El Dios bautizado por el hombre
Después de una Navidad llena de momentos felices, celebrando con nuestras familias el nacimiento del Señor, el nuevo año y la Epifanía, este fin de semana celebraremos el Bautismo de Jesús con el que terminaremos oficialmente la Navidad. No es solo un acto más de todos, puesto que aunque todos tuvieron su importancia, su bautismo por Juan fue el primer acto público que realizó Jesús. Esto sería al alcanzar la edad que se lo permitía, aproximadamente unos treinta años.
La gran diferencia que tiene la religión cristiana con las demás es que nuestro Dios se ha revelado haciéndose presente en la historia, en un momento, lugar y entorno, pudiendo decir con precisión incluso quiénes eran los gobernantes de aquel lugar que sería el hogar de quien moriría por todos nosotros. Como sabemos en aquel tiempo Palestina estaba bajo el yugo romano desde hacía casi un siglo, aproximadamente en el año 63 a. C. cuando Pompeyo la tomara. En el momento del Bautismo de Cristo el emperador romano era Tiberio y el gobernador de Judea Poncio Pilatos, Herodes virrey de Galilea y sumos sacerdotes Anás y Caifás. Todos estos personajes nos son de sobra conocidos puesto que serán los que intervendrán unos años después en el juicio que terminara con la sentencia a muerte de Cristo. En la época en la que Jesús se revela lo hace en un lugar violento, puesto que había grupos que luchaban por la libertad de Israel. Los fariseos se oponían a adaptarse a la cultura helenística-romana y la aristocracia intentaba congraciarse con el orden romano. En todo ese ambiente surge Juan el Bautista como profeta después de mucho tiempo sin que el pueblo tuviese uno, siendo la voz que clamaba en el desierto.
Cuando se dice en el antiguo testamento que el cielo se cerró, se refiere a que se cortó la relación entre Dios y los hombres. Por eso en el momento del Bautismo dice el Evangelio: “…y en esto se abrieron los cielos y vio que bajaba el Espíritu de Dios como una paloma y venía sobre él. Y una voz que salía del cielo decía: éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”, en esta frase se restablece la comunicación entre el ser humano y Dios. La inmersión en el agua durante el bautismo simboliza la muerte y cuando se sale de ella la resurrección, por este motivo el bautismo es ya un adelanto de la pasión. En la época de Jesús el bautismo también estaba muy ligado a la confesión. Puesto que el judaísmo ya conocía las confesiones genéricas, reconocían personalmente los pecados y pedían perdón para empezar de nuevo. Jesús aparece en el Jordán entre una multitud de pecadores, se deja contar entre ellos e incluso insiste a Juan para que lo bautice como al resto aceptando ya su misión. Como vemos desde el principio no se avergüenza de la condición humana, sino que la acepta haciéndola suya y quiere que lo veamos y lo sintamos cercano. Él pasa todo un calvario por eso comprende nuestros sufrimientos, ¿qué le vamos a contar de dolor cuando él está colgado de una cruz?
En esta solemnidad vayamos a la Eucaristía con un corazón renovado, si podemos confesemos nuestros pecados, tomemos de su cuerpo y renazcamos como Él, del agua y del Espíritu. En Osuna no tenemos muchas representaciones de este momento para podernos recrear mediante la imagen física. Pero imaginemos mentalmente esa escena, la luz que la envolvía, los personajes, a Juan y a Jesús, el rio, los niños, soldados, prostitutas, fariseos… y metámonos dentro del suceso como uno más. Humildemente sin pretensiones de nada, tal cual somos a los ojos de Dios que hasta en lo oculto nos ve. Después de tener ese encuentro personal y directo con Él, podamos decir como Juan: “Yo lo he visto y he dado testimonio de que es el Hijo de Dios”.
José Luis López Reyes