Desde mi calle – Vacíos

Cuando oigo en La Ser “Hola, soy Leila Guerriero, soy periodista, vivo en Buenos Aires” pienso que no se puede abarcar tanto en un preámbulo.

Normalmente nuestros universos no suelen alcanzar tanto territorio mental. En los extrarradios de las grandes ciudades, los universos personales se concentran en pocos metros cuadrados. Los metros de las viviendas que dan para un par de habitaciones, una minúscula cocina, un baño donde apenas cabe una ducha, todo ello a cambio de una renta imposible de pagar. Hay quienes viven en el mundo de un piso solitario, en un edificio lleno de desconocidos.

Gaelia vivió ese orbe estrecho, de techos bajos y de prisas por llegar a todas las metas diarias. Salía en las tardes del incipiente verano de junio, a buscar todo tipo de trastos y desechos para amontonarlos y quemarlos en la Noche de San Juan. En esos días donde se alejaba de aquél mundo de estrecheces y seguridades, es donde tendrá una sensación que nunca entendió. No entenderá hasta que se hizo mayor, que alejarte de tu mundo te crea un vacío en el estómago. Cuando necesita sentirse segura, se acuerda de la pequeña lámpara sobre la mesilla de noche que le ayudaba a estudiar por las noches, de los rayos de sol que entraban por la persiana cuando amanecía, del ruido que su padre hacía de madrugada cuando se levantaba para ir a la fábrica. Ahora vive en un piso más amplio pero en ocasiones sigue sintiendo el vacío en el estómago. Cuando salen sus hijos por la puerta de casa, Gaelia necesita recordar el piso de su infancia, sus amigos de la calle, sus abuelos, sus padres jóvenes, sus tíos, sus primos. A veces llama a alguien de aquella época, con el propósito de que se le quite la sensación de vértigo hacia lo desconocido y la saque del páramo. Porque es en esos momentos cuando quisiera ser simple y segura, como la siesta que te devuelve a la cuna.

© Juan Zamora Bermudo

 

La voz de un charco

Conservo dentro de mí toda una serie de figuras, rostros, cuerpos que ignoro de quiénes son. Son animales y personas que se asoman o que incluso entran en mi casa sin mi permiso. Me tiran piedras, sonríen, hacen muecas o ponen cara de bobo sin saberlo. Yo consigo arrebatarles ese momento en el que se reflejan sobre mi superficie y los guardo en el fondo, hasta que la falta de lluvia hace que mi vida acabe por inanición

© Gaelia 2020

 

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Fotografía: Pixabay.

 

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