Bofetadas en la puerta de la ECU

Algunas y algunos que ya han cumplido los cuarenta recordarán el cuadro. Noche. Relojes que ya pasaron de las cuatro. Altavoces trabajando a destajo. Luces de colores. Gente en la pista de baile, o arrejuntada en la barra pidiendo su consumición, o bajando o subiendo por las escaleras de una planta a otra. Un poco más allá, en el oscuro de los reservados, algunas parejas. O no tan parejas, sino recién conocidos comenzando a conocerse. Y de pronto, a escasos metros, un tipo con un vaso de tubo en la mano alzaba la voz al tiempo que la barbilla y decía: <<Vamos pa la puerta. >>Y a partir de ese momento, comenzaba el espectáculo.

La de invierno. La puerta de aquella discoteca era la de la ECU de invierno. Aquel señor con su grueso chaquetón y su gorra y su puesto de chocolatinas, chicles y caramelos. El pub Padilla situado enfrente, para los que preferían algo más tranquilo aquella noche, a lo Jimi Hendrix o Janis Joplin. Un poco más abajo, para reponer fuerzas, La Bolera. Hamburguesas completas. Gofres bañados en chocolate y nata. Echar con los amigos una partida de futbolín o de billar antes de regresar a la discoteca. Y de regreso, ya acercándote a la susodicha puerta, podías encontrarlo algunas noches ahí, entre los coches aparcados. Me refiero al espectáculo. Dos tipos dándose de ostias. Una novia gritando. Y un corro de gente alrededor observando.

Ver en la pantalla de mi teléfono móvil al actor Will Smith golpeando a Chris Rock y recordar la puerta de la discoteca ECU, fue todo uno. Esa bofetada la he visto antes, me dije. Un hombre acercándose a otro a paso ligero, preparando el golpe, y descargar en cuanto lo tiene a mano. Ni te acerques ni mires a mi novia, cabrón. Y el otro quedaba en silencio. Tirado en la acera o sobre el capó de un coche. Ayudado por los amigos a ponerse en pie. O quizás no. Quizás el que tenía que ser ayudado era el novio. Pero eso era y es lo de menos. Lo importante era dar el paso. Mostrar ante el mundo que me parto la cara con quien sea y donde sea si alguien se atreve faltarme el respeto.

Van a seguir. Por mucho que hablen sobre el rechazo a la violencia los tertulianos y tertulianas de las radios y televisiones, y por mucho que escriban sobre machismo los y las profesionales de los periódicos, las ostias van a seguir. La próxima será en la puerta de alguna otra discoteca, o quizás en otro plató de televisión, o en otro lugar, pero estar por seguro que seguirá. Son muchos siglos educando a los niños para que en su adultez sean<<verdaderos hombres>>. Lo que el patriarcado machista entiende por <<verdaderos hombres>>. Niños educados para interpretar bien el papel asignado por nacer varón. Niños convertidos en actores nada más venir a este mundo y, según interpreten mejor o peor su papel de hombre protector y salvaguarda de la honra, el público –la sociedad– les aplaudirá o censurará.

Una nenaza. Una maricona. No cumplir como hombre las reglas y normas marcadas por el machismo ha conllevado y conlleva ser excluido y castigado por una sociedad en la que, si algún tipo le dice cuatro cosas a tu chica y no reaccionas, ¿qué pensará la gente de ti? Porque no basta con ser hombre, también hay que demostrarlo. Y una vez demostrado que lo eres con todas las letras, una vez repartidas las ostias, podrás volver al interior de la discoteca, o a sentarte en tu silla en una gala retransmitida por televisión, y si tienes un poco de paciencia y esperas unos minutos, tan sólo unos minutos, recibirás el aplauso con el que la sociedad te premia por cumplir debidamente tu papel. Aplauso por parte de un público compuesto por muchos hombres, y no pocas mujeres.

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Álvaro Jiménez Angulo

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