Caballos en la feria

No han parado hasta reventarlo. Tras días enteros -y probablemente parte de las noches- llevando a gente de un lado a otro entre cantes y palmas y a 35 grados, el caballo no pudo más y cayó rendido en el asfalto de la Feria de abril de Sevilla. O en el albero. Y justo en ese momento, en el instante en el que el agotado animal apoya su cabeza en el suelo a la espera de la oscuridad y el descanso, los tipos que lo han explotado hasta dejarlo sin fuerzas intentan ponerlo en pie a patadas. Como lo oyen. O como lo leen. Así lo cuenta una noticia publicada en el periódico digital PÚBLICO (Madrid, 27/04/2023). Al final de esta noticia -con video incluido-, se informa también sobre un caballo que murió de agotamiento y deshidratación mientras tiraba de un carro.    

Algunas y algunos dirán que no, que algo así no sucede en ningún rincón del recinto ferial; otras y otros dirán que sí, que a patadas y mucho más. Desde hace casi veinte años he pisado pocas ferias, en ninguna he durado más de una hora, por lo que poco puedo hablar. Pero les quiero contar una historia que escuché hace unos años relatada en un programa de radio. Una parte la dedican a recibir llamadas de los y las oyentes contando anécdotas sobre el tema del día. Aquella mañana era sobre historias ocurridas en la feria. Y la cosa es que un radioyente llama y cuenta que pasando con los amigos una noche de feria uno del grupo desapareció, para volver a presentarse a las dos horas junto a un caballo. He comprado un caballo para mis niñas, decía el hombre con las riendas en la mano. Los demás no daban crédito. Según el narrador del suceso, todos iban bien de manzanilla, así que tras un esfuerzo por recobrar la cordura preguntaron al amigo varias veces dónde piensas meter al animal si tú vives en un piso de setenta metros cuadrados. Pero no daba respuesta. O sí, repitiendo una y otra vez he comprado un caballo para mis niñas. Los amigos insistiendo que eso no puede ser, y el hombre en sus trece. Y viendo que nadie aplaudía su decisión, dio media vuelta y salió de la feria en busca de sus niñas para sorprenderlas con tan grande regalo.

El final fue el esperado: el hombre llega con las primeras claras del día al portal del bloque de pisos, llama al telefonillo y baja cariño para ver lo que traigo, la mujer se asoma por la ventana y se echa las manos a la cabeza, las niñas -tras asomarse por otra ventana- corren escaleras abajo en busca del caballo, la madre gritando subid parriba y tú llévate ese bicho y cuando vuelvas ya hablaremos… Total: el caballo fue devuelto a la feria. Lo dejaron atado y solo donde las cuadras. Y el presentador del programa y sus colaboradores y colaboradoras jajajajaja. La llamada más divertida del día. Como colofón, minutos más tarde entra en directo el sujeto que vendió el caballo al padre de las niñas. Llevaba una copita de más, y se despertó al día siguiente con un fajo de billetes en el bolsillo y sin saber cómo había llegado a su poder. Un amigo le informó que la noche anterior vendió su caballo, y que con el dinero recibido pretendió comprar un puesto de buñuelos.

He escuchado esta historia en varias ocasiones, provocándome siempre algo muy lejano a la risa. Porque bajo esta divertida anécdota, bajo mi humilde opinión, no hay más que un claro ejemplo de cómo algunas pocas personas tratan a los caballos en la feria. Me pongo hasta las orejas de manzanilla o de otras bebidas, no presto la más mínima atención al cuidado que merece un animal que yo mismo y libremente he decidido tener bajo mi responsabilidad, lo utilizo nada más que para pasear mi cuerpo serrano por el perímetro ferial o para ganar un dinero trabajando, y cuando ya no lo necesito para mi disfrute y divertimento, o para ganar un jornal, lo dejo ahí mismo. Y algunos dirán que algo así no sucede en ningún rincón del recinto, y que como yo no sé lo que es vivir la feria ni entiendo de caballos, no sé de lo que hablo. Pero me cuesta creerles. Mucho. Probablemente ni ustedes lo creen cuando niegan lo que sabemos gracias a vídeos subidos a Internet por testigos de un maltrato animal. Maltrato que está muy lejos de desaparecer. Aunque ahora me pregunto, si no comenzaría a menguar (no debería suceder, jamás debería permitirse, no pienso en nadie en concreto, pero les confieso que así lo siento al terminar este escrito), si no comenzaría a disminuir, decimos, tras obligar a más de una persona a permanecer durante un día -y parte de su noche- de un lado a otro de la feria entre cantes y palmas. Arrastrada por un tipo o tipa con varias copas encima y la que lleva en la mano. Bajo una temperatura de unos 35 grados. Y cuando ya se sienta sin fuerzas, atarla a un poste de la feria. Media hora, no más, a la sombra. Pero la cuerda que sea corta. Tan corta como para ni siquiera permitirle poder apoyar la cabeza en el asfalto. O en el albero.

Lee también

Álvaro Jiménez Angulo

Clic hacia arriba