El Congreso de Hermandades en perspectiva

El II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular celebrado en Sevilla tuvo un multitudinario cierre con la Procesión Magna del pasado domingo. Todo un éxito en muchísimos sentidos, según cuentan los asistentes y organizadores. De la procesión, digo. Porque del Congreso, esto es, de sus conferencias y conclusiones, se ha hablado más bien poco. Cabe una excepción que en Sevilla es siempre la mejor baza: el comodín de las Hermanas de la Cruz y la primera conferencia pública de su Madre General. Una ponencia evangélica y devota de pitón a rabo.
Recuerdo, en cambio, que cuando se celebró el I Congreso Internacional, hace ahora 25 años, muchas de sus ponencias trascendieron a los medios de comunicación locales. Se revisaron en prensa y radio, también se criticaron varias de sus propuestas o el tono de los ponentes mucho más allá de los círculos eclesiásticos. Quiero decir que fue algo relevante, que interpelaba. Era también la consecuencia lógica de una preparación remota desde las parroquias, hermandades y Consejos de Hermandades, usando esquemas específicos. Es decir, hubo una gran determinación de toda la Archidiócesis en la preparación y celebración del Congreso. La consecuencia, vista en perspectiva, no se hizo esperar: fue un revulsivo en la vida pastoral y apostólica de las parroquias y sus hermandades que ha determinado todos estos años.
Se puede decir que dejó un legado de largo alcance. Bajo mi punto de vista, fue esencial saber trasladar al conjunto de las hermandades los pilares fundamentales de formación, liturgia y caridad, que con tanta naturalidad se han incorporado hasta nuestros días. De hecho, se reformaron las Normas Diocesanas para Hermandades y Cofradías con este fin más pastoral. Se procuró llegar hasta el último pueblo para dar cauce a hermandades sin reglas, a situaciones de conflicto abierto con los párrocos o a la creación de nuevos Consejos de Hermandades. También se acompañó con exigencia a los nuevos proyectos de hermandad, con un seguimiento pastoral amigable, pero mucho más exhaustivo.
La Delegación Diocesana de Apostolado Seglar integró a los cofrades en sus planes formativos, encuentros y espacios de reflexión. Los capillitas ya no eran una suerte de “laicos de segunda” ni la religiosidad popular una preparación para la verdadera evangelización. No. Ahora en Sevilla se les reconocía de verdad como un camino de santidad dentro de la Iglesia.
Por entonces también pude experimentar cómo se puso en valor a los jóvenes y la necesaria formación humana y espiritual del relevo generacional. Fueron, además, años de una extraordinaria proliferación de vocaciones sacerdotales entre la chavalería cofrade. El por entonces Delegado Diocesano de Pastoral Vocacional de Sevilla fue invitado por la Conferencia Episcopal a impartir una ponencia a los responsables de pastoral vocacional de todas las diócesis de España. El objetivo era que explicara por qué el Seminario de Sevilla sumó en tan poco tiempo a casi 90 seminaristas, y allí, después de algunas explicaciones no muy bien traídas, terminó reconociendo que las hermandades eran referentes de comunidad cristiana a pie de calle para muchos chicos que entraban por mero sentido familiar de pertenencia o por pura afición, pero luego descubrían en el seno de la hermandad su vocación cristiana.
Vinieron hasta curas costaleros y se llenaron las casas de hermandad rocieras de 2 o 3 sacerdotes voluntarios para rezar la Salve ante la Virgen, cuando antes solo había unos cuantos que iban de casa en casa, siempre los mismos. Y se comenzó también a apostar por el potencial evangelizador de la religiosidad popular en un sentido mucho más amplio, organizando cruces de mayo con niños y adolescentes, procesiones al cementerio en noviembre, celebrando en Pascua misas por los barrios ante pequeñas imágenes de devoción popular llevadas desde el templo parroquial, recuperando las procesiones de impedidos, los vía crucis cada viernes de cuaresma, los rosarios de la aurora los días de fiestas patronales, las peregrinaciones nocturnas a la Virgen de los Reyes o el nutrido grupo sevillano que peregrina a Medjugorje plagado de cofrades que arrastran a gente indiferente que vuelve convertida…
El I Congreso fue un punto o atmósfera a la que se fue llegando paulatinamente en la vida diocesana, pero igualmente supuso un revulsivo. Y es que integró tanto a las hermandades en la parroquia que algunos incluso lo bautizaron como el “abrazo de hierro”. Así es, muchos cofrades comenzaron a sentir lo que eran las exigencias de la vida parroquial más que nunca, implicándose en los gastos y tareas de la parroquia, pero también soportando a un cura velando por las Reglas en cada cabildo. Y no unas Reglas cualquiera, sino las nuevas Reglas adaptadas a las actuales exigencias diocesanas.
Sin embargo, tengo la impresión de que ninguna de las conclusiones que se han sacado del II Congreso de Hermandades han aportado nada nuevo a lo dicho entonces. Tampoco han adaptado aquellos principios a la realidad de hoy de una forma concreta, interpelante y operativa. No ha habido una preparación con contribuciones por parte de todos los cofrades. Con propuestas públicas, expuestas y abordadas durante el Congreso.
Se ha vuelto a decir solo un poco de lo que se dijo entonces, pero 25 años después y ante un número reducidísimo de participantes. Y 25 años después se puede repetir el discurso, pero la sociedad ya no es la misma. Hoy el rostro de la juventud cofrade es otro, la indiferencia religiosa aumenta de forma galopante, los desafíos sociales no se parecen ni remotamente a los de hace un cuarto de siglo. La configuración de la sociedad sevillana es mucho más plural, los inmigrantes católicos latinos no terminan de encontrar un espacio en nuestra Iglesia local; mientras tanto, los ortodoxos venidos del Este que comparten su devoción popular con nosotros, su amor a la Virgen, siguen sin encontrar en a las hermandades y la piedad popular espacios de integración ecuménica. Ha aumentado la descalificación de los grupos pro-vida y se ha expandido la cultura de la muerte, la guerra llama a las puertas de Europa, las fronteras de las periferias son cada vez más dilatadas, el hedonismo neopagano desintegra el rostro del hombre, el relativismo deja a los más débiles a los pies de los caballos y la verdad se ha cambiado por un simple “cómo me siento hoy”. También nos asalta el desafío de la evangelización digital, donde solo parecen decir cosas interesantes para el gran público D. Demetrio desde Córdoba y Angelito “El Aguaó”.
Podría enumerar nuevos ámbitos de evangelización para las hermandades durante horas, pero lo que lamento profundamente es que no los haya abordado el Congreso y, sobre todo, que no se vean reflejados en sus conclusiones.
Si todo esto era una excusa para darnos un baño de masas y pasear por Sevilla a peces gordos de Roma, mi más sincera enhorabuena. Si quería ser un Congreso pastoral, permítanme decirles que yo espero más de las hermandades. Como terapeuta sé que cuando no se es exigente con un paciente adicto o con un chaval con un trastorno negativista desafiante, lo que les estamos diciendo es “no creo en tus posibilidades”. Entonces ellos se quejan pidiendo a gritos que les pongamos límites, porque necesitan no solo llamar nuestra atención, sino sentir que esperamos de ellos lo mejor. Salvando las diferencias, en la pedagogía de la comunidad parroquial ocurre lo mismo: si te exijo, es porque creo en la religiosidad popular, porque cuento contigo, porque valoro tu identidad y tu misión. Si solo te transmito 7 conclusiones bastante vagas, quizás lo que espero de ti no es mucho más que verte seguir sacando pasos, y más pasos, y más pasos a la calle. Como si las iglesias no se siguieran vaciando a la sombra del aplastante éxito de la Magna.
