El contrabandista de idiomas (Relatillo de verano)

Al despertar, la boca le sabía a coño barato portugués y a tabaco negro, de picadura. En su cabeza resonaba en bucle una suerte de fado injertado con fandango. Posiblemente, Juan Santamaría.
Almorzó en lo de Manolo. Casa Barbieri. Menú del día: aliño de chocos y unas sardinillas al carbón que se comió a pellizcos; todo ello regado con vinillo de mesa y rematado al postre con una copa, o tres, de amarginha que corría de la casa. Pero el día había empezado mucho antes: a las 8 y media ya estaba en la terraza de lo de María con su ‘bica’ de café sólo y con el tercer cigarro (Gitanes) encendido entre sus labios de besuguilla boqueante, leyendo a Ignacio Camacho y López de Sagredo en el ejemplar del ABC de Sevilla que cada día le guardaba el Banego en lo suyo. Su ritual de cada mañana culminaba echándose al cuerpo un anisete dulce ‒o tres‒ que templara su pulso: La Castellana o Chulo de Badalona preferiblemente. No le hacía ascos al aguardiente baratuno de Mercadona.
Su vida había cambiado de raíz de un golpetaso que pegó en lo de los ciegos. 7-10-15-26-34-35-37-09: la misma combinación que heredó de su tía Ricarda, que en paz descanse, ‒como la clave de una caja fuerte‒ y que a base de insistencia le acabó pagando un pie de playa en Isla Canela, la mayoría de acciones del Ayamonte CF (al que pretendía reflotar con el fichaje de viejas glorias béticas) y, sobre todo, una participación importante en la sociedad anónima Hijos de Rafael Reyes, que a la sazón fabricaba el Machaco de Rute: aquél espirituoso califal que tantas madrugadas de contrabando del langostino y de clandestinidad del coquineo le había infundado el valor suficiente para cumplir con su ilegal empresa y su medio de vida. Él apostaba por la diversificación del producto, la producción de licores que fueran más allá del de matalahúga: licorcillo de hierbas, orujillo de endrinas… Ello le llevó a un encontronazo con la familia productora, especialmente gorda fue la bronca con el heredero Manolo Reyes que le costaría el tercer baipás coronario: el segundo vino por un voto de confianza al sanchismo y el del estreno por el descenso de su Betis.
Sumando las deudas de juego y los préstamos a amistades y familiares, poco le quedó de aquél pelliscaso de suerte. Al menos pudo retirarse de su hasta entonces vida itinerante y chatarrera entre el marisco de contrabando y la recogida sin licencia de coquina. Contaba siempre lo de aquella noche sin luna que con 7 cajas de gamba blanca a lomos de la motora la guardinha portuguesa abrió fuego contra su persona y pudo escapar de milagro no sin llevarse un tiro en el talón de Aquiles causante de su ostensible cojera. Fue en el queso diestro, el mismo que utilizaba para escarbar en la arenilla de Isla en busca de los bivalvos y que quedó inútil.
Pepe ‒disculpen la tardanza en la presentación‒, así es conocido en la margen diestra del río y João, en la siniestra. De madre portuguesa, de Castro Marim y padre vasco, marino de Guetaria, mi tito juega con su doble nacionalidad a ser uno aquí y otro allá. Le gusta imaginar que la voz lanzada al Guadiana en un idioma viene de vuelta con el eco de la otra lengua:
‒¡Gracias!
‒Obrigado!
Los ardores de la sesentena los va matando en lo de su amigo Pichi, que regenta lo que eufemísticamente puede denominarse como local de ocio nocturno. A mí me gusta llamar a las cosas por su nombre: aquello es un putiferio o un casinillo multiservicio, donde uno va a darse a todos los vicios: no es inusual que bajo la mesilla de tahúres haya un par de búlgaras o dominicanas ganándose el pan: más de una vez algún parroquiano se ha llevado por delante el tapete con las cartas por una dentada en el glande o un picotaso en el frenillo. Allí se junta lo más granado de las dos orillas: algarveños que sirvieron en la Legião Portuguesa a las órdenes de Salazar, marineros de Isla, negreros de la fresa de Lepe, contrabandistas de atún, decrépitos cantantes de fado y picoletos franquistas. Se bebe J&B, Tía María y Frangélico.
(Continuará… O no)
