Como Andalucía se levante

No quería escribir este artículo. Lo más seguro es que no sea el momento, pero me hierve la sangre al comprobar que, una vez más, se nos da la espalda como tierra, que nos vuelven a agraviar, a tomar a pitorreo, a escupirnos en la boca. España vuelve a mirar a Cataluña, a barajar el seguir mimando al niño caprichoso de nuestra sagrada familia. Un delincuente copa las portadas de los telediarios, y claro, el PNV, decide sumarse al chantaje. Andoni Ortuzar y Carles Puigdemont dejan claro que son ellos los que tienen al país cogido de las pelotas. Vascos y catalanes, zipis y zapes. La traición se cobra mejor que la fidelidad. Ellos miran por su ombligo, piden para su gente, mientras Andalucía vuelve a estar arrinconada, en el vagón del silencio de un tren con palos en las ruedas. 

Se me vienen a la cabeza aquellos versos en los que Juan Carlos moldeaba la injusticia: “Me pregunto si para que te echen cuenta y no seguir siendo el culo de España/ basta solo con hablar otra lengua o hay que usar pasamontañas”. Tras ver como se premia a los nacionalismos desapegados y mezquinos, la lectura no puede ser otra que esa. Qué pasa, ¿esa es la única manera de que nos traten en igualdad? Qué pasa, ¿hay que amenazar con romper la cuerda de la estabilidad para que se nos de lo que nos merecemos? Andalucía también tiene historia, dialecto, sentimiento de pertenencia a un lugar distinto, el nuestro. Nos sentimos andaluces, tenemos pasado, tradición y costumbres. Somos igual o más país que unos y que otros, muchos más motivos para estar hartos. 

La comunidad con más españoles y nos tienen encallados en el mar de la turbulencia ajena, viendo cómo se les baila el agua a los que más piden y menos merecen, los que quieren independizarse, pero ponen la mano para cobrar los primeros. Somos el último reducto, el pilar que sostiene la estabilidad de la nación. Y no nos movemos por eso, porque somos distintos, porque en nuestro ADN va la generosidad y la humildad, la alegría y la paz. El andaluz es ese ser que es capaz de tener hambre y ofrecer el último cazo de puchero al que ha repetido para que no haya jaleo. El andaluz es el que sabe celebrar lo cotidiano, el que echa un puñao de más en la olla por si alguien se suma, el que vive en la calle y es el más elegante, aunque viva con lo puesto. Ahora bien, nunca quieran porfiar con nosotros, porque una vez rebasados los límites no habrá Undivé que los salve. 

 Tengan cuidado porque al seguir tachándonos de catetos, de tiraos y de analfabetos están jugando a prender unas brasas con las que se pueden quemar. Para una España realmente idiota seguimos siendo unos flojos, gañanes pobrecitos, ciudadanos anacrónicos que pasean muñecos, duermen siestas y beben como cosacos para paliar una existencia hueca. No se han enterado de nada, subestiman nuestro pueblo en base a un estereotipo apolillado y clasista. Gilipollas del calibre del tal Pablo Fernández que habla desde la superioridad moral de su piojosa cabellera, creyéndose más moderno por faltar por Twitter la manera de sentir y de vivir de todo un pueblo. Pues tengan cuidado, porque están a puntito de traspasar un límite del que luego se arrepentirán. Como salgamos en procesión, como nos unamos, España terminará de colapsar. Somos la piedra de toque, el muro de contención. 

Lee también

Se lo pedía Alejandro Rojas Marcos el otro día al presidente Juanma Moreno, y espero que tomase nota de verdad. Es el momento de decir que estamos aquí, de hacernos respetar, de enseñar la patita para que España deje de mirar hacia los desmanes del norte y empiece a valorar la lealtad del sur. Ese sur que también es patria. Una patria solidaria y libre, llena de gente que no pide amnistías, solo justicia e igualdad. Está llegando el día de que os enteréis de que los que nos comemos las letras también sabemos poner los puntos sobre las íes. Ha llegado el momento: andaluces, ¿nos levantamos?

Santi Gigliotti
Clic hacia arriba