Donde nace el paso: Una danza de esperanza

Hay cuerpos que no bailan por fuera, pero dentro guardan un ritmo secreto. Y hay otros que nacen con el don de traducir el alma en movimiento. Cuerpos que no se limitan a ejecutar una coreografía, sino que son capaces de contar historias, de sostener otras vidas con el simple gesto de estar presentes. El tuyo es uno de esos cuerpos.
Desde que te conocí, me impresionó esa forma tuya de caminar por el mundo: como si cada paso fuera consciente de su peso y de su ligereza al mismo tiempo. Fuiste alumna, sí, pero lo fuiste de una manera tan intensa y generosa que era difícil no aprender también de ti. Y después, cuando te convertiste en terapeuta de mi hijo, supe que estabas bailando para él. Que cada indicación, cada mirada, cada pausa, cada juego, cada risa, era una coreografía de cuidado y entrega exquisita. Un arte silencioso donde el amor se convertía en terapia, y la danza, en lenguaje común.
Ahora, en este tramo difícil, cuando el cuerpo se vuelve escenario de resistencia y la incertidumbre aprieta, quiero recordarte lo que quizá tú ya sabes, pero cuando el dolor nubla los paisajes, a veces olvidamos nuestro ser y tú estás hecha de montaña. De esa materia antigua que no se deja vencer por la tormenta. De roca viva, de cumbres nevadas y amaneceres que no se rinden.
Porque conoces bien las alturas. Las has buscado, respirado y amado. Has subido senderos imposibles con la única brújula de tu voluntad. Y eso, amiga, no desaparece. Ese latido sigue dentro, incluso en los días más oscuros. Incluso cuando el horizonte se presenta con espesa niebla. La montaña enseña que hay momentos en los que hay que parar, escuchar el cuerpo y esperar. Y también enseña que toda cima se conquista desde abajo.
Este proceso vivido ha sido una coreografía invisible, íntima y desgarradora. Y, sin embargo, también en ella has estado creando. Quizás no haya sido la belleza del aplauso de un público embobado en un teatro por la expresión de unos pasos encadenados, pero sí un vibrar intenso nacido del coraje, del sigo, aunque me duela, del estoy, aunque tenga miedo, del confío, aunque no entienda. ¡Cuántas piruetas nos sigues enseñando! Porque resistir, sostenerse, respirar y soltar también es danzar.
En el silencio de esta etapa hay música. Una música nueva, que aún estás componiendo, nota a nota, con cada día que pasa. Y quienes te queremos, quienes hemos sentido el eco de tu entrega y tu pasión, estamos aquí, bailando contigo en esta melodía compartida. Aunque no estemos cerca. Aunque no digamos nada. Somos esa red tejida de memorias, de gestos y de gratitud que desearía ahora abrazarte y devolverte todo lo que has dado.
Te pienso como un solo de danza en la cima de una montaña. Descalza, firme, respirando el viento con los ojos cerrados. Sabiendo que cada paso, incluso el más pequeño, es una victoria. No hay cima sin camino previo, y tú, amiga, te has llevado toda una vida ensayando la perseverancia.
Por eso sé, sabemos, que ahora estarás danzando con fuerza. Y en este instante, cada paso que vuelve a nacer en ti seguirá siendo el más hermoso de todos. Y cada recuerdo que generemos gracias a todas esas pequeñas cosas hermosas que compartiste, hará bailar nuestros corazones bajo el cobijo y la sinfonía de tu sonrisa.
