Aquí no paseamos pájaros

Iba sentado en un autobús  por Barcelona, cuando  un  joven entabló una conversación  con un colega por el móvil.  Un saleroso acento argentino  y  el tono elevado,  hizo  que participásemos de la charla casi todos.  Explicaba la experiencia  que estaba viviendo por aquí. 

De pronto dijo:  ” Pibe aprieta el orto o te cagarás  de  risa cuando te diga que  acá  pasean  a los pájaros”.  “Que si  boludo, créeme, en España pasean a los pájaros en jaulas por la calle…” Desconozco si el esfinter anal del amigo soportó la guasa; aquí  hubo quien se llevó  las manos a la entrepierna para no mearse.  

Reírse de su sombra no es patrimonio de todos. El desliz ornitológico  del argentino  provocó en otros  arañazos en el ombligo: “Ni esto es España ni los catalanes  paseamos pájaros…”  Se escuchó. Lo dijo en catalán: “Ni aixó es Espanya ni els catalans passeig ocells”. ¡Faltaría más! 

Se trataba del “Rufián” de turno. Un  modelo creciente de ciudadanos sectareos abrazados al manifiesto “Koiné” (el catalán como única lengua hasta en Teruel), tan rebuscado y hartible como  “Ian Gibson” con la causa de lorca.  

El visitante “acharado” apagó el celular.  En la mirada   noté la necesidad de saber, no solo  acerca de “pasear  pájaros”,  también de las  xenófobas cartas de presentación de quienes solo ríen ante el retrato  de Lluis Company.

 Ni me dedico al estudio  de las aves  ni a silvestrar  canarios  es mi hobby, pero me crié en Osuna y algo de pájaros sé… (Incluidos los alcaravanes).  

Es en el extrarradio barcelonés dónde se da vida a la costumbre de “pasear pájaros”. La afición o hobby no es exclusivo de los andaluces. Pero me quedo corto si nombro solo a diez  ursaonenses, casi todos jubilados,  que salen de sus casas  por la fresquita balanceando  un par de jaulas  hasta  un  parque del barrio.  

Las ramas de los árboles se convierten en percheros y escaparates para las docenas de jilgueros, canarios, verderones…. Es fundamental analizar la armonía de los trinos y el atractivo estético del plumaje para diferenciar, por ejemplo, al macho de la hembra,   así cómo para evaluar si tal o cuál pájaro reúne condiciones para concursos de canto y colorido. 

Un trozo de historia de quienes se embarcaron para sacar adelante a los suyos  lejos del sur. Andaluces que, como  consecuencia  del roce con el simpático caganet y el sabor de la calçotada,  ya no tienen el acento de origen a la orden del día  y  cargan con la sensación  de no ser ni de allí   ni de aquí.  De allí porque la referida integración en la lejanía conlleva un impuesto para el que no vuelve. De aquí  porque para algunos siempre hubo sequía de predisposición para aceptar, como cosa de todos, las costumbres sin barretinas.  

Sé de catalanes que guardan “como oro en paño”  la receta de una ardoria (salmorejo) y pegan  el culo a una silla para escuchar tres fandangos de Huelva.  Y no  son pocos los mentecatos  que aún  no concilian el sueño pensando en que los andaluces vinimos a comernos  el pan de payés. Es sorprendente la ligereza con la que se pretende infravalorar cualquier tradición asociándola a  malas prácticas  por tener otro estilo de vida. 

Generalizar no es correcto,  aunque en el ámbito político tengo dudas.

No recuerdo ni un solo líder catalán,  o de Iznájar,  que rehuyera hacerse la foto de rigor  con un catavinos y el sombrero cordobés en  “La Feria de Abril de Barcelona”, por ejemplo. Un invento de sentimientos andaluces ajenos a un soberanismo que andaba a gatas. Apiñados como los estorninos, acudían con el séquito a mostrar una  empatía tan seca como la mentira. 

Cuando contar historias de andaluces en Cataluña parecía ya finiquitado y asumido el rol: els altres catalans…” aparecen éstos  (en  España todavía) y matando.  El “hecho diferencial”  regresa. 

Una bandada de pájaros se han instalados en el Ayuntamiento de Barcelona para dar rienda suelta al sentido racial  del factor RH genético.   Les ha venido un subidón y con la recortada apuntan a las costumbres,  al pescaito frito  y los toldos a rayas de La Feria, endureciendo  requisitos y  poniendo zancadillas con  asuntos de idoneidad etc, etc… 

Para Ada Colau, “adalid de meonas y fornicadores en el metro”, el sentido común es un razonamiento sin vigencia,  hay que contemplar el incivismo  con total naturalidad. No asi la “seña de identidad andaluza” que  afea la ciudad y  no es un bien que se deba proteger. 

Aceptamos que a la señora alcaldesa y los suyos no se les apetezca  hacerse  un selfis entre faralaes  bajo el cielo catalán. Vale que el discurso trolero corresponde al guión: “Las costumbres y tradiciones andaluzas  también son de aquí,   vuestra cultura es nuestra cultura….”  Estamos curado de espanto. Y hasta vale que el vecino,  el President  Puigdemónt, declinase tomar un rebujito o una cañita fresquita.  Con educación pidió agua:  “Sisplau, del Montseny…. De Lanjarón no”.  ¡Ay gorrión!

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 Lo que no vale ni es de recibo, es  que  la vara de mando con vestido y  “pinta de olerle la almeja” se ponga a barrer los derechos  adquiridos  dando escobazos desafiantes:  ¿Por qué silbáis…?  Pues porque  el millón de andaluces en Cataluña  encuentran  su más viva esencia en la cultura de sus  costumbres y tradiciones… ¡Charran! 

Pronto será un delito ecológico coger espárragos en la montaña de Collserola. Cobrar impuestos a los andaluces por “pasear pájaros” está en estudio.  ¡Al loro!

“El pájaro de arriba ha de cagarse en el pájaro de abajo”.

¡Qué castigo! Como Sísifo, vuelta a empezar.  El andaluz en Cataluña está  condenado a cargar con la pesada piedra  por culpa de politicos  estúpidos. 

Llegó mi parada y me bajé del autobús.  No sin antes volver a escuchar: “Ni esto es España ni los catalanes paseamos pájaros…” 

Sí, es cierto. Tampoco es necesario. Los  pájaros de aquí son de cuenta y se la saben todas.

Antonio Moreno Pérez

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