Dos Cuaresmas


No me refiero a los más de ochenta días que transcurrirán este año entre la Epifanía y el Domingo de Ramos, haciendo la espera soñada casi interminable, sino a las líneas cada vez más divergentes que, teniendo un origen común de fe religiosa y devoción popular, van trazando dos rumbos en el mundo cofradiero que, muy a nuestro pesar, irremediablemente nos están llevando a destinos muy diferentes y, lo que es peor, distantes.
Por un lado, tras el prólogo que va entre el Gran Poder en enero y el Calvario o la Amargura en febrero, transcurre el itinerario cofradiero cuaresmal sustentando, sobre todo, en los cultos de las hermandades -novenas, septenarios, quinarios…- que se apoyan en los fuertes pilares de sus domingos, en que resuenan las grandes voces de las Tentaciones, la Transfiguración, la Samaritana o la Resurrección de Lázaro. A estos evangelios le hacen los coros nada menos que Isaías y los demás profetas, las páginas del Éxodo o el salmo Miserere. Nuestras imágenes sagradas, a las que tanto veneramos, traducen admirablemente en la madera todo esto que está escrito y escuchamos estas semanas. Que solía ir bien acompañado de retiros, encuentros y convivencias de hermanos, especialmente los viernes. También, jóvenes y mayores arracimados, con sus momentos líricos rematados con alguna saeta y, casi un rito final, su tinto y su pescao frito, pura hermandad. Lo divino y lo humano, estar cerca del Señor y de los hermanos, en este tiempo de conversión y reconciliación, siempre dentro de las cofradías. Sin embargo, no es difícil constatar que en muchos de estos cultos y citas internas está habiendo suficientes huecos libres que pueden ser ocupados por otros muchos hermanos. Parece que esta vida cofrade de siempre está un tanto venida a menos, empequeñecida.
Y frente a esta Cuaresma digamos que antigua y tradicional, de vida interior cofradiera en las capillas y casas de hermandad, tenemos otra superpuesta que despega a gran velocidad. Esta está basada en galas, premios, conciertos, carteles, eventos y certámenes en torno a la capa más epidérmica de lo cofradiero que triunfa y arrasa allá donde está presente. La podemos acompañar, además, con traslados de imágenes que suponen más que muchas procesiones, de vía crucis callejeros en los que lo último que aparece presente son las catorce estaciones, de papeletas de sitio on line y de cortejos nazarenos alejados, sin contacto apenas, con el templo donde moran las imágenes. Una Cuaresma mediática, espectacular, superficial, lúdica y de gran tamaño que, irremediablemente, desembocará en una Semana Santa alejada del misterio de Dios. Ya hay voces que, desde hace tiempo, están alertando sobre ello.
Parece que las líneas que siguen ambas Cuaresma, en vez de confluir en las devociones de las familias, de los barrios, en los cultos inmemoriales que llenaban los templos de cofrades y devotos, en la intimidad semanasantera que iba por dentro y explosionaba en las calles en torno a la luna de Parasceve, cada vez están más separadas. Y nos llevarán a puntos muy alejados. Tanto que, visto lo que estamos viendo, alguien puede estar pensando ya en proponer cambiar de fecha las celebraciones del Domingo de Ramos, de los Oficios del Triduo Sacro y de la mismísima Vigilia Pascual, para que no nos estropeen nuestra Semana Santa.
