Aquello que nos pasa por dentro

2011. Once de la noche. Osuna. Plaza de Salitre. Resguardó boca y nariz bajo la bufanda y apretó el paso sin mirar la temperatura marcada en el aparato con forma de cruz situado en la fachada de la farmacia. Cruzó una calle. Otra. Al llegar a su destino tocó en la puerta. Toc toc. Se abrió. Cruzó el zaguán. Entró en la sala. Ambiente relajado. Conversaciones. Risas. Bolsas de patatas y refrescos. Un juego de preguntas y respuestas sobre la mesa. Se quitó la bufanda y el abrigo. Miró a un lado y a otro. Un par de besos, unos apretones de mano. Le ofrecieron sitio para sentarse. Se sentó. Sacó un cigarro de la pitillera. Antes de encenderlo, uno de los jóvenes sentado enfrente lo miró y dijo en voz alta y clara mientras señalaba al compañero situado a su vera:<<Ayer mi primo se trajo aquí a la S…., se metieron en esa habitación, y se la chupó.>> Ellos rieron. Ellas rieron. Todos, sentados alrededor de la mesa, rieron. Todos conocían a la S…. desde la infancia. Con el cigarro aún sin encender, él también rió.

2019. Nueve de la noche. Sevilla. Puerta de Jerez. Salió de la heladería con una botella de agua helada y una tarrina sin lactosa. Se sentó en un banco. Tomó una cucharada. Otra. Echó mano a la mochila para sacar el teléfono móvil y leer por decimocuarta vez la noticia sobre el suicidio de una mujer, una empresa y un vídeo. Pero no. Miró a su alrededor. Parejas fotografiándose. Sonidos pregrabados de campana anunciando la llegada del tranvía. Ding dong. Bicicletas esquivando peatones. Guiris sentados en las terrazas. Coches de caballo camino de la Catedral. Puestos de pulseras y colgantes terminando de desmontarse. Tonos de un azul rosáceo ahí arriba, en el cielo, difuminándose en un oscuro. Todo igual que nueve años atrás. Quizás diez. Cuando estudiante. Miró la tarrina. La cuchara flotaba sobre un líquido de nata y turrón. Buscó la papelera más cercana. La encontró. Se puso en pie. Recordando las palabras de un escritor catalán colgó la mochila en su hombro izquierdo, y sonriendo se dirigió hacia la papelera situada en la puerta de una farmacia.

Si hasta la estructura de la materia cambia de forma pasando de sólido a líquido, y si lo calentáramos pasa a gas, a vapor, cómo no vas a poder cambiar tú de opinión… Dejo la tarrina en la papelera, la temperatura marca treinta grados, bebo un trago de agua. Sorteando guiris y bicicletas cojo camino hacia la estación de autobuses. Paso a paso, voy diciéndome que, antes de querer e intentar cambiar, primero debe darse la cara. Y antes que al mundo, a uno mismo. Colocarse frente a un espejo, o ante un folio en blanco, como es mi caso, y reconocer que reíamos las gracias de miserables canallas porque éramos igual de miserables y de canallas. Saberse miembro cómplice de un grupo, por aquella época, formado por hijos e hijas de puta (y mira que nuestras madres nada de culpa tienen) que violaron y despreciaron la intimidad de una persona ausente en la reunión. Y si más hubieran podido largar por sus bocas aquel tipo y su primo, más hubieran largado, y más risas masculinas y femeninas se hubieran oído en aquella sala. Pero no. Le hizo una felación, y punto. Nada más. Ahí quedó la cosa. Aunque, si S…. hubiera consentido ser grabada mientras realizaba dicha felación, y en el caso de haber llegado esa grabación a nuestros teléfonos móviles, ¿lo habríamos compartido de inmediato? Creo saber la respuesta. Detengo el paso. Necesito otro trago de agua.

Diez y cuarto de la noche. Campo. Una autovía. Tras el cristal, los bloques de edificios pasan a ser polígonos industriales. Todo rastro de rosa ha desaparecido en el cielo. La ciudad va quedando atrás. De la mochila saco el libro que me acompaña estos días. Leo una de las cientos de frases subrayadas. Lo verdaderamente importante, es aquello que nos pasa por dentro. Mil gracias, señor Eduard Punset.

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Álvaro Jiménez Angulo

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