El mural en blanco y negro que enlaza en Arahal los recuerdos de la infancia
Hay imágenes en los pueblos que se merecen una entrada en redes pero en El Pespunte iremos más allá. “Tú eres información”, nuestro lema, es trasladable al hueco de un rincón, la vuelta a una esquina, estar a pie de calle. Las estampas en los pueblos te asaltan para llevarte por los derroteros inesperados de los recuerdos.
Es el caso de la que mostramos en esta historia. La imagen es un mural del artista Alberto Montes que dibuja lo que aparece en una foto real, en blanco y negro, de un grupo de mujeres operarias de la fábrica de aceitunas La Palmera.
Fue el anterior gobierno de IU en Arahal el que quiso homenajear de esta manera a la mujer trabajadora. Y ahora, la enorme fotografía te asalta en cuanto vuelves la calle Pozodulce o Marchena. A la vez , acabas siendo partícipe de la historia más reciente de la localidad. En contraposición, muy cerca está el yacimiento arqueológico que lleva el mismo nombre de las instalaciones aceituneras, y que establecen en el lugar el origen de los casi 20.000 habitantes que forman hoy la villa.
Los Molinos de Lobo
Para quienes no son de Arahal, la fábrica ‘La Palmera’ fue pionera en el empleo femenino, más de 600 mujeres trabajaron en este almacén transformador de aceituna de mesa. Nació en 1925, pronto se cumplirá 100 años. Pero a lo que vamos. Este gran mural está en uno de los bloques de pisos de la barriada Polígono Vereda Osuna, aquella que llegó para suplir las necesidades de vivienda de un pueblo en torno a los años 70.
Antes de esa fecha, el límite del pueblo lo marcaba la calle San Pablo donde estaban los Molinos de Lobos. Cada nombre y representación valían para asustar a cualquier niño que perteneciera a las últimas barriadas de lo que entonces eran los confines del pueblo hacia el Este. Cada vez que paso por este gran mural, se me viene a la cabeza el recuerdo imborrable del aljibe que había justo frente de la foto, del que hoy no queda ni rastro.
Desafiando las órdenes maternas, las niñas del barrio aledaño, nos aventurábamos a cruzar la carretera para jugar en ese espacio. Recuerdo, como si fuera ayer (debe ser la edad), que parte de ese aljibe había sido algún tipo de construcción. El suelo mantenía el dibujo geométrico de unas losas color blanco y granate. Las niñas que aprendíamos pronto las labores de la casa, con un puñado de ramas, barríamos ese trozo para dejarlas al descubierto. Y, casi por arte de magia y órdenes de la imaginación, convertíamos el lugar en cocina.
Claro está que donde ahora está el mural, no había pisos, sólo campo. Un campo que se extendía hacia término municipal del pueblo vecino, Paradas, y hacia la carretera nacional que partía el pueblo en dos. Entonces Paradas parecía tan lejano, que era difícil pensar que Arahal crecería en esa dirección hasta adentrarse en sus tierras, así ha sido durante años.
Al otro lado de la calle, estaba el muro que rodeaba la fábrica de La Palmera, hoy convertida en barriada de viviendas y en yacimiento arqueológico. Aún se conserva la puerta y unas desafortunadas estructuras de hierro que la separan de la calle y se han convertido en jaulas de los numerosos gatos que habitan el lugar.
Origen del asentamiento humano
Dicen que gracias a este yacimiento se ha podido saber que en esta zona está el origen de Arahal como asentamiento humano. Quién me iba a decir, viviendo siempre en una humilde barriada cercana, que el lugar por donde he pisado y jugado tantas veces, estaba lleno de tumbas con esqueletos de muchos siglos atrás. Seguramente, de haberlo sabido, las órdenes maternas se habrían intensificado. La muerte en Andalucía ha sido siempre un tabú del que protegían a la infancia. Aunque para mi padre, que era mucho más práctico, el miedo había que tenérselo a los vivos, no a los muertos.
Al otro lado del lugar de donde se expone el gran mural, estaba la fábrica. Los muros que protegían las instalaciones se extendían a lo largo de una enorme parcela. En una parte del muro, al final de su recorrido, había un sillón de la misma estructura que convertimos también en lugar de juegos. Llegamos hasta el lugar, siempre que el atrevimiento lo permitía, revistiéndolo de excursión con niñas más mayores.
Cuesta trabajo reconocer ahora la zona, después de medio siglo. Las viviendas han delimitado el barrio y, frente, se ha levantado un edificio desde donde intentan acabar con el desempleo.
Esa explana de campo, que contenía las cuevas de la infancia con forma de hueco en el desnivel de tierra, pasaron a tener un fin social. Hay un colegio, creado también para desahogo de los dos más antiguos, San Roque y El Ruedo. Había entonces que darles educación a los niños de las parejas jóvenes que poblaron el barrio a varias alturas. Y, para rematar los servicios, también se construyó el centro de salud que hasta atiende las urgencias de dos pueblos. Paradas y Arahal están unidos por muchas razones, esta es una de ellas.
Si pasas al atardecer por el mural, cuando el sol lo convierte en un retrato en sepia, verás como juegan las niñas del barrio. Cuando pasen otros 50 años serán ellas las recuerden a esas mujeres en blanco y negro que miraban del revés haciendo el pino.
Redactora de El Pespunte.
Periodista sevillana con más de 30 años de experiencia. Fundadora y CEO de AionSur durante 10 años. Especializada en reportajes agrícolas y sociales en la provincia de Sevilla.