El deseo y la culpa
Hay novelas de influencia pasajera en el ánimo del lector. Son aquellas engendradas con ánimo de entretener y poco más. Y luego están las otras.
El hacha y la estopa, de Emilio Mansera, no entretiene: subyuga. Dada la densidad de esta novela de análisis psicológico, el lector tiene que estar desde las primeras páginas provisto de la dosis de empatía y la pizca de fe necesarias para no cerrar el libro y escoger otro. Luego se verá recompensado. Un lector que debe ser maduro y poseer, a ser posible, cultura católica, al menos bíblica, para poder disfrutar de la lectura.
Emilio Mansera Conde (1929-1980) nació en Osuna en una familia de madre severa y muy lectora. Empezó a escribir en la adolescencia influenciado por profesores de literatura, principalmente don Alfredo Malo Zarco, que supo ver en él aptitudes especiales para tan sacrificada y absorbente ocupación. Pero Emilio no estuvo dedicado a la escritura a tiempo completo: tenía que vivir. Desde muy joven empezó a trabajar en la banca. Su futuro en ese mundo, tan alejado de la creación artística, se vio truncado por su carácter, impulsivo, y su aguda conciencia social. A principios de los años setenta, cuando ya había publicado varias novelas de éxito crítico, muy premiadas, abrió un bar en Madrid. Fue allí, según sus declaraciones, donde escribió La crisopa (1977), su obra más conocida, que cuenta el conflicto generado en la Iglesia por unos obreros en huelga encerrados en un templo. Emilio falleció en 1980 en Madrid de forma prematura. No dejó hijos ni pareja conocida. Su hermano Juan María, también escritor, había fallecido en Granada «en extrañas circunstancias» —son palabras del escritor Enrique Soria Medina, amigo de ambos— ocho años antes.
El principal atractivo de El hacha y la estopa es su sinceridad. Emilio Mansera, hijo de una señora culta de carácter obsesivo, usa esta novela para retratarla, para intentar entender su forma de ser, decisiva, sin duda, en la configuración de la personalidad de los hijos.
Los personajes principales de la novela son doña Lucía, don Edmundo y Pablo, Magdalena y Edmundo, los hijos de la pareja. Se trata de una familia de terratenientes de la Andalucía de los años cuarenta o cincuenta. El lugar concreto no aparece nombrado en ningún momento. Se habla de cortijos, ciudades y pueblos innominados, como si Mansera quisiera disfrazar su biografía o referirse a una historia localizable en cualquier lugar de la Andalucía señorial. Como excepción, son perfectamente reconocibles los lugares descritos en un pasaje inspirado en la necrópolis romana, las Canteras y la Vía Sacra de Osuna (págs. 165 y 166). Los narradores principales son Pablo y Edmundo. Ambos hablan desde un punto de vista estrictamente personal. El primero, el mayor de los hermanos, estudiante de medicina, logra finalmente un diagnóstico de la dolencia psíquica de la madre, que padece «delirios de santidad», y se esfuerza en psicoanalizarla, logrando Mansera de esa manera en la ficción la estabilidad y la seguridad que la vida le negó. La sexualidad aparece a los ojos de la madre como algo sucio, deleznable, que aleja de la deseada santidad. Doña Lucía intenta por todos los medios que sus hijos repriman esos sanos y naturales impulsos creando en ellos conflictos casi irresolubles ya en edad adulta. En El hacha y la estopa destaca también el personaje de Pablo por su apatía, su pereza, caracterización que une esta novela con otras narraciones como El extranjero (1942), de Camus, Los indiferentes (1929), de Moravia, y, si me apuran, Bartleby el escribiente (1856), de Melville. El hacha y la estopa, además, incide de manera especial en las malformaciones anímicas que podemos crear en los hijos.
Muy recomendable.
Emilio Mansera Conde, El hacha y la estopa, Barcelona, Círculo de Lectores, 1966. La primera edición, en Plaza y Janés, es de 1964.
Víctor Espuny
Fotografía de la zona monumental de Osuna (V. Espuny)
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CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.