
LARGO DE PENSAR
Montilla, Córdoba. Periodista de los de antes, columnista del ahora. Escribo como tomo un buen vino: saboreando los matices.
Ya me lo decía mi padre. “A todo Cerdán le llega su San Martín”, o algo así. Resulta que los cerdos tienen su destino y que para todos ellos se cumple siempre el mismo día. El día en el que se celebra la festividad de un santo que era francés, porque, por lo que sea, es entonces cuando a las gentes les da por hacer matanza. Y los cochinos, que se dedican a esa fea costumbre de revolcarse por el barro —el fango, que diría el presidente— durante su perra vida, afrontan su último día de vida antes de pagar por sus pecados, que deben de ser algo más heavys que los del resto de los animales.
Así que todo llega. Todos acaban pagando por sus errores, según este aleccionador refrán de padre que quiere explicar a su hijo que todo vuelve, que la vida pone a cada uno en su sitio; y a Cerdán en Soto del Real. Porque el tal Santos —al que ya apenas conocen por Ferraz pasando de todopoderoso secretario de Organización a “esa persona de la que usted me habla”—, que ni siquiera llegaba a monaguillo, ya lleva cuatro nochecitas en el talego. Entre barrotes y desprecios. Entre hondas caladas del cigarro que Ábalos se fuma desde su casa con la sonrisa a medio deslizar y una chica a medio vestir. Entre acusaciones e investigaciones que cada vez lo cercan más. Entre lecciones de limpieza y noble actuación por parte de aquella formación del que él algún día fue el contramaestre.
Ahí está, entre largas horas de reflexión, de castigo por las “inventadas” de la fachosfera y los informes que no existían, de repulsión por parte de esos periodistas leales que firmaron un manifiesto en contra de aquellos otros que te acusaban sin pruebas y basándose en ínfulas del facherío patrio. Entre apretones de manos fríos y caras largas que lo miran como los abusones miran a los pringaos en el instituto. Entre conversaciones internas en las que uno discute con uno mismo: “¿Por qué lo hiciste Santos?”. Entre segundos interminables, minutos infinitos y horas eternas que uno no sabe en qué ocupar.
Quizás dedicándose al noble arte del onanismo pensando en “la Carlota que se enrolla que te cagas” o en “la Adriana, que está perfecta”; quizás pensando en aquel momento en el que se creyó más listo que nadie, en el que pensaba que no lo pillarían, en el que era el cabecilla en la sombra, en el que ponían “la mano en el fuego” por él, en el que era ese “socialista honrado” mano derecha del líder supremo, en el que Jordi Évole pedía que le pusieran una calle, en el que le pagaban con aplausos glamurosos sus arrastradas por Waterloo a los pies de Puigdemont.
Quizás en su última cena en La Moncloa junto a su esposa y al todopoderoso Pedro hace poco menos de un mes; quizás en los mamones aquellos que lo vanagloriaban y ahora lo repudian; quizás en los número uno que dicen no saber nada y que puede que sepan más de la cuenta; quizás en abrir la boca; quizás en mantenerla cerrada, vaya a ser que entren moscas. O Quizás en los días que faltan para el 11 de noviembre, que es cuando se celebra San Martín, a ver si entonces cae otro cerdo que ahora mismo parece instalado en la inmunidad perpetua, tanto como lo parecía él hace unos días.
