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El infante y la aventura

El infante y la aventura

Hoy, 29 de enero de 2023, se cumplen ciento cincuenta años del nacimiento de Luis Amadeo de Saboya (1873-1933). Estaba destinado a ser un privilegiado, pero durante toda su vida intentó huir del papel que le habían asignado. Vino al mundo en el Palacio de Oriente, en una de las habitaciones ocupadas por sus padres, aunque italianos, reyes de España desde noviembre de 1870. Su nacimiento tuvo lugar apenas dos semanas antes de que su padre —Amadeo I— renunciara al trono español, cansado de las ofensas de los madrileños, la mayoría obstinados alfonsinos. Tanto él como su esposa, María Victoria del Pozzo, nunca se sintieron queridos ni por el pueblo ni por la gran mayoría de los nobles, quienes, encabezados por el popular duque de Sesto — hijo de aquella marquesa de Alcañices de la que tan enamorada estuvo el XI duque de Osuna—, se dedicaron a realizarles desplantes para que se sintieran a disgusto en Madrid, algo que a los reyes, elegidos como tales en el parlamento español y por una abrumadora mayoría, les costaba trabajo entender. En fin, ya conocen la historia, el asesinato del general Prim y el desamparo que estos reyes, completamente constitucionales, sufrieron desde el mismo día de su llegada. A este desamparo vino a sumarse la amenaza de un atentado que acabase con la vida del rey. Cuando Amadeo y María Victoria abandonen Madrid —lo harán en tren y hacia Lisboa en una fría mañana de invierno—, la madre de Luis Amadeo, mujer buena, volcada con el pueblo humilde de Madrid, irá muy débil. Vivirá apenas tres años más: fallecerá a los veintinueve, minada por la tristeza, la debilidad y la tuberculosis. El niño, muy posiblemente, nunca tuvo memoria de ella. 

Fuera por eso, o por sentirse vivo e inclinado a correr a venturas, Luis Amadeo fui incapaz de permanecer quieto durante un instante de su agitada vida. Criado en el norte de Italia, desde muy jovencito sintió la llamada de las montañas, que a los habitantes de las ciudades prealpinas se les aparecen como una constante vital en su horizonte cotidiano. Hombre de acción y dueño de una situación económica envidiable, pudo dedicar su vida a su pasión aventurera. En 1895 emprendió la vuelta al mundo. Dos años después fue la primera persona de la que se tiene noticia que ascendiera al Monte San Elías, en Alaska, justo en la frontera entre Canadá y Estados Unidos, elevación de 5.489 metros. En 1899 cruzó el Círculo Polar Ártico y superó por cuarenta kilómetros la marca establecida hasta entonces en el camino hacia el Polo Norte; en esa expedición perdió por congelación varios dedos. Diez años después —este breve articulo solo es un imperfecto resumen de su increíble vida— superó por primera vez los seis mil quinientos metros de altitud en la ascensión del célebre K2. Fue por una vía abierta por él y denominada de los Abruzos en alusión al título nobiliario —duque de los Abruzos— que este amante de la aventura ostentaba. Tras la Primera Guerra Mundial, en la que combatió formando parte de la marina italiana, vivió en Somalia, donde creó poblaciones alrededor de granjas experimentales y realizó expediciones a lugares aún no hollados por el pie occidental. 

Murió en Jowhar (Somalia), de resultas de la enfermedad incurable que padecía y de las exigencias de una expedición accidentada incluso para él. Tenía sesenta años. Eligió para fallecer un lugar sencillo, apartado de las cortes europeas, de protocolos, preeminencias y ceremoniales, con los que solo cumplió cuando le fue imposible evitarlos. Cuentan que su última mirada fue para el retrato de la norteamericana Katherine Elkins, su amor imposible. 

Sebastián Álvaro, periodista especializado en escalada, ha escrito sobre él: «Resulta increíble que a la misma persona se le deba la primera escalada de la arista Zmutt del Cervino, la ascensión y exploración del inhóspito San Elías, en Alaska; el descubrimiento del espolón sureste del K2, que en adelante será “de los Abruzos”, por donde transcurrirá 46 años después la primera ascensión; la exploración y primeras [ascensiones] del Ruwenzori. Y, más aún, que todo esto ocurriera a fines del XIX y primeros del siglo XX. Se trata de Luis Amadeo de Saboya, hijo del rey de España». 

 

Imagen: El monte San Elías desde el glaciar Malaspina. (Foto de Vittorio Sella, 1897).

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Víctor Espuny.


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