Caridad, alfa y omega de la Cuaresma


Semana del Miércoles de Ceniza. Días de Quinario en San Andrés. Solemnidad de la liturgia y austeridad de la penitencia que viene. Reencuentro de hermanos y abrazos que vuelven a la sombra de la cúspide de cera azul. Cuaresma que se inicia con la mirada hacia el Cristo de la Caridad, que desde lo alto preside. Oraciones y cánticos que son desgarros en la memoria que cada año se anhela. Incienso y flores que embellecen tanto dolor y tanto amor en cada Eucaristía. Predicación sagrada como un dardo que brota para inflamar a los cofrades de túnicas negras y escudo de plata que se congregan a sus pies.
Él es el Siervo sufriente sostenido por el Padre, el elegido a quien preferir, según lo profetizó Isaías. El que no gritará, ni clamará, ni voceará por las calles. El que la caña cascada no la quebrará, ni el pabilo vacilante jamás apagará. El cordero inmolado por cumplir en su propia vida lo que dice su nombre: Caridad. Amor al prójimo desde el más cercano. Lejos, siempre, la injusticia y la indiferencia. Pan ázimo sostenido entre el blanco del sudario y el fondo rojo del cortinaje. Corazón entregado que derrama su sangre, que mana desde arriba a lo largo y ancho del templo. Pasión verdadera que se asoma por los huecos de sus manos y pies taladrados. La Madre y el Discípulo amado, a sus lados, acompañan con delicadeza el conjunto, compartiendo las penas y el dolor de entonces en Jerusalén endulzados por la luz de marzo en Sevilla. Llegamos al primer domingo de Cuaresma. Fiesta grande en Santa Marta.
Pasan las semanas. Último domingo de Cuaresma. Se va cerrando el círculo de la los cuarenta días cuando desciende a nuestra misma altura para llenarle de besos arrodillados. Labios junto a su imagen que pasan y otros labios que llegan. Esa carne fría calentada por tantos besos que en la fila se preparan mirando el último color de sus ojos, la sangre seca del costado o el dedo inerte que insistente nos llama. Están los lirios quietos, está el incienso que vuela, está la sábana que cuelga, está la luz que sueña. Es Cristo quien baja para recibir los besos, para acoger tantas miradas, para sellar el roce con su carne muerta de nuestra pobre carne viva que, a tientas, en la penumbra, su silueta feliz adivina. Hay promesas de sol y calles llenas en esta víspera inquieta del Lunes que poco a poco se acerca. El paso brilla renacido e impaciente, las insignias ya puestas, la plata bien limpia. San Andrés, abiertas de par en par sus puertas al río de la devoción sin barreras. Es Domingo de Pasión. Qué forma más bella ésta de vivir en nuestra casa la espera.

Bien desde lo alto del Quinario o en lo llano del Besapiés. Alzado entre cirios azules que abren el tiempo del ayuno y la ceniza o abajado sobre la sábana blanca para recibir los besos con que se cierra. Elevado por la belleza y grandeza de sus cultos como triunfo de una Pascua adelantada o arriado como una bandera derrotada que sabemos que pronto resucitará. Siempre Él. Un mismo amor para vivir, una misma fidelidad con que tejer los días, un mismo camino para seguir. Ya está de nuevo aquí la llamada de su nombre: Caridad, alfa y omega de la Cuaresma.
ANGOSTILLO
Marchena, 1967. Aficionado al periodismo, al arte y a la historia de nuestra tierra. En el mundo de las hermandades y la piedad popular desde hace muchos años. Lo que no se escribe, no queda.