecto orden de revista, en menos que un perro se viste.

Mi compadre, harto de ir a remolque por culpa del idioma, se volvió hacia mí y me dice muy serio:

“Ha visto usted compadre, como no hace falta tanto inglés pa que te entiendan”.

 

José Mª Sierra

 

(1) Surinamesa: Dícese de la señora natural de Surinam, antigua Guayana Holandesa.  


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