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Despertares veraniegos

Despertares veraniegos

No cambio por nada la sensación de poder levantarme a aquella hora en la que el sol ya pica. Con la resaca en las sienes, desperezarme y servirme un tazón de leche con los cereales rellenos del Mercadona. Repasar con los ojos hinchados las stories de Instagram, detenerme en las más interesantes, perderme en el vuelo de un mosquito que revolotea a mi alrededor con su música repetitiva, que se pose en mi piel, hacer el gesto de apartarlo y quedarme orgullosa pendiente de la tonalidad de mi brazo moreno. Seguir curioseando las redes sociales, que es la forma de ver el verano de las amigas que veranean en otras playas, empezar a cogerle el pulso al día hasta que me llega un mensaje de otra amiga que también se ha despertado.

Ponerme el bañador y las chanclas, meter la toalla y la crema en la bolsa de Brownie, lavarme la cara y quedar con ella donde siempre quedamos, a mitad de camino de su casa y la mía. Verla de lejos y empezar a reírnos mientras me voy quitando los airpods, ir reconstruyendo la noche a golpe de “¿te acuerdas?” mientras hacemos la bajada. Llegar al sitio de siempre, colocar el campamento en esa localidad estratégica y panóptica donde controlamos cada movimiento. Terminar de destripar la noche anterior. Echarnos crema, poner música, tumbarnos hasta que el calor sea insufrible y decidamos bañarnos.

Caminar hasta la orilla hablando de cualquier gilipollez con cara de interés por si alguien está mirando. Meter el pie, quejarme del frío. Ir entrando poco a poco hasta sumergirme, apartar alguna alga, echarme el pelo para atrás. Dos o tres ahogadillas y para fuera. Ahora ver a la gente de frente, cerciorarme de si miran, mirar de vuelta y seguir hasta la toalla. Tumbarme y decirle a mi amiga lo buena que estaba el agua. Esperar a que se me sequen las manos para sacar el paquete de tabaco adornado con el estuche fluorescente y encenderme un cigarro. Incorporada, meter la nicotina hasta los pulmones y echar el humo. Ahí es donde agradezco que exista este momento llamado verano.

Llegan más amigos, volvemos a lo de anoche, cada uno cuenta su historieta. Paramos al hombre que va con la nevera y compramos latas. Bebemos y metemos las colillas dentro de las latas. Amortizada la mañana, y después del último baño, planificamos la noche. Hoy dicen de ir a una discoteca del centro del pueblo. A todos nos parece bien. Quedamos a eso de las nueve para hacer la previa. Recogemos y subimos a casa.

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De ir a la playa lo que más me gusta es el volver, oler desde la puerta la comida y tratar de adivinar lo que se está preparando, ayudar a poner la mesa, ducharme y ver como la arena que se había quedado en mi cuerpo se pierde por el desagüe. Comer y echarme en el sofá, que la voz de Jordi Hurtado haga su magia, quedarme totalmente roque. Levantarme y quedarme amodorrada, pensar mirando al techo lo que me voy a poner, preguntarle a mi amiga. Poner música, encerrarme en el cuarto a arreglarme, quedar donde siempre quedamos, a mitad de camino de su casa y la mía. Lanzarnos piropos, comprar la botella. Beber, ir a la discoteca, bailar, ronear, vivir.

Ojalá poder cambiar esta sensación, me acabo de despertar, pero el sol no pica, no es una resaca lo que me recorre las sienes, es algo más que un simple embotamiento. Siento el cuerpo raro, no sé muy bien qué hora es. Tengo mal cuerpo, no quiero ni los cereales rellenos del Mercadona. Intento hacer memoria pero no me acuerdo de nada, tuve que pasarme tres pueblos. Cuando me encuentro con mi madre veo que su cara es un enigma, es raro, si la hubiese liado estaría cabreada y no dudaría en reñirme, sin embargo, su semblante es como si me compadeciera. Me siento fuera y miro los WhatsApp, ahí es cuando se me para el corazón, me meto en Instagram y hay stories. Una mosca revolotea a mi alrededor con su música repetitiva y se posa en mi muslo. Es ahí cuando veo el moratón. Ayer me pincharon. Y la incertidumbre y el miedo empiezan a ahogarme.

Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti

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