Aquellas visitas al dentista


Es un hecho que los humanos cada vez vivimos más tiempo. El número de nonagenarios y centenarios es cada vez mayor; todos conocemos alguien que tiene esa edad. Esta realidad contiene múltiples derivadas. Las económicas, siempre preferentes en las preocupaciones de las personas, están claras: el capítulo que el Estado dedica al cuidado de los mayores no va a parar de aumentar. Las pensiones cada vez van a ser pagadas durante más años y las enfermedades crónicas, que requieren un gasto continuo en fármacos, intervenciones quirúrgicas y asistencias de todo tipo, cada vez van a ser tratadas durante más tiempo. Muchos tipos de cánceres han dejado de ser mortales y se han convertido en enfermedades crónicas. Una vez superada la fase crítica, el paciente ya no tiene que ser operado o someterse a debilitantes ciclos de quimioterapia, pero sí a analíticas y pruebas radiológicas periódicas, algo liviano, en comparación, aunque oneroso, en cualquier caso. Hay una derivada del hecho de la longevidad que me interesa más hoy: este envejecimiento generalizado produce una pervivencia mayor de hábitos antiguos. Los que están pendientes siempre de la política habrán adivinado ya que se espera un giro presumible hacia actitudes conservadoras, propias de la edad. Ciertas costumbres van a mantenerse más tiempo. Pienso, por ejemplo, en el uso de soportes tradicionales a la hora de ejercitar nuestros hábitos lectores. Este es el motivo que me trae hoy aquí.
La revolución tecnológica ha transformado radicalmente los procesos de distribución y recepción de la prensa. A pesar de lo dicho más arriba, cada vez son menos las personas que siguen leyendo periódicos en papel. Uno se suscribe, si puede, a uno o dos diarios digitales y esto le sale mucho más económico que comprar el periódico en el kiosco cada día. Se echan de menos esos diarios en papel a la hora de encender la chimenea, forrar cajones, envolver objetos o recortas noticias para llenar álbumes, pero en general se puede decir que se ha ganado, y los mayores, que son de todo menos tontos, se han dado cuenta. En los periódicos digitales uno puede además comentar las noticias y polemizar con otros lectores, interactuar con ellos. Es otro concepto de prensa: como en el resto de campos de la actividad humana, la digitalización ha traído cambios muy llamativos. Y ha habido damnificados. El número de kioscos dedicados a la venta de publicaciones en las ciudades ha bajado claramente. Muchos han sido reconvertidos para otras actividades comerciales y otros han cerrado. La COVID-19 trajo también otro cambio importante. Este pude ser reversible. Me refiero a la desaparición de las revistas de establecimientos como peluquerías y salas de espera de consultas de médicos. A los mayores nos gustan las revistas. Uno iba al dentista y pasaba un rato entretenido. Con ejemplares del Hola o el Semana, bien repasados ya por los familiares del odontólogo, te ponías al día. Sabías con quién andaba ahora Paquirrín, cómo era el bikini de ese año de Ana Obregón, qué aspecto tenía la nueva casa de Ira de Fürstenberg o con quien relacionaban últimamente a no sé qué playboy veneciano. Es cierto que eso se ve ahora en la televisión, en los programas de cotilleo, pero si uno no mira mucho la caja tonta tenía ese medio de enterarse de esas cuestiones, tan importantes para mantener conversaciones como saber el resultado de los partidos de la última jornada de liga. A uno le gusta charlar con los demás, de lo que sea. Luego estaba esa revista llamada Muy interesante, que venía a decirte, si estabas un poco vacío y falto de criterio, qué debía interesarte y por qué. Ahí encontrabas artículos de casi todos los campos del saber: siempre acertaban con algo. Lo mismo ocurría con revistas como La aventura de la historia, Historia y vida y similares, donde encontrabas seguro algún artículo sobre la Segunda Guerra Mundial, nuestra guerra incivil, el Egipto antiguo o la Roma imperial. Oías el sonido de los instrumentos de tortura de la silla del dentista, sí, pero los combatías viendo fotos de las novias de Julio Iglesias o enterándote de cómo y porqué Tánger dejó de ser la ciudad tan sugerente que era. Después de un par de horas uno salía de la consulta con el mentón dormido, pero habiendo aprendido cosas nuevas sobre la dinastía Ming o los padres de Camilo Sesto. Era enriquecedor. Ahora sales con el mentón dormido y el mismo cacao mental producido por las redes sociales de todos los días. Pero esta desaparición de las revistas puede ser reversible. Hago desde aquí un llamamiento a los dentistas, pedicuras y fisioterapeutas del mundo: por favor, vuelvan a comprar revistas para la consulta, que somos muchos los que las echamos de menos. Las de decoración y automóviles también valen.
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.