Celebrar el tiempo, descongelar los días
Qué rápido y qué lento pasa todo, qué contradictoria la agonía que afecta a uno y absuelve a otros y que luego cambia las tornas para confirmar que su injusticia es solo apariencia, ya que más tarde o más temprano acaba por visitar a cualquier hijo de vecina. Qué necesarias y qué oscuras nuestras ganas de disfrutar, qué complicado este examen sin un corrector que unifique los parámetros, sin un temario común, con unas notas tan bajas. Qué felices aquellas granadas con forma de uva que engullimos el 31 del pasado diciembre, qué indigestión más larga, qué borrachera tan traicionera, qué resaca tan lesiva. Ya no sé distinguir entre días, le he perdido la medida a los meses, las horas son campanazos en un oído que hace tiempo puso el piloto automático. A escasos días de que termine este ciclo al que llamamos año, la única duda que me asalta es si entrar en él con el pie derecho, dados los pésimos resultados que me dio el izquierdo el año pasado. O quizás lo mejor sea tomar las uvas más despacio, acostarse antes, beber menos. Sea lo que sea, hagamos lo que hagamos, después de este tiempo he llegado a la conclusión de que esto no acaba con un nuevo año, y no hablo de cepas ni de cepos, ni de números ni estadísticas, hablo del recuerdo y las vivencias. Esto ha sido una mácula en nuestro carácter que solo la lavadora del tiempo podrá decirnos si sale. Vendrá un enero que abrirá otra temporada más, con nuevos capítulos, con el spoiler de que la temible cuesta, tradicional tramo dramático, no será más que otra para la colección, después de la experiencia alpinista de este agonizante año. Nadie se libra, todo el mundo abandona -escalonadamente- este tenebroso valle bautizado como nueva normalidad con algún tatuaje.
Sin embargo, al contrario de lo que muchos piensan, yo sí creo que hemos salido más fuertes. Ahora bien, a menudo ocurre que el más fuerte es el más infeliz, egoísta e insensible, ya que su coraza ha sido construida con una pesadumbre que le impide volver a esa época blandengue en la que era feliz. La alegría aquella de los músculos sin tensionar, del porrazo y la sonrisa, la de celebrar aquello que no sabías que te pertenecía. Aun así, es una putada que siempre haya algo que haya merecido la pena vivir, sería ideal ser capaz de no sacar nada en positivo, pero desafortunadamente siempre hay un minúsculo porcentaje de vivencias que te empujan a pensar que sin haber olido tan de cerca la mierda no hubieras podido beber de aquel elixir al que llamamos plenitud. Siempre hay una razón que nos obliga a no acelerar del todo, un motivo que justifique el fango. Un momento, una frase, una mirada o una palabra que han merecido ser vividas y que anhelamos que se repitan. Pocos años han golpeado los cimientos de lo que conocíamos como este, pocos han traído tanta desolación, pero ninguno se va en balde. Quién nos iba a decir a nosotros que los besos después de las campanadas, nuestra habitual forma de celebrar el tiempo, iban a estar prohibidos un años después. Una vez escuché a alguien decir que de lo malo se aprende el doble.
Este año hemos andado descalzos por la calle de la incertidumbre, sorteado los atajos del destino, vuelto a los callejones del recuerdo donde le metíamos mano al presente. Hemos aprendido a valorar que lo que se escondía debajo de la falda de la rutina era la vida, sin más. Hemos echado de menos las noches y las bocas, las cervezas y las copas, nos hemos tapado con la manta del optimismo mientras nos lavábamos las manos con el veneno del pesimismo. Nos hemos levantado y nos hemos vuelto a caer. Hemos surfeado olas sin tabla, esperado a que abrieran los mares. Nos hemos atragantado con las noticias, aprendido a masticar almendras, conjeturado con datos ilusorios. Por hacer, hemos censurado gargantas, puesto trabas a las lenguas, hora a las calles, aforo a las mesas. Ya no cabía una silla más en el espacio de la alegría. Nos ha tocado enterrar gente, cerrar bares, vaciar gradas, desvalijar supermercados. Más de uno ha intentado ahorcarse con papel higiénico.
Pero aquí seguimos, pudiendo recordar a los que se fueron, esperando a vivir lo que nos queda. Todo es distinto, todo es diferente, pero ¿qué no lo es? Qué rápido y qué lento pasa todo cuando nos toca estrenar época, cuando tenemos que inaugurar la incertidumbre. Qué jodido disfrutar cuando otros lloran, tener que cerrar los ojos en un mundo triste. Qué bonito haber empezado, encontrar un sitio donde encontrarnos. Aquí seguimos, y aquí seguiré, esperándoles para reír y para llorar, con la aguja en la mano para seguir aprendiendo a pespuntar. Gracias a todos los que os habéis molestado en leerme este año, ya saben que aquí tienen su casa. Y que el 2020, reviente en paz.
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