El monstruo del miedo

El miedo es el campeón del mundo de escondite. A veces parece que se desvanece, otras que no existe. Cuando no lo tenemos es esa cosa lejana que nos separa de los que lo tienen. Nos sentimos valientes con los codos apoyados en la barrera, viendo cómo el astado de la desilusión roza el cuerpo de los que están en la plaza. Todo se nos antoja imposible, somos el niño con la cabeza pegada en la pared y los ojos cerrados que inicia una cuenta atrás para ir en busca de sus amigos, pero el problema es que el miedo no se persigue, el miedo es el que te encuentra.

Nunca he sabido por qué buscamos al miedo debajo de la cama, por qué indagamos en los armarios, porque creemos que es algo exclusivo de la oscuridad. Aunque no lo creamos, camina cerca nuestra, nos espía, sabe dónde y cuándo asaltarnos. Por eso aparece de repente una mañana de febrero cuando te estás desperezando, por eso mientras te estás cepillando el pelo el peine se te enreda, por eso tus ojos con legañas se te abren al escuchar lo que cuenta el locutor de la radio.

Y es ahí, cuando corres a encender la tele, cuando ves que el miedo camina por la calle y de la mano con la tristeza y la devastación. A plena luz, con tranquilidad. Y es entonces, cuando aun siendo consciente de la distancia que te separa del miedo real, te acojonas. Porque te ves reflejado en tus iguales y empiezas a calibrar lo que os une y lo que os separa. Piensas que a ti te ha sonado el despertador y que él ha amanecido escuchando una sirena anti-aérea, ves las estaciones de metro con gente hacinada y comparas con la tuya, te metes en la red social y observas como usuarios como tú, están retransmitiendo en directo la destrucción de su país. Y se te mete el llanto de los niños en los oídos, y se te escapa una lágrima que se estampa en la pantalla. Y lleno de indignación y tristeza te invade la necesidad de condenar públicamente en Twitter lo que está pasando y solidarizarte con los ucranianos, primero redactas un tweet diplomático, luego caes en la cuenta que no eres António Guterres, y escribes algo incendiario con lo que calmas tu impotencia.

Las guerras del siglo XXI se retransmiten en redes sociales, así es este carrusel punitivo, este minuto y resultado en el escenario del dolor. Así es el cabrón del miedo, capaz de adaptarse a la perfección a los cambios, sabedor de la amplificación de las nuevas armas tecnológicas, capacitado para amoldarse a cualquier medio o soporte. El miedo, como la envidia, aparece al ponernos en la piel del otro, del que vive la gloria o la miseria. El terror se cristaliza en imágenes, en la de un niño que en su inocencia sujeta la cara de su madre, en la estampa del colapso de coches intentando huir del infierno, en el padre que se arrodilla frente a su hija y se despide de ella antes de marcharse al frente, en la cara de un demonio autoritario que, en su absurdo, justifica su atropello en nombre de una supuesta “desnacificación”. Siempre pasa igual, el más cristiano es el que menos golpes en el pecho se da, el más tirano es el que más habla del bien y de la libertad. El miedo tiene estas cosas, que crea monstruos que, si no los paras, el día menos pensado, llaman a las puertas de tu casa y te cogen dormido. Cuidado con las pesadillas porque no son sueños.

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Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
Fotografía: Unsplash.

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