El manco de la Sindical (O cuando los cuernos eran importantes)
Me viene a la memoria esta historia atípica, que un día me contó un compañero de asiento en un vuelo nocturno, allá por el año 84, y que me mantuvo cautivado durante el tiempo que duró el viaje hasta nuestro destino.
Quizás la enseñanza que pueda obtenerse de ella sea el valor de la perseverancia, aunque por el sólo hecho de conocer cómo puede reaccionar un hombre en situaciones especiales, ya merezca la pena escucharla.
Pues bien, una noche de la primavera de aquel año coincidí en un vuelo hacia Canarias, con un señor cuyo antebrazo amputado llamó mi atención profesional por lo poco frecuente de la operación quirúrgica que tenía, así como por lo magníficamente ejecutada que había sido. Al notar la curiosidad de mi mirada, dicho señor –con un evidente orgullo, y gran deseo de entablar conversación- comenzó a relatarme los pormenores de su cirugía, y de ahí y sin anestesia pasó a contarme el motivo de su viaje, y de camino, el suceso que le condicionó su vida durante los veinte años inmediatamente anteriores al momento en que nos encontrábamos. Dichos veinte años habían terminado hacía dos días. Mientras, él los había pasado en silencio y en solitario, luchando contra la burocracia corrupta de la España del Nacional-Catolicismo de los años 60, 70 y casi 80 (estábamos en 1984), con la tenacidad, la constancia y la paciencia, más que de un chino de un gallego, que es mucho mayor.
Es lógico que tuviera necesidad de hablar; y de explotar.
Dos días antes, había terminado el trabajo.
El día anterior lo había empleado para hacer las maletas, y éste en el que estábamos, para coger un avión hacia donde fuera, y comenzar de cero. Pero con el trabajo hecho.
Se llamaba Marcial, y era natural y vecino de Orense, en donde era conocido por el “Manco de la Sindical” porque, según manifestaba, trabajaba de ujier en el edificio de los sindicatos del antiguo régimen.
-“Si Vd. va por Orense, mejor que por Marcial R. B., pregunte por el “Manco de la Sindical”, que me conoce todo el mundo”, decía.
Por lo visto, Marcial recibió más de un “soplo” a cerca de que su señora esposa se la estaba pegando con un cura amigo de la familia (supuestamente más de ella que de él), y se puso a acecharlos.
Efectivamente, ciertos eran los toros. Y una noche en que Marcial “oficialmente” estaba fuera de la ciudad, los pescó in fraganti administrándose mutuamente –señora y presbítero- el sacramento del matrimonio y sus derivados.
Al contarme Marcial que se había provisto de una pistola para la ocasión, le pregunté si les había disparado, ante lo cual me contestó:
-“Eso es lo que haría cualquiera. Yo no tengo instintos criminales, pero se lo dije muy clarito”.
-“Ustedes me han hecho cabrón, y ya que me han hecho cabrón, yo quiero que lo sepa todo el mundo. Así que vamos a dar un paseo para que la gente sepa y vea que yo soy un cabrón”.
Y así fue como desnudos, cogidos del brazo y seguidos por Marcial que les apuntaba con la pistola, la esposa infiel y el cura semental, se pasearon por Orense una madrugada de Febrero a las seis de la mañana.
-“Y non crea…que en Ourense, en Febreiro y a esa hora, non hace calor…”, me decía el gallego con aire socarrón.
Según contaba el hombre, lo que vino detrás fue un auténtico calvario que le duró veinte años. El obispado en vez de tomar medidas contra el sacerdote le protegió, y ejerció su influencia tanto en los pleitos que tuvo contra la mujer, como para que al funcionario lo expedientaran en su trabajo. Trabas legales y administrativas las tuvo todas (no olvidemos que los hechos ocurren en la España de 1964), pero… no tenía prisa. Frente a la injusticia de los poderes fácticos, estaba la tenacidad y la constancia (virtudes ambas, muy gallegas) de alguien que se sentía a más de cornudo, apaleado y que no estaba dispuesto ni a rendirse ni a tragársela.
Sólo dos días antes de contarme esta historia, había terminado Marcial con el infierno de pleitos, embargos y papeleos que durante veinte años le habían arruinado la vida, moral y económicamente. Se había gastado cuanto tenía en resolverlo, pero había ganado. Había perdido una y mil batallas, pero al final había ganado la guerra.
El día antes hizo las maletas, entre cuyas pertenencias iban además de la ropa, una buena carga de dignidad, tenacidad, perseverancia, paciencia y otras minucias de las que hoy, “no se llevan”.
Ese mismo día, se montó en un avión a buscar la vida en otro sitio, pero con las cuentas debidamente ajustadas.
Si eso ocurre en esta época (con otro protagonista distinto de Marcial), ¿quién sabe si llegan a un “acuerdo beneficioso para todas las partes”, y el video de los hechos se lo ofertan a una cadena de TV?
Casi seguro que lo compra.
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