entre tu olvido y mi reencuentro.
Arranqué con la furia de mi boca
las blancas palomas de tu destino,
empapando mis labios de veneno.
Amé el callar de tus ojos cerrados,
murmurar de tus pechos descubiertos;
Tú mi tendencia a la credulidad
y estos dedos míos con desaciertos.
Siempre tú con tu indolencia consciente
y yo con mis diez cañones por verso.
Con nocturnidad de una despedida
mordí la flor de tus muslos abiertos.
En ti las palabras son más amargas:
“niño, no es esta noche de sonetos”.
Leve, olías a luna con luceros,
siempre yo a sangre y arrepentimiento.
Morí la muerte más dulce que existe
sin que ni siquiera eso fuera cierto,
ni tú con tu indolencia consciente,
ni yo con mis diez cañones por verso.
