Charca


Está muy gracioso lo del meme del éxito de la Tagliatella en San Valentín. El foro tuitero, a través del inabarcable talento humorístico que hay en este país, ha estigmatizado a los abonados a esta tradición de celebrar el amor en un italiano low cost, y los ha bautizado con la etiqueta de ‘charca’. El término charca, según he entendido, define el culto por lo cutre, la fascinación por las modas chabacanas, la devoción por los descuentos, las ofertas 2×1 y las marcas blancas. Ser un charca, por lo visto, es ser un borrego, un seguidista, un apóstol del quiero y no puedo, un pusilánime sin aspiraciones.
Un charca es la evolución contemporánea de lo que conoceríamos como cateto, alguien sin gusto, hortera, que no es que solo ande cortito de jurdeles, sino que además lo demuestra, y no tiene pudor en sacar pecho de su disfrute en la cadena de restaurante que le ofrece a un precio asequible cenar en un sitio que imita a los lugares elegantes que, o no se pueden permitir, o no están dispuestos a pagar. Creo que eso es una de las cosas que más molestan de este tipo de personas; que no sienten vergüenza de su tiesura, que no esconden el supuesto pecado de su vulgaridad.
A ver, que gilipollas no son, que ellos saben que no es original su elección, que no tiene nada de exclusivo cenar unos raviolis con salsa al pesto de bote, pero les da igual, porque no albergan la pretensión de lo selecto, y creo que ahí está la gran enseñanza de esta tribu: son capaces de ir ilusionados al lugar al que otros van un sábado de desavío porque están todos los sitios petados y no tienen reserva. Hacer especial lo corriente es una virtud muy valiosa, una habilidad muy compleja solo albergable por seres que han entendido, queriendo o sin querer, cuál es la verdadera receta de la vida. Y voy a más, en vez de la propia ternura clasista que a muchos les inunda, lo que debería suscitar es admiración.
Cómo de puro debe ser tu amor por alguien para anteponer la compañía al lugar, el apetito de los ojos al de la barriga. Cuando uno está queriendo, el hambre pasa a un segundo plano, quien lo probó lo sabe. Cómo de sincero y de genuino tiene que ser tu enamoramiento para sentirte singular en un sitio en el que eres uno más. Lo que sí me parecería charca sería el ser un acomplejado que deja de hacer lo que le apetece porque un amargado, que sigue la estela de otro amargado al que le copia la gracia, le ha colgado un sambenito. Se me ocurre que podríamos ahora cambiar los votos matrimoniales: en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en el Casa Ozama y en la Tagliatella. Y, como dice mi abuela: «Vamos a dejar a la gente ser feliz, coño ya». No hay nada más charca que un falso complejo de superioridad.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.