“El campo pide enseñanza” – Naturaleza & Asfalto

“Maestra, ¿para qué voy a estudiar si yo voy a ir a trabajar al campo?” Tristemente, en los tiempos que corren, es habitual oír en las aulas este comentario. Y es que, muchos alumnos que cursan sus estudios de Educación Secundaria, piensan que si su fin será labrar la  tierra, de nada servirá crecer, culturalmente hablando; estudiar, desarrollarse, intelectualmente hablando, y, en definitiva: APRENDER.

Probablemente por sus edades, por desconocimiento o porque la propia sociedad nos ha hecho pensar que la alternativa a no estudiar es trabajar en el campo, muchos adolescentes – y también muchos adultos – corroboran esta afirmación.

Asimismo, la dicotomía campo & ciudad frente a desconocimiento & cultura sigue imperando en la actualidad a pesar de que cada vez nos cuesta más darnos cuenta de que la cultura y el conocimiento no deben ser antónimos de un sector que, como su nombre indica – primario-, representa la base sobre la que se asientan el resto.

No ha mucho, escuchábamos que “si el campo se para, la ciudad no come”. No faltos de razón, los trabajadores agrícolas reclamaban su derecho a una jornada digna, a un salario digno y a un reconocimiento digno por parte del resto de la sociedad que parece relegarlos a un segundo plano cuando, ciertamente, sin la tierra, sin la naturaleza, no podemos construir nada. Por eso mismo no podemos permitir que nuestra juventud siga creyendo así y siga haciendo valer en el tiempo que lo opuesto a la enseñanza, al aprendizaje; es el campo.

Una vez más, echar la vista atrás nos hace ver que otras realidades y otros escenarios pueden existir si somos capaces de, en este mundo que va tan deprisa, detenernos, reflexionar y, si es posible, aprender, nuevamente, de nuestra historia. Y eso es lo que ocurre cuando desempolvamos el cajón de los recuerdos y encontramos tesoros que, otrora, alguien escribió e iluminó con sus conocimientos y opiniones a sus lectores. Me refiero, en esta ocasión, al artículo que abría la Revista de Feria de 1970 y que, junto al sumario de la misma, rezaba del siguiente modo: “El campo pide enseñanza”. Entre sus líneas, el abajo firmante como DIANFE, aseguraba que:

“[…] ahora la inquietud, el afán de saber, de conocer ha ido derramándose lentamente hasta llegar al campo. Y en la mente, del muchacho campesino ha podido anidar también y muy justamente, aquella inquietud, aquel desvivirse por todo lo nuevo que, de antiguo, venía siendo al parecer cosa exclusiva de sus hermanos de las grandes ciudades. […]”.

Ojalá, y todo aquello que parecía fraguarse hace ahora medio siglo vuelva a nuestras vidas y aquellos que creen que la alternativa al abandono escolar es la agricultura, sean conocedores de que EL CAMPO PIDE ENSEÑANZA. De ahí que el artículo publicado en 1970 finalizase con la esperanza de que España y los españoles estaban cambiando y lo rural estaba adquiriendo la importancia que merecía entonces y sigue mereciendo, también, hoy:

“[…] Todo eso ha pasado y bien que haya pasado. ¿Sabeis [SIC] por qué?

Porque España ha desentumecido sus miembros, ha caído [SIC] en la cuenta de que ella no sólo es ciudad, sino también campo. Y entonces el hombre de la ciudad, el joven, el maduro, han comprendido que en la vida de cada uno el campo tiene una importancia de excepción. […]”.

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No podemos permitirnos el lujo de desandar lo andado, de desaprender lo aprendido porque el derecho y la obligación a la educación y al trabajo, de los que disfrutamos en nuestros días, son el resultado de la lucha que nuestros antepasados han mantenido a lo largo del tiempo para que hoy sean una realidad. A pesar de haber costado vidas, sueños e ilusiones.

María Jesús Moscoso Camúñez

 

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