Leyendo ahora
Campanadas de moda

Campanadas de moda

La compra y venta online, a través del móvil u ordenador, se ha convertido en un modelo comercial que, entre otras ventajas,  permite aliviar el estrés que provocan  las prisas en los tiempos que corren. Con un par de clic aparece el escaparate y el género a elegir que recibes en tu casa sin desplazarte. 

Si bien me resisto, permítanme que lo diga, a seguir la pauta del hábito de compra, pues no soy partidario de alejarme del  tendero ni de tradicionales costumbres, tampoco de las casualidades que, en ocasiones, se dan a pie de mostrador. 

Les cuento una para la ocasión: 

«Es muy de su tierra, flamenco y del Betis. Tendrías que ver las pataítas que se da tu jefe por buleria». Oigo cómo le dice un cliente a una dependienta en la tienda que Álvaro Moreno tiene en el Centro Comercial Outlet en Viladecans (Barcelona). 

Sabemos que ante la tecnología nos plegamos a los avances modernos. Internet no solo muestra el volumen de éxito del empresario, también acerca el rostro virtual y deja al descubierto chispas graciosas  que lo aúpan al podium de la simpatía. 

A un metro de distancia observo que el cliente coge aire y continúa:

«…soy paisano suyo, de Osuna, y me encanta el estilo de la marca. Tu jefe, repite, es un avispado emprendedor que no para de inaugurar tiendas y recibir reconocimientos.  ¡Ah! de casta  le viene, su padre ya ejerció de tendero en el pueblo a principio de los 70». 

Por la mirilla del pasado veo una tienda en la Alameda, esquina Tía Mariquita (pueden corregirme) rotulada «Villar y Moreno». Entonces yo estrenaba juventud y descubría a Cupido en una esquina encalada.

La dependienta, sin perder el control ni la compostura profesional, asentía con una sonrisa condescendiente. Yo, desde mi ventajosa posición, permanecía absorto con la antena puesta. 

Ocurre que quién escribe esto tiene sesenta y ocho años. Si a esa cifra le restamos diecinueve, el resultado restante es el tiempo que hace que llegué, sin pelo de barba, a Cataluña. Y, créanme, los ojos de la memoria aún siguen prendados del barroco de la calle San Pedro. 

Según el poeta, cada encuentro casual es una cita. Doy fe de ello. La casualidad me citaba con el ayer más entrañable en la Osuna ya declarada «Conjunto Histórico y Artístico». ¡Qué de años! El bien patrimonial de la Villa Ducal, entonces, poco o nada se ofertaba y casi nadie se detenía a contemplar la Puerta del Sol o el mármol de Carrara que Mariano Téllez-Girón dejó a deber. Lejos quedaba la  posibilidad de que el ficticio Tyrion Lannister acudiera al reclamo de los sillares de Osuna. 

Antes de presentarme intenté ubicarlo en el árbol genealógico de alguna familia ursaonense. No lo conseguí. Aunque aprecié que el almanaque había cargado los mismos años a nuestras espaldas, parecíamos  coetáneos. Lo cierto es que nuestros pasos nunca se encontraron lejos del albero del Lejío.

La retahíla de loas al empresario continuaba. Al igual que yo haciéndome el longuis:

 «Es admirable el compromiso social y el perfil humano patente en las «tiendas con Alma». ¡Ah! y muy valiente…, tal es así, que ha hecho oídos sordos a estereotipos negativos que siempre persiguieron al pueblo de Osuna, allí tiene instalado el centro logístico principal generando empleo.» 

Un instante tardé en bajar al sótano de la memoria. Ahí guardo reminiscencias de un acomodado clasismo que suspendía en cuestiones solidarias. Privilegios y status de señoritos «amos de su pueblo» que exportaban la materia prima mientras rentabilizaban  su fortuna en Madrid.

Llegado a este punto, con la amabilidad del sol en invierno, me dispuse a saludarlo:

Lee también

«Bienvenido al club de fans, le digo. No solo es de mi gusto el estilo de Álvaro Moreno,  también vi la luz primera en un cabo de barrio que a la vía del tren sale en Osuna. Le  felicito. Empatizo con los paisanos que «fent país» (hacen país) en la distancia». 

Fue inevitable recorrer algunos pasajes del Régimen en un pueblo de jaramagos en los tejados y personajes populares que no quisieron serlo, ilusos ensoñadores, perdidos en el laberinto de la vida, que permanecen agrupados en el recuerdo. Más inevitable fue, por el tiempo de la evocación, eludir la mirada al horizonte que nunca se escurrió por la rendija del olvido. 

No recuerdo sueños aventureros con la almohada en la infancia. Había que irse. El chacachá del tren puso tierra de por medio con la desidia, el desapego e, incluso, con la mediocridad de volar bajo como las gallinas. Disminuir la valía o derrumbar la autoestima era una constante. Lo explico sin caer en la necedad de reclamar para mis paisanos un comportamiento exclusivo; la conducta anidaba en los terrones de la Campiña. 

Lo digo en pasado porque ya nada es igual. En Santo Domingo suenan campanadas de moda que anuncian un equilibrio a la hora de alinear los méritos y gustos en la misma dirección. 

¡Ya lo ven! La compra presencial no solo permite mirar y palpar la textura del género, también revivir lo vivido. Incluso nos ha permitido (algo exagerado) corregir el refranero  del Ilustre Rodríguez Marín: «Ser profeta en su tierra es posible».

Antonio Moreno Pérez


Imagen: Web Turismo de la Provincia de Sevilla

¿Qué te ha parecido?
Excited
0
Happy
0
In Love
0
Not Sure
0
Silly
0