Con nocturnidad consciente y sin alevosía indiferente

En mitad de la noche, y ojalá fuera o fuese por la calor, mi obligada vigilia me hace perder, por momentos, la esperanza. A ratos dejo volar mi conciencia y entre duermes y velas voy fijando lo que me dicta mi can cerbero. Y a pesar de la hora, a pesar de la noche, los adoquines de la calle donde vivo, que no es lo mismo que decir mi calle, como tampoco es lo mismo el pueblo donde vivo que mi pueblo, ni tampoco decir la gente que mi gente, es evidente; los adoquines de la calle – decía – que deberían rumiar en soledad los dolores del trajín y la calor diarios, sin embargo, tampoco ellos encuentran reposo.
Me viene a la mente una frase de una obra que, si se me permite el consejo, recomiendo: Contra Toda Esperanza de Nadiezhda Mandelstam. “…Escapé de la catástrofe gracias a personas que no habían aprendido aún a ser indiferentes.” la frase, bella en sí misma, desvela un sufrimiento y una rabia contenidas por lo que pudo haber sido y no fue, ese adverbio temporal destruye con tres estocadas certeras la magia que la esperanza de la viuda del poeta Ösip Mandelstam pudo haber albergado. Lo que pudo haber sido y, para hundimiento de toda esperanza, la suya propia y la de millones de personas, no fue. Con una fuerza lírica emotiva y emocionante su prosa libera del dolor y de la rabia, dejando volar libre la conciencia con cada término, con cada nombre. Y así, esta gran dama de las letras y de la Vida, con una inquebantable fragilidad, ha decidido no ser indiferente, poque no hay vida que mereza ser tal si no es porque se vive sin indiferencia: sin indiferencia ante lo cruel, ante el dolor, ante la belleza, ante lo justo, en definitiva, ante lo humano y los humanos.
Y esta idea sobre la indiferencia surgió en cada resalto del empedrado adoquinado de la calle donde vivo, allí donde espero nunca habite el olvido. Y esos grises adoquines quizás reflejan la impotencia más que indiferencia de quien no hace nada por guardar viva la llama de la esperanza de una sociedad mejor, que es, ni más ni menos, una sociedad cada día más humana. Trataré de explicarme.
Buscando la subida del nazareno de nuestro pueblo, resuenan los ecos de una conversación que habla de dineros, de  sangre, de pelea, no con repulsión ni con ganas de vomitar, sino con estruendosa carcajada casi. Unos personajes que, tal que si fueran sacados de una novela de Dickens o de Zola, recrean, viven y afianzan ese mundo por debajo del mundo, esas sociedades que aparecen en la penumbra y que, paulatinamente, se van extendiendo por el mundo de la aparente luz. Jactancia, vanagloria y alarde fácil de lo obtenido, que no ganado. “gracias a” una pelea entre gallos. Y si toda pelea es sí misma salvaje, aquelle que sirva para extender lacras antihumanas, aún más. Porque lo humano es el combate, que exige reglas, dialéctica, igualdad, la pelea es zafiedad, cutrez, ausencia de honor. Somos indiferentes. Vivimos en la indiferencia.
Otros personajes encienden el aparatejo que, in illo tempore, también se utilizaba para hablar, y a todo trapo no corta el mar sino vuelva el velero tuneado, atronando y tronando con lo último en flamenkito del weno, obtenido gracias a una comedida y bien atendida colaboración entre internautas – estos sí que saben cómo tratar a la SGAE como merece semejante cueva -. Atila y sus hordas, imagino, harían similar ruido cuando a punto estuvieron de arrasar Roma. Tronío sin arte. Ruido, mucho ruido, que diría Sabina. Simple necedad, que dirían otros algo más engreidos. Somos indiferentes. Vivimos en la indiferencia.
Unos suben a las alturas y otros vuelven de una pasada por los infiernos, maldiciendo y blasfemando contra toda imagen presente o ausente, por la pérdida de no se sabe bien qué, imagino que harían referencia a la diosa Fortuna, sin saberlo o quizás sabiéndolo, por no haberles enviado un guiño para reventar la maquinita, esa dichosa maquinita cuyos más recónditos secretos ha sido capaz de desvelar el niñato ese que, encima, mira tú por donde, no tiene ni los dieciocho. Lo de menos es la edad, lo de más es lo de menos. Un mundo que pulula y aúlla por entre sombras y luces de neón, esperando sin desesperar a que la esperanza termine por desaparecer. Somos indiferentes. Vivimos en la indiferencia.
Por momentos me recuerdan a los personajes de la Trilogía de la Ocupación de Patrick Modiano. Peronajes crueles que gozan sin rumbo, amaaprados en la indiferencia general, y en la indiferencia de quienes, pudiendo y debiendo, ni hacen ni quieren.
Y peldaño a peldaño, bajan, bajan y bajan la escalera que los lleva, nos lleva, directo al corazón del averno que, paciente devora su esperanza, nuestra esperanza , y allí Mefisto acompañado por Vulcano nos ofrece un pacto: nuestra conciencia a cambio de una aparente tranquilidad. Tranquilo que a los tuyos no los pensamos tocar. Y así, taciturnos y con campechano disfraz de bohemios despreocupados, nos proponen brindar por la amistad ofreciendo, repleto, el triste cáliz de la indiferencia.
Y en este carnaval de indiferente indiferencia, va ahogándose nuestra humanidad como pueblo con futuro. 
Como humano no reniego de nada, incluso de mi parte de indiferencia. Aunque contra toda esperanza, no pierdo mi esperanza, y trato de zaherir mi aletargamiento con mi voz y con mi llanto, el llanto por lo que he ido perdiendo, cuando a ratos,  sostuve embelesado el cáliz de la indiferencia.
Porque la indiferecia ante lo inhumano, ante lo bárbaro, ante lo inculto, ante lo degradante, ante lo miserable y ruin, ante lo usurero, ante lo silencioso y lo cómplice… nos destruye como individuos, como sujetos libres, y como sociedad, como aspiración colectiva a hacer de este mundo que vivimos, que sentimos y que, incluso, padecemos, el modesto, imperfecto – pero perfectible –  paraíso que necesitamos.
Como optimista recalcitrante y obcecado,  no reniego de la senda de la diferencia, y me reclamo del espino airado que azuza, incluso con pasión no siempre contenida, mi mente y mi corazón. Porque mi corazón y mi razón exigen para mi vida y para la vida de los demás el compromiso con, en, desde y por la diferencia.
Porque mi esperanza me lleva a tratar de construir, con modestia, puentes de confianza, donde la indiferencia no tenga cabida, una veces porque soy yo quien le impido la entrada, otras porque eres tú, otras porque son él o ella, y otras porque, quizás, seremos – de una vez por todas – nosotros.
La noche me llevó a la palabra desde el adoquinado indiferente. La luz me devuelve a la palabra desde la necesidad comprometida y me vuelvo hacia la viuda del poeta Mandelstam para susurrarle, convencido: escaparemos de la catástrofe gracias a personas que no aprenderán a ser indiferentes.
 
En Osuna, a 18 de agosto de 2015
 
Manuel Martín Santillana
Concejal de IZQUIERDA UNIDA
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