El Número Uno, colega

Y es que, quien no se enternezca, es que no es persona. Esos hombres de uno ochenta de estatura, con esa carita de corderito del nórick ultra suave ultra sensible, su pantaloncito por debajo de las caderas y su camisetita pegadita haciendo juego con su gorrita de lana, micro en mano y cantando cositas como yo por ti lo dejaría todo, amor. Tú eres mi mayor tesoro, la más linda. La más preciosa, amor. Biutiful biutiful. ¡Ay! Y después de derrochar kilos de sensibilidad en el escenario va el jurado y le dice que sí, que tú eres el número uno, pichita, que lo tuyo es cantar y que tú naciste para estar encima de un escenario, y que no te baje nadie. Y esto es un hombre, y no lo que hay en mi casa. Y yo ahí plantado, frente al televisor y con el mando a distancia en la mano, preguntándome qué coño hace un tío con camiseta de verano y gorro de lana dando saltitos y refregándose por entre cuatro tipos vestido de smoking y con pajaritas de colores que, de vez en cuando, sueltan un duá-duá al unísono. Y sueltas el mando y te quedas pensando. Y piensas, o intentas recordar, en qué puto momento te equivocaste al escoger tu camino. Glup. Y tragas saliva.
Pero dura poco. Dura el tiempo de apagar la tele, entrar en mi habitación, abrir un libro de Lope o Moratín y comenzar a leer. Y si no hay ganas de lectura, pues me pongo una película de Elia Kazán y allá que se quede el mundo con sus historias, que yo me quedo con las mías. Pero avanza la lectura, o la peli ya va por la mitad y uno piensa en lo afortunado que ha sido, en los hombres y mujeres con los que se ha se cruzado en la vida y los consejos que éstos le han regalado. Porque fue un regalo cuando Ramón, aquél gitano profesor de Espacio Escénico, me aconsejó leer Guerra y Paz, o cuando Rocío, morenaza profesora de Historia de las Artes del Espectáculo, me dijo aquello de «es una historia maravillosa», y tras la clase salí pitando hacia el kiosco y compré la novela Sinuhé, el egipcio. Y termina la película, o cierras el libro, y eres consciente de que no todos han tenido la misma suerte. Que si la televisión nació con la intención de reflejar e informar de lo ocurrido en el mundo y en la vida de las personas, hoy son las personas —carentes de una base cultural sólida— las que adoptan las conversaciones, los ideales, la vida que aparece en ella. Una peligrosa máquina dirigida por politicuchos y politicuchas de tres al cuarto que dicen a chaqueteados y engominados productores televisivos qué contar y cómo contarlo. Y lo cuentan pero que muy bien. Vaya si lo cuentan.
Pero cada sociedad tiene los políticos, los servicios, los medios de información y la cultura que se merece. Y ésta es la que nos gusta tener. O si no díganme ustedes cómo carajo han estado los chavales obteniendo el título de la ESO con asignaturas pendientes por superar. O cómo se consiente el rollo que se traen las autoescuelas con sus anuncios de “Obtén el carnet de conducir en 24h”. Veinticuatro horas. Glup. Y ahí tenemos a los ciudadanos: chavales y chavalas con un título en la mano conseguido sin ningún tipo de esfuerzo; o los fernandoalonsos con un volante en las manos y diciéndose la carretera es mía, ¿o no? Y esto, por poner un par de ejemplos de los miles que podría poner en la hoja. Ejemplos que están y seguirán estando mientras nos lo sigan dando todo por nuestra cara bonita. Colega.
Por eso, cuando esta sociedad a la que hago mención en esta página me saca de mis casillas, abro un libro para poder escuchar las voces de aquellos hombres que sabían muy bien cómo era el mundo en el que les había tocado vivir. “Al Rey, la hacienda y la vida se ha de dar. Pero el honor…” Hombres y mujeres conscientes de su fortuna y su desgracia, y aceptando ésta sin lagrimitas ni aspavientitos. Hombres y mujeres que, ante ese jurado de guapos y guapas, y tras un tú no eres un número uno, se remangarían las mangas, darían un par de pasos hacia la mesa y los miraría, uno por uno, a los ojos. Buscando eso que no todos conocen, y muy pocos obtienen: Vergüenza.
Álvaro Jiménez Angulo
CON LA PALABRA EN LA BOCA
Lector fiel de las páginas escritas por Virginia Woolf, Dulce Chacón, Pérez Galdós, Buero Vallejo y Ramón J. Sender. Licenciado en Escenografía y Dramaturgia por las escuelas de Arte Dramático de Sevilla y Madrid respectivamente. Máster en Creación Literaria por la Universidad de Sevilla. Máster en Estudios Feministas y de Género por
la Universidad del País Vasco. Docente en Escola Superior de Arte Dramática de Galicia. Cursando estudios de doctorado en el Instituto de Investigaciones Feministas de Madrid.