Carta a una universitaria
Aún me veo con mis niños vaciando latas de Monster en las escaleras del búnker de derecho. Saliendo de noche de la biblioteca, apurando unas horas que me faltaban. Quien me iba a decir que aquellos días iban a constituir un recuerdo tan feliz que iba a suponer un antecedente imborrable en el expediente de mi corazón. Nunca he vuelto a estudiar con aquella intensidad, jamás he estado interesado por una nota. Tampoco les voy a engañar, aquello para mí era más una conjura colectiva, un trabajo en equipo tan individual que solo lo podía conseguir si estaba acompañado. Llegó un momento en que mi compromiso era más con aquellos con los que había hecho el camino y con los que me iba a ir después de vacaciones que con ninguna nota de corte. Muchas veces olvidar los objetivos serios y responsables nos ayuda a conseguirlos.
Me acuerdo de esos nervios compartidos la primera mañana, de la gente arribando al recinto, de los profesores más simpáticos que nunca, de los cigarros como brazos de culturista. De la salida, del lector de caras entre amigos, del sonido de las teclas de la calculadora en el metro cuando intentábamos hacer una aproximación de lo que podíamos sacar. La incertidumbre, ese paraje de dos direcciones, esperanza y pesimismo, soñadores o agoreros. Cada uno es como es, pero todos nos enfrentábamos a lo mismo. La situación iguala a los semejantes y da sentido a los siguientes escenarios.
Emborracharse está bien, cogérsela con un motivo de peso está mejor. Salir de fiesta está bien, ir de campaneo cuando sabes que ya has cumplido es otra cosa. Quedar con tus amigos temprano el día fijado y tener las botellas y la comida lista como el que valla la Plaza Nueva o la Puerta Jerez el día antes de una final. Y llegan mensajes de texto con las notas, y me cago en la puta que cosa más baja me ha salido, y no capullo, que tienes que multiplicar no sé qué por 0,2. Coño, entonces de locos. Abrazos, desfase, interrail, playa, coche, discoteca, DNI, comida, resaca, fiesta. Y todo se te olvida, no sé decirte tres personajes de Historia de una escalera, no me pidas que te haga un punto muerto.
Estoy de acuerdo con aquel mensaje trillado y pesado de “os estáis jugando el futuro”. Es cierto, te estás jugando los recuerdos, la posibilidad de sazonarlos luego, de romantizarlos. El futuro es la vida por descubrir, nunca sabemos cuando empieza ni cuando acaba. El futuro se vive, el futuro es siempre, ahora, nunca, mañana y pasado. Lo único que no es el futuro es ayer. Y ayer es tan orgulloso que no se puede hacer nada con él. El futuro es, como ha dejado escrito este año El Chapa, demostrarle a la vida que estás viva. Te lo dice alguien que todos los días sigue aprendiendo a vivir, ya ves. Deja que los días te quemen, conoce, curiosea, pregúntate cosas. Duda, juega, arriesga. Nunca es temprano para equivocarse, jamás es tarde para volver. Lo único eterno es lo que se vive.
Siempre habrá gente que intentará jugar el papel de voz de la conciencia, lo hacen porque te quieren, pero hazme caso, a esa gente hay que echarles la cuenta justa, sobre todo, a mí, que te cuento esto porque es la única manera que he encontrado de decirte lo que disfruté y lo que me gustaría que disfrutases. Cada existencia es diferente, por cada dos piernas existe un camino distinto. Yo no peleé una nota con el coraje y el esfuerzo con el que lo has hecho tú, yo no tenía objetivos tan ambiciosos, yo ni siquiera me presenté a la segunda optativa. Yo no entré en mi primera opción de la carrera, pero gracias a eso encontré a mis amigos de la facultad. De vez en cuando hay que coger el autobús de línea de la vida, irse hasta la parte de atrás y sentarse al lado de lo inesperado. Ese cabrón siempre lleva un altavoz con el tema del verano puesto. Hazlo tuyo, porque vendrá lo que tenga que venir, en tus manos está bailarlo.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.