
SEVILLA A TRAVÉS DEL TIEMPO
(Sevilla, 1992). Graduado en Sociología, escribe desde que tiene uso de razón, o incluso antes. Ha ejercido el periodismo en diversos medios de comunicación, como Sevilla Actualidad y Canal Sur Radio. Autor de la novela El Pez Globo, compagina la literatura con los hilos sobre Sevilla que realiza en Twitter/X, y que gozan de gran popularidad.
Aunque algunas fuentes datan su origen en 1929, según la documentación oficial, en aquella época había en el local una casa de tejidos y una tienda de perfumes. La historia propiamente dicha de esta taberna familiar de la calle Feria se remonta a 1936, cuando fue inaugurada por los hermanos Juan y José Vizcaíno. Juan era el abuelo del actual dueño, también de nombre Juan. A su muerte, el negocio fue heredado por Manolo, tío del actual propietario, quien regentó el negocio hasta su fallecimiento en 2006. Desde entonces, su sobrino Juan lleva las riendas de Casa Vizcaíno.
Así nos lo contó el propio Juan en El Pespunte: «Empezó con mi abuelo y su hermano, debió ser en el año treinta y seis. Mi abuelo que era de Manzanilla y más gente de los pueblos, pues emigraron a la ciudad, y montaron esto. Te digo el treinta y seis porque no tenemos papeles antes, entonces como fecha hemos puesto 1936, porque es el único documento que tenemos que podamos validar la fecha».
La aventura de Casa Vizcaíno empezó como un negocio de vinos a granel, por aquel entonces una actividad muy en auge en la zona y todavía vigente en otros bares cercanos. Dado que la andadura funcionó, los hermanos Vizcaíno siguieron adelante y dieron el salto a la taberna que todos conocemos hoy. Era aquella una Sevilla muy distinta a la actual, repleta de negocios locales y con un aire de pueblo grande que aún distaba mucho del turismo de masas y del efecto de la globalización en los negocios familiares. Tanto fue así, que el Vizcaíno no tardó mucho en convertirse en un símbolo del barrio y en un punto de encuentro entre vecinos y forasteros.

Esta taberna con tanto aroma a sevillanía está situada en el número 27 de calle Feria, da a la Plaza de los Carros y se enmarca entre la Capilla de Montesión y el Archivo de Protocolos Notariales de Sevilla. Unos enclaves históricos que escoltan a un establecimiento del casco antiguo sin parangón, situado en un lugar privilegiado y con un gran tránsito de público entre la Encarnación y la Alameda de Hércules. Pese a ello, Juan nos contó que el barrio y los locales que un día poblaron la calle Feria han variado mucho en las últimas dos décadas: «Ha cambiado en negocios, aquí había muchos negocios de telas, de muebles, hoy en día aquí más que nada lo que hay es tema de hostelería, luego a los vecinos sí es verdad que cada vez les cuesta más quedarse aquí, cada vez se están construyendo más pisos turísticos, y se nota. Se nota, porque el vecino de aquí, al fin y al cabo, se tiene que ir».
El Vizcaíno, como se le conoce en Sevilla, es un bar de los que habitan en el recuerdo de nuestra niñez, donde servir la Cruzcampo bien fresquita en vaso de tanque se eleva a la categoría de arte y a los parroquianos se les llama por su nombre. Es imposible no entrar cuando uno pasa por esa puerta siempre repleta de clientes y con tanto encanto. Preguntado por el carisma especial que transmite la taberna, Juan se muestra modesto al respecto: «Pues no sé decirte, somos un bar de barrio, de toda la vida aquí. Para mí, es igual que otro bar, pero igual eso hay que preguntárselo a la gente. Pero, ya te digo, se fundó en el año treinta y seis, ya son muchos años; hemos cambiado mucho, por ejemplo, a raíz del covid cambiamos mucho, pero en verdad seguimos manteniendo lo que es y lo que había: fachada, el estilo de negocio, todo sigue siendo más o menos como cuando empezó. Y han pasado años, eh».

Manolo, tío de Juan, adquirió de su padre y su tío la maestría de saber qué va a tomar el cliente con sólo verlo llegar, algo que sigue todavía impreso en la amabilidad y cercanía que aún se despacha en Casa Vizcaíno. Una buena costumbre que, por desgracia, cada vez es más inusual en Sevilla. Tal vez por ello, al entrar por las puertas de Casa Vizcaíno, uno parece estar en una prolongación de su salón, donde reencontrarse con amigos y tomarse una Cruzcampo tirada con la maestría de un tiralíneas son tradiciones inquebrantables.
El delantal blanco listo para la faena, la cuenta apuntada con tiza en la barra, las botellas de La Castellana y manzanilla alineadas sobre la vieja máquina registradora, un viejo reloj que no pierde la partida contra el tiempo, las cáscaras de avellanas junto al cuenquito y las baldosas verdes constituyen la idiosincrasia del Vizcaíno. Y que no falte, por supuesto, una buena conversación sobre el Betis, el Sevilla o de Semana Santa con los parroquianos, ante la indeleble pegatina de Curro de la Expo en la nevera y los retratos del Cristo de Montesión y la Virgen del Rosario que presiden el bar.

Curro, camarero retirado y emblema del Vizcaíno, nos lo contó en una de sus paradas en la taberna, a la que suele acudir con regularidad. Dependiente durante más de treinta años del Kilo, la tienda de tejidos situada en la esquina frente al bar, fue contratado por Juan cuando el negocio cerró y se quedó en paro. Sentarse con él es asistir a un desfile de saludos y abrazos fraternales, en los que queda patente el cariño que le guardan sus antiguos compañeros y clientes habituales: «Sí, porque además aquí hay gente muy cachonda, a la que le podías gastar bromas, te gastaban bromas. Hay anécdotas de jartarte de reír con ellos, de ponerle a lo mejor un botellín, vaciárselo y ponérselo con agua. ¿Para qué vas a pedir un botellín aquí en el Vizcaíno, illo? ¿Tú te crees que puedes pedir un botellín aquí en el Vizcaíno? Pero, ya te digo, aquí yo he echado muy buenos ratos, he criado muchas amistades, nos lo hemos pasado de puta madre con los clientes, porque, además, eso, yo aquí ya tengo como una familia. Me costó mucho trabajo adaptarme, porque ten en cuenta que venía del comercio y meterte en la hostelería, hostia. A mí me pedían tres cervezas y me temblaban las piernas y después lo máximo que eché fueron veintidós cervezas del tirón y todas iguales. Me hicieron hasta una foto. Y, ya te digo, aquí hay una gente muy cachonda y de bromas sanas».
El Vizcaíno es sinónimo de tomarse una Cruzcampo a cualquier hora del día, una copita de aguardiente, un moscatel, mistela o, por supuesto, un vermut con sifón, la especialidad de la casa. Para acompañarlo, nada como una tapa de arroz negro, mojama, o una siempre deliciosa ración de chicharrones. De la incorporación de comida, una novedad surgida a raíz de la pandemia, nos habló también Juan: «El covid nos afectó muchísimo, porque, quieras o no, nosotros vivimos del público y en la calle. Nosotros abrimos en la última fase, empezamos con un veinticinco por ciento de negocio, de aforo; así no podíamos vivir, había cuatro personas trabajando, entonces fue cuando tuvimos que meter comida y al principio costó que la gente se acostumbrara a que Vizcaíno tuviera comida, pero hoy en día la verdad es que gracias a la comida nos va muy bien. Cuando yo lo cogí, había dos personas trabajando con nosotros y ahora mismo hay seis, quiere decir eso que ha crecido. Lo que pasa, ya te digo, con un veinticinco por ciento de aforo, era imposible mantenerlo».

La plaza de los Carros, que hoy se llama de Montesión, ha sido testigo silencioso de la evolución de este ensanche de la calle Feria, convertido hoy en uno de los lugares con más encanto de la zona y ruta de paso también de numerosas cofradías en sus respectivas estaciones de penitencia. Como en una simbiosis perfecta, en sus alrededores se pone el Jueves, el mercadillo más antiguo de Europa, donde es posible conseguir un libro incunable y luego hacer un alto en el camino, cerveza en mano. Dos símbolos de la calle Feria, que se han retroalimentado con el paso del tiempo para afianzar la identidad de un barrio que no pierde ni un ápice de su historia.
Y, sí, el del sombrero es Éric Cantona, el mítico jugador francés del Manchester United. ¿O es su doble?

El progreso sin una historia en la que apoyarse está cojo, y eso lo tienen muy claro en Casa Vizcaíno, pues la taberna dispone de una cuenta de Instagram muy activa, divertida y actualizada diariamente, donde se comparten fotos de un bar que no sucumbe al paso del tiempo. En referencia a si eso ha atraído a gente joven, el dueño nos comenta: «De eso se encarga Juan. Hace poco lo presentamos y es el que se ha encargado, desde el covid, que tuvimos una conversación y empezamos con una idea, un proyecto, un vamos a ver qué pasa y eso, hasta hoy, que Juan es el que lo mueve todo y lo dejamos todo en manos de él. Y, claro, ha tenido mucho que ver (con atraer a un público más joven), era una cosa que nosotros ni nos planteábamos, entrar en redes sociales, Instagram, lo que mueve Juan en Instagram; pero, la verdad es que sí, que ha sido un cambio brutal. Y, además, es muy bueno, mueve muy bien la página».
Dicen que el ingrediente básico de los clásicos es la atemporalidad. Y, quizás por ello, el Vizcaíno simbolice tan bien la vuelta de la gente a lo nuestro, a lo tradicional, a lo que hace única a esta ciudad. Un punto de encuentro de muchas generaciones, desde los más veteranos que iban con sus padres y hoy llegan junto a los hijos, a las nuevas generaciones, símbolo de ese futuro que Juan aguarda con tanta esperanza. «Aquí se junta gente mayor con gente joven, de mediana edad, todo. Y es que a la gente joven le gustan las tabernas, las bodegas así. Gracias a ellos, quieras o no, son el futuro. Y nosotros, ya te digo, tú pregunta a gente mayor, a gente de mediana edad, gente joven, y aquí para de todo, porque yo creo que la gente ha vuelto otra vez a las tabernas, a lo antiguo, a lo de verdad».
Casa Vizcaíno es el reducto temporal de una época y una ciudad, la válvula de escape a esa extraña dimensión donde la sevillanía se erige como una variable independiente con respecto al tiempo, el paisaje y el paisanaje. Un templo que, ojalá, siga deleitándonos con su buen hacer y mantenga las puertas abiertas por los siglos de los siglos. Y amén.
