Disfrute de la jubilación, señor Djokovic


Como muchos españoles, y otros que no lo son, durante este abierto de Australia —acabado hace una semana con triunfo de Jannik Sinner— tenía la esperanza de ver a Carlos Alcaraz levantar el trofeo. El murciano, hijo de una familia humilde y criado en un pueblo situado entre Murcia y la sierra de Carrascoy, en la España esa que siempre coge a trasmano, había llegado a cuartos después de unos partidos muy prometedores. Y en cuartos se encontró a Novak Djokovic. El partido cayó de lado del serbio por 4-6 6-4 6-3 6-4 después de que el balcánico pidiera asistencia médica tras perder claramente el primer set. El partido sufrió un parón de un cuarto de hora en el que Alcaraz tuvo que levantarse y ponerse a calentar. A mí Novak me recuerda a los hombres mayores —tendrían cuarenta, pero a mí me parecían poco menos que viejos— con los que jugaba a mis veinte años. Estaban llenos de artimañas. Para ganar, algo que a menudo conseguían, hacían de todos menos jugar al tenis. (Los nuestros, se entiende, eran partidos de aficionado, completamente amateurs, solo comparables en la psicología deportiva). Me ocurría como a Carlitos, y ante tanto truco y fingimiento perdía la paciencia, la concentración y el partido. Si Alcaraz hubiera mantenido la cabeza fría y hubiera ido con toda su malicia en el segundo set, hubiera ganado sin duda el encuentro y luego, en semifinales, hubiéramos asistido a un Alcaraz-Zverev para el recuerdo. Pero el murcianito no fue capaz de poner en juego las armas de que disponía y dejó que el serbio se recuperara de la lesión, aunque esta, en buena parte, parecía fingida. Dice mucho de la opinión generalizada que existe sobre el tenista serbio el hecho de que haya tenido que compartir en redes la resonancia magnética que supuestamente demuestra se lesión. Si Djokovic hubiera tenido un desgarro muscular en el muslo, como aparentaba, hubiera sido incapaz en el segundo set de correr como lo hacía y de llegar a bolas imposibles para cualquier otro que no posea su proverbial elasticidad, pues nadie le puede negar al serbio unas condiciones físicas increíbles para la práctica deportiva. Pero el hombre tiene ya treinta y ocho años y, sinceramente, haría bien en retirarse. Pete Sampras, el gran norteamericano de raíces griegas, de quien admiré partido a partido su solidez y su capacidad de concentración, lo hizo con treinta y dos años y rodeado del cariño de todos. Nadal lo ha hecho a los treinta y ocho, la edad de Djokovic, después de unas cuantas temporadas de lesiones continuas; más le hubiera valido retirarse cuando aún las lesiones no le restaban competitividad. Tal fue el caso, ejemplar en muchos aspectos, de ese elegante suizo llamado Roger Federer, que lo hizo con cuarenta y un años, mermado por las lesiones, pero aún en perfecto estado de forma. No sé, será quizá algo irracional, químico, pero a mí Djokovic no me cae bien, me parece que tiene el colmillo demasiado retorcido. Ganó a Alcaraz, sí, por la ingenuidad del murciano, y llegó a las semifinales. En ellos se enfrentaba a Alexander Zverev, un alemán de uno noventa y ocho de estatura, veintisiete años y un físico que ya quisiéramos los demás. Según las declaraciones de Djokovic tras retirarse en esa semifinal después de perder el tie break del primer set, para intentar recuperarse de la lesión del partido con Alcaraz había estado sin coger una raqueta hasta una hora antes del partido con el alemán. Eso contó en rueda de prensa. También dijo en ella «en los últimos años me he lesionado bastante, no sé cuál es el motivo». No sé si lo dice en serio, pero creo que todos los demás sí sabemos el motivo: tictac, tictac, tictac, eso que se llama paso del tiempo, que a nadie perdona. Ahora, que todavía está en relativo buen estado, Djokovic haría bien en retirarse, para no ir arrastrándose por las pistas de tenis, y dejar su lugar a las nuevas generaciones, que son muy prometedoras. Además de Carlos Alcaraz y el magnífico Jannik Sinner, el italiano, frío en la pista, maquinal, actual número uno, ambos muy jóvenes, por detrás vienen empujando figuras emergentes aún más jóvenes, como el brasileño João Fonseca o el suizo Henry Bernet, que reclaman su sitio entre los mejores, darán espectáculo y alegrarán los cuadros de los torneos con caras nuevas. Cuando uno empieza a declinar, debe retirarse, y más si lo ha ganado absolutamente todo. La juventud reclama su lugar.

CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.