De Grace Kelly a Ibai Llanos: Símbolos de la desconexión

Pasa que una noche te da por echarle cuenta a alguien con más primaveras que tú y te sientas a ver una película que cuando naciste ya contaba con la friolera de 46 años de antigüedad. Andas enfrascado en estos cálculos absurdos, que lo único que persiguen es alimentar esa estúpida aversión a todo lo inveterado, reforzar tu reticencia a los largometrajes de otra época. Empieza y no sabes por qué, pero te interesa, te engancha. Ensayas una mueca escéptica, pero en el fondo estás disfrutando. Despliegas esa estulta y orgullosa manía que tenemos muchos de no saber o no querer reconocer que nos equivocamos prejuzgando, ese empecinamiento que muchas veces obstruye nuestras vivencias y limita nuestro crecimiento. No sabes cómo agradecer que te hayan obligado a abrir tu mente, y mientras sigues sorprendiéndote con las secuencias del descubrimiento, notas que, de soslayo, los ojos de tu flamante asesor se clavan en ti. Te mira, lo miras. Mueve la cabeza con un mohín de superioridad. Tú solo puedes reírte y asentir. Transcurren las escenas hasta que aparece una melena rubia, una silueta moldeada por ángeles de otro tiempo, una cara y unos ojos que acaban por completar la definición que tenías de belleza. “Es Grace Kelly”, dice tu acompañante. Pero tú no estás allí, te ha hipnotizado Frances y sigues boquiabierto hasta el final. Termina y tu abuelo se va a dormir y tu aciertas a decir avergonzado y en bajito: peliculón. 

Alfred Hitchcock, Cary Grant y sobre todo Grace Kelly me dieron esta lección hace poco. Muchas veces descartamos hacer, ver y escuchar cosas que creemos que no nos pueden aportar nada por el simple hecho de pertenecer a un tiempo que no concuerda con nuestra edad. Al igual que yo con mis inexpertos 19 años, muchos adultos más avezados y aguerridos en el noble arte del vivir, deciden obviar e incluso despreciar todo lo que pueda llevar la palabra juventud asociada. Del mismo modo que puede ocurrir que a nosotros (los jóvenes) nos produzca rechazo todo lo que tenga que ver con el pasado, a algunos adultos les da alergia todo lo que pueda significar tener que cambiar sus esquemas mentales. El repudio a la novedad solo acarrea retroceso. De poco sirve quedarse a vivir en un tiempo que ya acabó. Ni todo lo viejo tiene que ser aburrido para las nuevas generaciones, ni todo lo reciente tiene que ser burdo e inservible. Con frecuencia, las personas que se piensan cultas y se cierran en banda al progreso son las que quedan obsoletas. El único miedo que tienen es que al abrirse a nuevos conocimientos su condición de eruditos pueda verse afectada, cuando una de las condiciones innegociables de una persona inteligente es la de ser curiosa y abierta. El sabio que no avanza solo es un pedante. Pienso en ellos como una televisión vieja encendida a la que se le pixela el teletexto. No deja de ser el mismo error que cometemos muchos jóvenes. Menospreciar sin conocer es atacar sin armas.

Este problema de desconexión entre la vieja y la nueva escuela nos atañe a todos. Cada vez hay más puritanos en todos los campos, académicos de la sinrazón que piensan en la renovación como el modo más flagrante de traición. Incurren en el error de querer inculcar valores de antaño sin dejar que se establezcan nuevas formas de hacer las cosas. Quieren parar las obras de la creatividad poniendo líneas rojas a cada paso que damos. Tienen una concepción distorsionada de la pureza porque lo realmente puro es lo que se deja que emane de la libertad productiva de cada ser.

Dar la espalda a la vanguardia es un craso error que se paga muy caro. Creer como creen muchos periodistas “castizos” que Ibai Llanos no es más que un gordo simpático que se está beneficiando de la incultura y el amodorramiento de la juventud, es de vivir en un universo paralelo. Ahí están las audiencias, los datos y las entrevistas exclusivas que en bata y desde su casa está consiguiendo. Te puede gustar más o menos el contenido, pero si te están comiendo la tostada de una forma tan descarada, lo mínimo, en vez de clamar al cielo y echar pestes sobre lo que se ha convertido en tu competencia, es estudiarlo. Hay un nuevo tablero y las reglas han cambiado, querer pasar por alto la influencia que están teniendo Twitch, Youtube y Tik Tok en la comunicación actual es querer perder. Ya no vale limitarse a Twitter y a Facebook. Hay que tener claro lo que es un periodista, saber lo que es información y lo que no, pero también hay que estar en los canales por donde se mueven las personas, que al fin y al cabo son los que van a consumir esa información. Hacer caso omiso de los fenómenos que se producen es comprar papeletas para el olvido, instalarse en el ático de la irrelevancia.

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Apartarse del nuevo mundo y querer barrer para lo que se conoce y se controla puede servir como parche o tirita durante un tiempo limitado, pero solo denota una torpeza enorme. Como la de aquellos flamencólogos que decidieron cargar contra Rosalía sin darse cuenta de que ella sola ha roto fronteras y ha llevado a través de su música la cultura a un sitio preferencial en clave internacional. La historia está llena de casos en los que los reacios al progreso que sentaron cátedra, luego se tuvieron que callar y subir al barco con el rabo entre las piernas. En este momento, ignorar que a C.Tangana lo dejaron de querer cuando más falta le hacía o que Bad Bunny ha sacado disco nuevo, es querer pasar a pies juntillas por la actualidad, por insulsa que parezca. Informarse, aunque sea para desmontar, adquirir nuevos conocimientos o quien sabe si para disfrutar de gratas sorpresas.

Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
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