Ejemplos

Si uno se para a pensarlo, todos somos educadores. Da igual si tenemos título, criamos niños o ejercemos de profesores de alguna materia en algún centro educativo: desde el momento en que cumplimos veinte o veinticinco años, y aun antes, servimos de referencia a aquellos más jóvenes que nosotros. Esta consideración puede tener una consecuencia no deseada, paralizante, que nos haga dudar continuamente de los pasos a seguir y nos impida vivir en libertad. Estaría bien recordar que la libertad no existe, es solo un anhelo inconquistable; una vez que se entiende esto se vive mejor.

Vivimos en comunidad e interactuamos continuamente con otras personas que no debemos ignorar. Si lo hacemos acabamos siendo uno de aquellos cuyo cadáver aparece momificado en su casa meses después de su muerte porque nadie los echaba de menos. Siempre va a existir gente así, por supuesto, lobos solitarios, incapaces de acoplarse a una mecánica de grupo, a menudo misántropos e insolidarios. Allá ellos. El resto no puede olvidar el ejemplo que da a los más jóvenes desde que pisa la calle al salir de casa o cada vez que publica algo en una red social. Intenten recordar cómo eran durante su adolescencia. Busquen un adjetivo, uno solo. Estoy seguro de que habrán pensado en inseguro o alguno similar. Esa inseguridad era la misma que nos llevaba de niños a sentirnos bien al lado de los mayores de nuestra casa: su cercanía nos daba protección, defensa y certidumbre. El proceso que nos conduce a convertirnos en uno de aquellos adultos que teníamos como referencias positivas en las primeras etapas de la vida termina en algún momento. Ya no los necesitamos, nos hemos hecho mayores y ocupamos ese espacio, nos convertimos en aquellos modelos de conducta en las que nos fijábamos cuando estábamos construyéndonos. Por eso, todos, tarde o temprano, somos educadores y bien está que seamos conscientes de ello.

Un ejemplo típico. Vas caminando por la acera y te encuentras con un semáforo en rojo para los peatones. Te detienes. A tu derecha, un niño desconocido de unos diez años espera que se ponga en verde. Ha sido educado por sus padres para respetar las leyes de tráfico y aguarda con paciencia a pesar de no venir ningún vehículo. Sabe que cruzar en rojo es peligroso. Pero el crío está ya en una edad en la que es capaz de pensar por sí mismo con profundidad y observa todo lo que ocurre a su alrededor. ¿Qué haces? ¿Cruzas?

El futuro está ahí. No tenemos que esforzarnos en crearlo, viene solo, pero sí podemos hacer algo por él. Ese crío que está a tu lado y te observa con el rabillo del ojo será un día como tú, estará en tu sitio, y en ese momento tienes la posibilidad de demostrarle que crees en la utilidad de las normas, y en la bondad de su cumplimiento, para vivir en sociedad. Ese crío eres tú cuando eras pequeño. Tengamos o no hijos no debemos desentendernos del futuro de la humanidad, y el futuro es de ese niño que te observa.

Son tantas las parcelas en las que puede mejorar la sociedad que la lista de acciones ejemplares sería interminable.

Es verano. Estás sentado cerca de una heladería y observas a la clientela. Digamos que no tienes nada mejor que hacer. En este momento sale del establecimiento un adulto seguido por dos niños, los tres muy felices con su helado. Cada uno lleva en la mano un polo que le ha sido entregado envuelto en un papel. El adulto, que camina primero, retira el papel y lo tira al suelo sin mirar siquiera si hay alguna papelera disponible. ¿Qué hacen los niños? Exactamente lo mismo, se van de allí felices pero dejando la acera sembrada de papeles. ¿Nadie le enseñó a ese adulto que la calle debe ser una continuación de su casa? Seguro que en ella no anda tirando papeles por el suelo.

Otro ejemplo de los muchos posibles. Vas en el coche con los niños —hijos, sobrinos, nietos, los hijos de los vecinos, da igual— y llegas a un semáforo en rojo. Tu coche es el primero, se detiene cerca del paso de cebra. Ante vosotros aparece en ese momento un malabarista. Es un joven de ropas arrugadas y aire cansado pero sonriente, que ejecuta un número para despertar vuestra admiración y luego pasar la gorra. Puedes darle o no una moneda, puedes tildarlo de vago o inútil, puedes elogiar su habilidad, pero todo lo que hagas quedará grabado en la memoria de los niños. (Estará bien que seas sensible al arte, aunque seguro que ya lo eres).

No podemos pedirle a un niño que sea educado pero sí podemos pedirle a sus mayores que lo eduquen, y esos mayores somos todos, tengamos o no descendencia. Mientras antes seamos conscientes de esa realidad, antes se iniciarán los cambios y podremos creer en un futuro mejor, un tiempo de solidaridad, respeto y buena convivencia.

 

Imagen: Malabarista actuando en un semáforo (tn24.com.ar).

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Víctor Espuny

 

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