Capitán
Nunca olvidaré la primera muerte que lloré. Era mayo de selectividad, y me derrumbé cuando te fuiste, Loco. Latía caliente el veneno de mi sangre, corrían vivas las lágrimas del dolor por mis mejillas. Preso de un masoquismo infernal me puse aquello de “a morir que la muerte es un día”. Y canté mientras rechinaban los dientes. En plena calle. Luego me acordé de la risa escondida de tus versos y buceé entre ellos. Y se me salió el corazón. “Ah, y baja la basura”. Ya está, deja todo como está, las cuentas a cero, las persianas hasta arriba, el teléfono sonando. No guardes el último verso, que le quiero cambiar el final.
Te fuiste, Capitán, y me dejaste huérfano de todo, rico de tu obra. Miré esa foto que nos hicimos, tú no te acordarás. Yo era un niño que paseaba con su madre por la calle O’Donnell y te vi mirando un escaparate. Solo alguna niña me ha paralizado el cuerpo de esa manera. Eras tú, tenías que serlo, ese gorro con la bandera de Jamaica a juego con la bufanda solo lo podías llevar tú. Mi madre se dio cuenta de que algo pasaba y me preguntó. “Mamá, es Juan Carlos”. “¿Quién?”. “Juan Carlos Aragón”. Fue ella quien se acercó y te lo pidió. “Claro, coño”.
Han pasado cuatro años desde que te fuiste, Juan, pero mira tú que estando lejos lo cerquita que te siento, no es que te lleve conmigo, es que más no me cabe dentro. Eres la punta de la flecha de mi inspiración, la tinta de mi cabeza, el ángel caído que se sienta en mi hombro. Se quedan conmigo aquellos vagabundos que presumían de los otros jurdores, los que compran la vida profana, la que me enseñaste a vivir. Por el margen y pisando los charcos, buscando la verdad por direcciones prohibidas. Tranquilo, tu palabra sigue en la carretera, fuera de los libros, tostándose en el alquitrán, tajándose de noche. Deambulando en sentido contrario.
Jamás podré agradecerte que me dieses de beber de la litrona juguetona de lo prohibido, que abrieses el bar del pueblo y me dejaras sentarme en la reunión de la chusma. Eres un filósofo sin aula, un ladrón honorable, un pirata que mea sobre el mapa de la isla del tesoro. Y digo que eres, porque aún estás. Despertaste en mí la valentía de los que solo se temen a ellos mismos, abriste las ventanas del descampado de mi inocencia y montaste un botellón, graffiteaste los muros impolutos de mi adolescencia. Yo te seguí hacia esa utopía de los que luchan porque sus enemigos estén orgullosos de ellos, y empecé a cuestionara la duda, y me rebelé contra todo lo que encontré. Me enseñaste que a veces se acierta desobedeciendo, que también se puede soñar desde los rincones de pensar.
Desde entonces, busco arenas de otros costales, juego a dibujar una libertad que se me sale de los bordes, ensayo gateos por los umbrales de la gloria. Escribo, pero me da coraje escribir sabiendo que tú lo has hecho antes. Vomito carajotadas lo suficientemente buenas para que me gusten a mí. Y ya con eso me basta. Voy tirando, Juan, veintidós son los que tengo, y trato de recordar que dijiste que tú quisieras volver aquí, donde estoy yo ahora. Con la rebeldía a estrenar, con la mente más clara. Miro a la luna, y dejo que me acaricie el pelo, veo el cielo tan lejos que prefiero gritarle desde el tejado. Soy de tu banda, Capitán. Aquí te va este pespunte, lo lanzo al mar de lo eterno. Espero que no te cagues en mis muertos cuando veas que esta botella no lleva Ron, solo el mensaje de agradecimiento de alguien que te echa de menos. Me voy a bajar la basura.
Santi Gigliotti
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.