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Cortesía

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No pretendo abusar de la amabilidad del lector, pero ruego paciencia. Por el momento, ahí va una cita de Cortázar, extensa pero necesaria. Se trata de «Instrucciones para subir una escalera», páginas 23 y 24 de Historias de cronopios y de famas (Madrid, Alfaguara, 2014):

«Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso».

El otro día yo no debía tener presentes estas sabias recomendaciones de don Julio porque, mientras bajaba una escalera situada en plena calle, sufrí un traspié que me dejó tendido en el suelo. Fue en el último escalón, por suerte, si no el daño hubiera sido mucho mayor. A pesar de eso sufrí la dolorosa torcedura del tobillo derecho y un fuerte golpe en la rodilla de la misma pierna, por lo que tardé un poco en levantarme. Un grupo de personas que empezaba a subir la escalera en esos momentos ni siquiera me miró para mostrar algún tipo de empatía, no sé, preguntarme al menos cómo me encontraba. Nada. Reconozco que aquello me dolió casi más que la torcedura de tobillo. ¿Es esta realmente la sociedad que queremos? Lo dudo mucho, y sin embargo es la que hemos fabricado. Cuando en muchos colegios y hogares se han abandonado, por parecer trasnochados, gestos de respeto y de ayuda al prójimo considerados propios de épocas felizmente superadas —aquellas maneras comprendidas en las más elementales reglas de cortesía—, el resultado es este. ¿Qué hay de aquellos buenos días bien audibles que se daban al entrar en un espacio ocupado por otras personas? ¿Adónde han ido a parar costumbres como dejar el interior de la acera a la persona necesitada de más protección, dar las gracias al recibir algo o pedir las cosas por favor? Hoy día casi no se ven, y, sin embargo, aquellos que conservan estas prácticas advierten su beneficio en forma de agradecimiento por parte de los receptores de las mismas. Estas costumbres están basadas en tratar a los demás como te gustaría que te tratasen, algo tan sencillo como eso, aunque si usted ha llegado leyendo hasta aquí probablemente lo haya pensado antes y sea de los que dan los buenos días e intentan ayudar a las personas que se caen por esos engendros cortazarianos, de complicado tránsito, llamados escaleras.

 

Imagen: Vista de la rue Paul Albert, París (paristoric.com).

 

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