Caraduras

Ser un caradura es ser un maleducado convencido. Para ser un caradura hay que tener la cara virgen de tortazos. Sé que en tiempos de Mr. Wonderful y libros de inteligencia emocional copando los estantes de “lo más vendido” en La Casa del Libro lo que voy a decir no está bien visto, pero un guantazo, ya sea dialéctico o físico, hay veces que sigue viniendo de perlas. Para ser un caradura nadie te ha tenido que parar los pies, los caraduras viven de la inseguridad y la pereza que les da a los demás frenarle sus licencias y sus salidas de tono. Los caraduras son seres que se piensan superiores, más listos que los demás. Son ese tipo de personas que cuando abren una caja nueva en el supermercado se colocan los primeros sin esperar a que se reubiquen los que estaban en la otra cola. Y si les dices algo, además se molestan y te enseñan exaltados las pocas cosas que llevan.

Un caradura es un experto en retorcer la realidad, su realidad, un equilibrista del raciocinio, un estrella Michelin de darle la vuelta a la tortilla francesa. Un caradura sabe tocar los huevos a la perfección, los tuyos y los suyos, tiene el malaje gabacho y la poca vergüenza de los españoles que quieren emular el arte gaditano y no son capaces de quedarse ni en el chispazo de Dani Rovira. El caradura siempre genera una risa nerviosa, tensa. Y lo peor es que le da igual, que la disfruta. Al caradura le gusta incomodar, sentirse superior, dar la nota. El caradura es el que iba al lado del fuerte del curso, el personajillo que iba detrás de sus grandes espaldas, el que generaba el conflicto y a la hora de la verdad desaparecía. Un experto en malmeter, en colgarse medallas que no le corresponden, en darse una importancia que él mismo sabe que no tiene.

El caradura tira la piedra y se amputa la mano si hace falta, es un camaleón de las relaciones. El caradura es una persona ideal para tomarte una copa, capaz de durante dos horas amenizarte la noche, rememorar con pompa la única anécdota que tenéis en común, ponerte de vuelta y media a gente que sabe que te cae mal e, incluso, interesarse por tu vida como si le fuera la suya en ello. El caradura es un interesado, no da puntada sin hilo, no da palmada sin beneficio. El caradura es un narcisista, y, por lo tanto, siempre piensa que te pastorea como quiere. El caradura vive de aparentar y de falsear.

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Yo respeto mucho al gremio de los influencers, además siempre defiendo que no se debe de generalizar nunca cuando se habla de un colectivo. Sin embargo, sí que pienso que una profesión tan respetable, noble y distinguida ha servido de refugio para muchos imbéciles y sinvergüenzas que por tener miles de followers se creen que están por encima del bien y del mal. Tontos que subieron vídeos haciendo el tonto a redes sociales y que, de la noche a la mañana, se dieron cuenta de que efectivamente son los cristianos ronaldos de los tontos. Y eso, vende. No hay nada más peligroso que un tonto con poder, y ya si además es un tonto caradura, apaga y vámonos. Borja DosNeuronas lo es.

Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
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