Arte cancelado
En los últimos años se ha desatado una polémica, interesada, como todas, sobre la conveniencia o inconveniencia de cancelar autores, no hablar de ellos, hacer como si no existieran. Es una señal más del acercamiento lento, pero en apariencia, y por desgracia, inexorable, de nuestras sociedades, supuestamente democráticas, a regímenes totalitarios, como los que existieron en Europa durante la primera mitad del siglo XX y hoy siguen vigentes en tantos países.
Adolf Hitler mandó organizar en 1937 en Múnich una exposición de obras de arte que él y sus seguidores denominaban producciones de arte degenerado. Entendían como tal cualquier expresión artística que se alejase de los cánones tradicionales, clásicos, y no estuviera encaminada a ensalzar al pueblo alemán, al Führer y al Estado. Con ese marbete se identificaban todas las corrientes artísticas no figurativas que habían eclosionado en las primeras décadas del siglo XX. Corrientes como el impresionismo, el fovismo, el surrealismo y, por supuesto, el cubismo y todo el expresionismo, de gran pujanza en Alemania, eran considerados arte degenerado. Los autores de los cuadros y las esculturas que se mostraron en esa exposición, que fue itinerante con el fin de concienciar a las masas, fueron perseguidos y algunos acabaron asesinados.
En la Unión Soviética, después de los años posteriores a la Revolución de Octubre —en los que hubo libertad de creación y nacieron corrientes fundamentales del arte moderno, como el suprematismo y el constructivismo—, Joseph Stalin y sus adláteres impusieron a partir de 1934, en el marco del Congreso de la Unión de Escritores de la URSS, el llamado realismo socialista, que obligaba a los artistas a olvidarse de todo lo subjetivo y a poner sus dotes artísticas al servicio del régimen. El artista debía expresar en obras bien inteligibles, completamente figurativas, por tanto, valores como el trabajo, el esfuerzo colectivo y la fortaleza de la agricultura y la industria soviéticas. Este estilo, tan anticuado en las formas, se extendió por todos los países gobernados por regímenes comunistas.
En la actualidad vivimos situaciones parecidas. Devienen de corrientes de pensamiento a menudo mayoritarias por lo fácil que resulta la manipulación de las conciencias por medio de las redes sociales. Asimilan el autor y la obra, los identifican, suponen que son indesligables, y se atribuyen la capacidad de juzgar la conducta de los demás, a los cuales imputan desviaciones de la norma establecida por testimonios de terceras personas, la mayoría de ellos indemostrables. Además, mientras más escandalosas sean las desviaciones de la norma, cada vez más puritana, mejor, mayor es el efecto de cancelación. Así, podemos excluir de nuestra lista de artistas favoritos a Michael Jackson, Pablo Neruda, Alice Munro, Woody Allen, Roman Polansky, Picasso, y, por qué no, ya puestos, a Miguel Delibes, Hemingway y todos los que han ido de caza alguna vez. «Se hace saber —proclaman en voz alta esos patéticos guardianes de la moralidad— que de ahora en lo sucesivo solo podrán ser conocidas y disfrutadas obras de artistas que jamás hayan hecho daño, siquiera ofendido de palabra, a un ser vivo, incluido, por supuesto, él mismo. Además, esas obras no podrán contravenir las corrientes de pensamiento basadas en lo transversal, lo ecológico, lo reciclable, lo fluido, lo empoderado, lo asertivo, lo resiliente, lo empático y, en general, lo conforme con todo lo que emane del Gran Líder».
Vamos a ver. Estamos hablando de obras de arte, y en su percepción por una persona distinta son completamente independientes de aquella que las ha creado. Imaginen un músico que sea sucio, huraño, irascible, insociable y borracho. Los ha habido a patadas, Beethoven, por ejemplo. ¿Debemos dejar por ello de disfrutar de sus obras? Hablamos de personas de carne y hueso, no de santos para poner en los altares. Búsquenme, por favor, una persona de conducta completamente intachable, que no tenga defectos, que no se haya saltado un semáforo. Los artistas no son distintos a nosotros, son de carne y hueso, y si alguno de ellos cometió un desliz en su juventud o cuando fuese, no por ello voy a dejar de admirar sus obras. Todos hemos cometido errores y la inmensa mayoría somos improductivos, al menos no somos capaces de crear obras singulares. Ellos son como nosotros, humanos, y además son capaces de crear obras únicas, poseedoras de belleza y transmisoras de emociones intensas, productos de su imaginación completamente desligados del mundo gris y monótono que vivimos todos los días. Solo por ello debemos reconsiderar esa tendencia, tan extendida, de cancelar ciertos autores y sus obras. No voy a privarme de disfrutar de un cuadro, una sinfonía, una película o una obra de teatro porque su autor, en sus tiempos, viviendo unos años y sintiendo unas presiones que nosotros ignoramos, en un contexto completamente distinto, inimaginable para quien no lo ha vivido, hiciera esto o lo otro. Su vida, su vida fue. Su obra, a menudo magnifica, es independiente, y ahí queda para nuestro disfrute.
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.