Compañeras de viaje

Durante miles de años la mitad de la población ha estado dedicada casi exclusivamente a tareas relacionadas con la casa y el cuidado de los hijos, lo que ha supuesto el desaprovechamiento de su potencial profesional. Y no nos podemos permitir ese lujo. La sociedad necesita virólogas, arquitectas, ingenieras, médicas, profesiones para las que es necesaria una cualificación que hasta hace solo un par de generaciones estaba reservada a los hombres. El cambio va por países. No goza del mismo respeto y libertad la mujer en San Sebastián o en Sevilla que en una aldea hindú o sudanesa. El empoderamiento de la mujer corre disparejo y nunca estará consolidado de manera uniforme por todo el planeta porque depende de la educación de las personas. Pero avanza. De unos años a esta parte se ha afianzado notablemente en España. Las chicas de hoy poseen una mentalidad muy distinta a la de sus iguales de generaciones anteriores: para ellas sus libertades son ya derechos adquiridos.

Este movimiento ha traído consigo acontecimientos notables. Aunque sea una forma un poco simplista de expresarlo, puede decirse que la mujer se ha masculinizado y el hombre se ha feminizado. La primera ha adquirido roles tradicionalmente masculinos, notablemente en el cortejo sexual y en actividades deportivas, aventureras o exploratorias, y el segundo ha aprendido a expresar sus sentimientos, ha potenciado su empatía y ha descubierto el contacto afectivo con los hijos, trato este último inexistente hace pocos años, cuando el padre todavía era una persona adusta, severa y distante a la que se temía y casi se hablaba de usted.

Sin embargo, como en toda revolución, en la feminista han nacido extremismos que no ayudan precisamente a su consolidación. Uno de ellos es el uso del célebre lenguaje inclusivo. Se trata de uno más de los préstamos de la cultura donde surgió el movimiento —piénsese en la Declaración de Seneca Falls (1848)—, nacido y verbalizado en inglés, una lengua donde las diferencias de género apenas están marcadas y la empresa de «despatriarcalización» del lenguaje es mucho más sencilla. El uso del lenguaje inclusivo está justificado como forma de ayudar a la visualización de la mujer pero, en nuestra lengua, no deja de resultar chocante y contrario a la economía lingüística y debe usarse con sumo cuidado. Conscientes de la fealdad que lleva al español el uso de estas fórmulas, sus mismos defensores, al comprender que en dicho idioma el género no marcado es el masculino, intentan cambiar la orientación de dicha marca y pasarla al femenino. De esa manera, al comienzo de una reunión de mujeres y hombres, y descartado el uso de todos y todas, *todxs —impronunciable— y *todes, el moderador preguntaría ¿estamos todas? en vez de ¿estamos todos? Sigue resultando chocante pero parece preferible y uno puede acostumbrarse. El uso de fórmulas desdobladas y engendros léxicos como los mencionados más arriba resulta tan rechazable como necesaria está siendo la revolución feminista. Estaría bien distinguir lo necesario y justo de lo inútil, malsonante y antiestético. El machismo no va a desaparecer porque maltratemos el idioma de esa manera.

Otra de las cuestiones asociadas al movimiento feminista radical, fracción muy presente en los medios por lo llamativo de sus planteamientos pero afortunadamente minoritaria, es la criminalización del hombre. Sus integrantes parecen suponer que en el interior de cada uno se oculta un violador o un asesino esperando la ocasión  propicia para agredir a una mujer. La cuestión llega hasta tal punto que algunos se sienten en la obligación de pedir perdón por su sexo y desearían la existencia de un certificado de «buentratador» para poder presentarlo en caso necesario. Es algo demencial. La inmensa mayoría de los hombres cuida a las mujeres, incluso las mima, aunque siempre haya criminales que causan daño y hay que perseguir.

Cuando los avances feministas estén plenamente consolidados, esos grupos extremistas poseerán menos influencia y mujeres y hombres caminarán de la mano, en paz, hacia un progreso necesario. Todos debemos cooperar y educar a los niños con ejemplos de respeto, consideración y ternura. De ellos es el futuro.

 

Imagen: Fotografía de Fred W. McDarrah tomada en 1970 (vocesvisibles.com).

 

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Víctor Espuny

 

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