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Costaleros de San Antonio de Arahal, una cuadrilla con devoción desde la cuna

14 junio 2025
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Ángel López, con tan solo 11 años, quiso experimentar qué se sentía debajo de un paso
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Carmen González

Redactora de El Pespunte.
Periodista sevillana con más de 30 años de experiencia. Fundadora y CEO de AionSur durante 10 años. Especializada en reportajes agrícolas y sociales en la provincia de Sevilla.

Ángel López, un niño de 11 años de Arahal cumplió ayer un sueño: ser costalero en el paso de San Antonio de Padua. Pero no fue el único, la cuadrilla de costaleros y capataces de esta esta hermandad vive la devoción desde sus raíces, llevan a los más pequeños de la casa a todos los ensayos apenas saben andar y cada 13 de junio dan un paso adelante para asegurar una continuidad entre las trabajaderas o dirigiendo el paso. Son familias unidas por la devoción, intrínsecamente ligada a la tradición. Este año, en la salida de la procesión de gloria de este santo para el que su pueblo pide el patronazgo, los más pequeños de la casa han sido protagonistas bajo la atenta mirada de sus orgullosas familias.

La captura de imágenes más preciadas de los álbumes familiares se sucedían ayer junto al paso de San Antonio. Los hijos e hijas de la cuadrilla quieren a toda costa formar parte de una tradición que tira de ellos desde que empiezan a dar sus primeros pasos, incluso antes en brazos de sus madres. Ángel acabó, a las cuatro de la madrugada, en el almacén de la casa hermandad de San Antonio, dormido encima de un baúl, agotado de tantas emociones. Poco antes de esa hora, la cuadrilla había llegado a la ermita después de un recorrido grandioso por las calles de Arahal, acompañado en todo momento de muchos vecinos, algo habitual en esta procesión.

Costaleros: primera chicotá

Ángel dio su primera chicotá este viernes en la salida del paso y se reconocía su presencia detrás del faldón por unas zapatillas pequeñas situadas en la parte trasera, donde, según describen los mismos costaleros, está la “zambrana” un espacio que permite sentir las trabajaderas sin el peso que supone para un cuerpo tan pequeño. “Este año intentaba todo el tiempo cargar algo de peso”, dice José María Gamboa, uno de los costaleros de la cuadrilla que cuenta las historias de devoción que se vive en la Hermandad de San Antonio de Padua. Ángel es el hijo de Fran López, criado también desde pequeño en esta devoción y agarrado a la mano de su padre en más de una ocasión. Lo apodan, cariñosamente, con el sobrenombre del ‘tormenta’. 

“Llevamos una guardería alrededor” dice José María, donde los niños que la forman pertenecen a la misma familia porque los ven desde que nacen. Como ha ocurrido con Antonio Jesús Jiménez (12 años), hijo de Francisco Jiménez, primer capataz del paso, que tiene entre sus mejores recuerdos una foto en la que el pequeño, con poco más de un año, toca por primera vez el martillo cogido en sus brazos. 

Este viernes iba junto a él aprendiendo lo que consideran “un oficio”, aunque es difícil poner nombre a una actividad que va de corazón a corazón paterno, pasando por una sincera devoción a la imagen en la que toda la familia está implicada. Su otra hija más pequeña, Lola, acompañaba en la procesión con una varita. Siempre es cuestión de familia, debajo del paso va también Rafael Jiménez, y sus hijas Paula (7 años) y Marta (dos años), lo acompañan de la mano de su esposa viviendo la tradición del costal, por donde entra el conocimiento que tienen del mundo cofrade en su corta vida. La tradición no sólo pasa de padres a hijos, a veces, compromete también a los sobrinos, incluso hijos de amigos. Este año los más pequeños de la familia Jiménez cuentan ya con una foto en la que aparece también Javier (sobrino del capataz) junto al paso.

Cuatro toques de martillo

Uno de los momentos más especiales este año para el segundo capataz, Miguel Ángel Jiménez, ha sido cuando su hija Celia, en la calle Felipe Ramírez, ha tocado el martillo cuatro veces para seguidamente llamar a la cuadrilla. Con 12 años, la pequeña estuvo pendiente de su padre desde que el paso salía de la ermita, pasadas las 8 de la tarde. Iba con un grupo de amigas que la esperaban mientras, una y otra vez, reclamaba la atención de Miguel Ángel, en esos momentos pendiente del cambio que registra el paso una vez sale por la pequeña puerta del templo. Al instante la abrazó, sentir la compañía de la familia forma parte de su manera de saber que la devoción de San Antonio sobrevivirá en el tiempo.

 

Lo contado sigue en la misma línea con la familia de David López y sus tres hijos. El mediano, David, con tan solo tres años, acompañó el paso durante todo el recorrido, bajo la atenta mirada de la madre (que también cargaba a Cayetano con un año), del padre y del resto de la cuadrilla que lo cogía de la mano cuando a su progenitor le tocaba relevar a sus compañeros.

“Aguantó todo el recorrido sin rechistar, junto al padre o de la mano de algunos de nosotros. El padre nos cuenta que David es muy jartible, en su casa se pone una trona en la cabeza y costal para sus ensayos infantiles”, cuenta José María, interlocutor de El Pespunte con la plantilla de costaleros. El hijo mayor de David, criado también entre trabajaderas y ensayos de los costaleros paduanos, se llama Antonio, nombre heredado de una devoción muy familiar.

Trabajaderas compartidas

Cada año los más pequeños tienen más presencia y destacan porque no falta su presencia  en el entorno del paso. Agarrado al brazo de su padre y al travesaño delantero, tapado por el faldón, va Mateo (9 años), hijo de Miguel Ángel López (hermano de Fran López y tío de Ángel, niño con el que comienza esta historia). Es otro niño que ha vivido la tradición cofrade desde su nacimiento. El padre forma parte de la Junta de Gobierno de una de las hermandades de penitencia de Arahal, la de la Santa Caridad y Misericordia. Compartir devociones es también habitual entre la cuadrilla de costaleros, capataces y contraguías de la hermandad de San Antonio.

La mayor parte de los que forman parte de esta cuadrilla están en otras hermandades, y cada año se dan cita en la pequeña ermita unidos por el color marrón de la devoción paduana. Javier Rodríguez Caro, el que fuera durante años hermano mayor de las Hermandad Sacramental de la Esperanza, dice que cada año vuelve su espíritu «particular almonteño» y se mete un rato en la calle San Antonio debajo del paso. Pero este año ha sido para no olvidar, con un momento agridulce. Por un lado, no dejó de recordar a su amigo fallecido inesperadamente el pasado mes de diciembre, Juanma Brenes, y, por otro, ha sido la primera vez que llevaba de compañero bajo las trabajaderas a su hijo Andrés. De nuevo, tradición y devoción van de la mano.

De capataz a costalero

Así es como Nicolás Antequera pasa de guiar (es el capataz) cada Viernes Santo al Cristo de la Esperanza (la misma hermandad de Javier Rodríguez) a ser costalero de San Antonio cada 13 de junio. Este año ha vuelto a estar acompañado muy de cerca de su familia, junto a su mujer y sus dos hijos Nicolás (16 años) y Beltrán (10 años). El más mayor ya ha dado este año varias chicotás con San Antonio, paso que se ha convertido en escuela para costaleros. “Es una tradición que pasa de padres a hijos”, aseguran.

Y es lo que pasa también con Manuel Barrera, en la actualidad vecino de Sevilla, arahalense y paduano, siempre. Es capataz en el paso de la Virgen de las Angustias y San Juan Evangelista de la Hermandad Sacramental de la Esperanza. Cada 13 de junio tiene una cita ineludible en Arahal acompañado de su hijo que se llama también Manuel Barrera (15 años). El padre ha sido durante muchos años parte de la cuadrilla de costaleros de San Antonio. Y este viernes, ha dirigido como contraguía el paso paduano casi susurrando las órdenes a su hijo y compañeros que iban dentro, mientras Macarena, su otra hija, acompañaba a su madre siempre detrás de San Antonio. “Viene todos los años, este año ha sido el sustituto del contraguía del paso, Adrián, que ha faltado a causa de una operación. El hijo de Manuel lleva ya el veneno paduano dentro”, comentan.

Mientras Manuel vivió en Arahal, la cochera de su casa fue alojamiento para el armazón del paso de San Antonio, cerca de su casa se realizaban los ensayos. La devoción paduana es para él un compromiso de vida que ahora transmite a sus progenitores. “Paduanos de cuerpos pequeños y corazones gigantes, llenos de cariño al Santo Bendito. Almas limpias que continuarán la senda marcada por sus padres. ¿Hay algo más grande?”, así lo describe Barrera, contraguía y costalero. Juanma Ramírez, el otro contraguía, también llevaba pegado al andar del paso a su hijo Mario  (17 años) y Valentina (14 años).

San Antonio, el día más importante del año

Igual pasa con Julio Illanes, costalero de la misma cuadrilla, que tiene en el frigorífico de su casa un cartel recordatorio de la celebración de San Antonio colgado por su hija, Julia. El cartel dice: “13 de junio/ San Antonio, ¡Viva el patrón!”. Para Julia es “el mejor día del año” y lo disfruta acompañando el paso durante todo el recorrido.

En la cuadrilla de costalero nadie se queda atrás. Este año, Germán (10 años), uno de los tres hijos de Álvaro Galán, estaba convaleciente de un esguince que sufrió en el colegio y no podía acompañar el paso. El mismo día de la salida, le han conseguido un carrito para que su madre pudiera llevarlo detrás junto a Cayetano (el segundo, con 13 años). Y Álvaro de 16 años ya se ha estrenado como costalero en Arahal, este es el segundo año que acompaña al padre bajo las trabajaderas. “Hemos tenido ese honor”, añade José María Gamboa. “Ha sido también costalero almonteño”, apunta su padre.

Los más pequeños de las familias son el futuro. Y su compromiso con la Hermandad de San Antonio queda claro cuando aún son bebés y les cuelgan la medalla del santo franciscano. Este año, del medio centenar de nuevos hermanos, más de la mitad eran infantes. En la puerta de la ermita, esperando la salida del paso, estaba en brazos de su abuelo, Saúl, con un año y cinco meses y vestido de paduano, pertenece ya a una saga de costaleros, como su padre, Javier Trigueros, ‘Pichón’, apodo con el que se conoce a la familia. La foto de 2025 recoge la imagen del pequeño en brazos de su padre, con el costal en la mano.

Fotos para el recuerdo

Fotos que se suceden. Francisco Catalán junto a Andrés (9 años) y Pablo (6 años); Daniel Lobato con Alejandro (9 años) y Pablo (6 años); Marco Antonio Sánchez con Pablo (12 años) y Nicolás (8 años); o Julián, hijo de Johny Vera. Incluso hay niños que no necesitan que sus padres estén en la cuadrilla para ir pegados al faldón, las imágenes se suceden en redes subidas por sus mismos familiares. Como es el caso de Mario, un niño que se agarró a la pata izquierda del paso y se mantuvo bajo el faldón cuanto entraba en la calle San Antonio y los costaleros pasaron sobre la alfombra de sal que había preparado el grupo joven de la hermandad. “Sólo sabemos que se llama Mario, a esta hermandad se unen todos los niños”.

La tradición hace devoción con el paso de los años. Y cada salida suma bajas y altas debajo de las trabajaderas. Los protagonistas de los relevos son esos niños que de pequeños agarraban la mano de sus padres o de algún familiar, como es el caso este año de Daniel Suárez que acudía de pequeño a los ensayos con sus tíos, Marco y José Luis, o los hijos de Adrián Pastor, “Manuel ha entrado este año en la cuadrilla y Juan Antonio está en lista de espera”.

O Rubén, un niño de Arahal que ha realizado este año un especial recorrido junto a San Antonio. Enfermo y en tratamiento de quimioterapia, en un momento del recorrido se metió debajo del paso para hacerse una foto con los costaleros que quedará para su historia personal de devoción. Otro costalero, José Francisco Gamero, ha visto este año la procesión fuera de las trabajaderas para poder atender a su familia, sobre todo a Martín (dos años) porque su mujer ha dado luz recientemente a Julia, posiblemente el año que viene formará parte de la familia paduana. Cuentan que Martín, desde que escuchó por la mañana los primeros cohetes, no dejó de decir: ¡Viva San Antonio!

Y esta historia no sería posible sin las compañeras de vida que ocupan todos los adverbios de lugar acompañando a los costaleros (detrás, junto, al lado). Se trata de las mujeres que sienten como suya la devoción a San Antonio y conforman la retaguardia de esta tradición. Raquel, Gloria, Eva, Conso, Ana, Eli, Loli, Gema, Rosario, Alicia…”Para esta cuadrilla es algo natural que nuestros hijos estén alrededor de San Antonio. Tanto es así que hasta pedimos que fuese la banda juvenil de la Santa María Magdalena (Agrupación Musical) la que estuviera en la salida y los costaleros les regalamos el banderín. La devoción de San Antonio es desde la cuna”, termina diciendo José María Gamboa que empieza hoy, 14 de junio, su cuenta atrás para el próximo gran día de San Antonio. José María ha ido siempre arropado por su propia familia, sus hijas,  Ángela (17 años) y Julia (14 años) que ahora lo acompañan en la procesión con un cirio o una vara.

Otra historia

Esta historia, como ocurre a menudo, puede continuar. Porque ayer fueron muchos los pequeños que acompañaban el paso. La Agrupación Santa María Magdalena presumía con orgullo de los pequeños músicos que serán el futuro, la banda juvenil. Su director, David Rodríguez, era digno ejemplo de la continuación de la tradición musical. En una foto de la galería pueden verlo acompañado de su mujer y de su pequeño, vestido de músico. «Va a ser difícil que no salga músico, tiene en casa todos los instrumentos que existen», decía David a pie de paso, donde mostraba a su hijo la importancia de la devoción paduana, de la que son músicos honorarios.

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Carmen González 14 junio 2025

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