
Una etiqueta que aporta un punto de sofisticación y glamur (por no decir esnobismo y petulancia) que, por supuesto, como su nombre indica, tiene resonancias californianas: evocando las playas de San Diego, la práctica del surf en Santa Mónica, la bahía de San Francisco, el glamur de Hollywood, Los Ángeles, etcétera. Una sofisticación pretenciosa y risible cuando uno se acuerda de los braceros de la remolacha en Trebujena, de los jornaleros y piratas de las novelas de Caballero Bonald y Fernando Quiñones, de los mayetos de Rota, de los chapús de Cádiz y Chiclana, de la masacre de Casas Viejas, de los canis y los puntos del Campo de Gibraltar, de los paisanos de La Janda (lo más bruto que hay), del menudeo de droga en los barrios a la sombra de El Puerto y Sanlúcar, del toro de cuerda en Grazalema, de las maris de La Caleta («shoshete«, «pishita mía»)… En fin, de esa fauna autóctona, genuina, que la pueden calificar (con el debido respeto) de lo que quieran menos de sofisticada o glamurosa.
Pero Cádiz está de moda: nada nuevo bajo el sol. Durante los meses de julio y agosto son multitud los españoles, especialmente pijos, que vienen a la provincia para pasar unos días.
Para ellos, lo gaditano representa la cara amable de la vida; al punto de mirar lo de aquí con condescendencia y llegar a concebir Cádiz como un tótem; de idealizar una tierra, que si es cierto que tiene unos recursos naturales excepcionales, no deja de esconder un montón de porquería bajo la cama (no sé si a la espera de que la barra definitivamente el levante), para que el turista disfrute de una experiencia de diez y, por consiguiente, saque una imagen falseada, manipulada, idealizada de este rincón del sur, que se desangra por sus cuatro puntos cardinales: paro al oeste, narcotráfico al sur, huida de la juventud al norte y dependencia del turismo, con la fuga industrial, al este.
Se explotan, se sobrexplotan los recursos naturales (las playas, la gastronomía y hasta la gracia) por parte de los jeques de la patronal turística, que se los alquilan con un lacito y una sonrisa al potentado visitante.‘Cadizfornia’ es un parque temático, una suerte de Disneyland andaluz en el que los gaditanos juegan un papel de actores secundarios con un atrezo pintoresco y amable concebido para complacer los prejuicios del turista: la puesta de sol, las chirigotas, las playas paradisíacas, el mejor atún rojo, la «grasia naturá» de los gaditas («¡quillo, pisha!») que curran en la hostelería, etcétera.
‘Cadizfornia’, en definitiva, es un montaje para complacer los prejuicios de los señoritos de Madrid y el País Vasco. Pero ¿por qué se presta el gaditano a esta pantomima? Pues porque no tiene otra salida o porque es de natural carajote (¿a quién no le gusta que le rían los chistes, y encima le den una limosna por ello?).
Por eso, para los gaditanos genuinos (no los millones de autoproclamados hijos adoptivos de aquí, a lo Alejandro Sanz, que el tío tonto hasta pone acento de gadita de Miami), para quienes vivimos aquí los doce meses del año nos resulta por un lado risible y, por el otro, nos da coraje esta etiqueta falsa y cursi de ‘Cádizfornia’, ideada seguramente por los responsables del sector turístico (apoyados en los copys de Mr.Wonderful), a los que no les importa someter a la juventud gaditana a unas condiciones draconianas como peones del sector servicios, mientras pone su mejor sonrisa, la más hipócrita y falsa, al visitante: cuanto más abultada tenga la cartera, más brillante será esta.
Lo cantaba la chirigota de Vera Luque, precisamente llamada paródicamente ‘Los Cadizfornia‘ en un pasodoble crítico con esta etiqueta, con este turismo de aluvión y con la masificación de unas playas, de unaprovincia, que no dejan espacio al propio gaditano para disfrutar de su tierra en los mejores meses de esta:
Cadizfornia la invasión
Y el constante postureo
Del más cutre famoseo
Que sale en televisión
Cadizfornia es pa la gente guay
Pero no pal gaditano
Que hace tiempo que está viendo
Que se ha quedao sin verano
Un postureo, a todas luces implementado o potenciado por las redes sociales y sus etiquetas, en el que se compite por la mejor foto de la puesta de sol desde Trafalgar o La Caleta, o por el mejor posado veraniego coronando la cima de la duna de Bolonia o, a lo Ana Obregón, a la orilla de la playa de Sancti Petri; de los mojitos en El Tumbao de Tarifa o en Phi-Phi Beach.
¡Hay una inflación de lo gaditano, de la marca Cádiz, y esto va a explotar!
