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Columna Luis Rebolo

Apostasía y ferrocarriles

27 julio 2013
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El Pespunte

Periódico digital, joven, libre e independiente.
Fundado el 24 de noviembre de 2006 en Osuna (Sevilla).

Decía Juan Pablo II que la Iglesia está viviendo una apostasía silenciosa. Es cierto. Verdaderas masas de personas que al menos socialmente se consideraban creyentes están comenzando a marcharse para no volver. Y se van sin interlocución posible, sin dar portazo. No tienen rechazo, sino que les provoca indiferencia. No les importa lo que dejan dentro, así de sencillo. Pero, si no hubiéramos dicho que hablamos de la Iglesia, estas mismas expresiones podrían aplicarse a la vida política.

​Así es. Hay una verdadera apostasía de la gente decente, de los profesionales acreditados y solventes. Es verdad que hay crisis de vocaciones sacerdotales, pero no es menos cierto que existe una alarmante crisis de vocaciones a la “cosa pública”, en el sentido más lato del término: partidos políticos, asociaciones de vecinos, AMPA, plataformas sociales, ONG´s y otras muchas formas de asociacionismo de claro beneficio social, en definitiva. Ustedes se preguntarán por qué. En una ocasión me atreví a cuestionar más de la mitad de la lista presentada por el candidato a la Alcaldía de una ciudad española. «Pero, ¿no crees que Fulano es una arquitecto mucho más capaz de gestionar Urbanismo y que Mengano tiene tantos años de docencia universitaria que llevaría mejor la concejalía de Cultura?», le espeté. «Pues claro que sí –me dijo–, pero cuando he ido a proponerles que se sumen a este proyecto político todos me dijeron que no, ¿o acaso piensas que a mí no se me ocurrieron antes que a ti?».

​Pude comprobarlo personalmente. Al hablar con aquellas personas que, en mi opinión, podrían prestar un servicio tan valioso, me contestaron lo mismo: se negaban a participar en plenos llenos de acusaciones verbalmente agresivas; se negaban a emplear la crispación como instrumento dialéctico; se negaban a ser, junto con sus familiares, el objetivo de los insultos groseros y de las acusaciones infundadas de los radicalizados; se negaban a que sus verdaderos intereses de servicio público fuesen cuestionados permanentemente… «Yo soy una persona de orden, yo no quiero esto en mi casa», terminaban diciendo. Tuve que darle la razón a aquel candidato a la Alcaldía, quien sentenció nuestra conversación diciendo: «Pues si no quieren presentarse los buenos, tendremos que hacer política los malos».
​

No quisiera caer en lo tópicos recurrentes. Claro que hay mucha gente decente haciendo política, e incluso soportando con un verdadero espíritu militante el enorme desgaste de la vida pública. Es más, hay muchos políticos honrados que desean refundar la política. Pero, ¿saben cuál es el principal problema que encuentran? La apostasía de los capaces. Ya en 1918 lo advertía D. Ramón Pérez de Ayala cuando decía en su libro Política y toros algo muy acendrado en el carácter hispánico: «El ciudadano español se conduce en política como espectador de toros». Y pensamos que esto es cierto no sólo porque aplicamos lo que Pérez de Ayala llamaba la «sanción momentánea» por la que cambiamos del silbido al aplauso en un desconcertante segundo, sino porque, desgraciadamente, en política somos meros espectadores que ven los toros desde la barrera. Una sociedad poco participativa en la res publica está condenada a padecer dictaduras de cuatro años. Por eso, desde estas líneas, quisiera contribuir a despertar la vocación política y el compromiso social de la gente preparada, honrada, capaz… y necesaria. Hace falta que deis un paso al frente para cubrir posiciones en la batalla que debe librar la sociedad para reconstruir la confianza en sus instituciones.
​

Estos días asistimos a un aluvión de noticias que nos aleccionan en este sentido. Por un lado, vemos el desmoronamiento de la credibilidad de nuestras instituciones: la trama de financiación ilegal de los partidos, desgraciadamente más extendida y cotidiana que los casos Filesa, Gürtel o Bárcenas, ya de por sí vergonzantes; la extensión de la corrupción «desde el Cabo de Gata al de Finisterre», como cantaba Pepe da Rosa; la contratación a dedo y la jubilación a medida en las empresas públicas; el asedio a los jueces que ponen contra las cuerdas los abusos de los poderosos; la creciente desafección hacia la Casa Real; el blanqueo de dinero en la Banca Vaticana, que salpica también la imagen de la Iglesia en España; el cierre de ONG´s y fundaciones íntegramente subvencionadas que servían para ganarse el pan de los directivos, no para socorrer la necesidad de los empobrecidos; la politización de la justicia; la manipulación de los medios públicos de comunicación…

Pero, por otro lado, vemos a la ciudadanía volcada sobre las vías de un tren que nunca llegará hasta Compostela. La misma ciudadanía que dio lecciones de civismo echándose entera a la calle contra los terroristas, la que limpió de chapapote el litoral Noroeste, la que gritó NO A LA GUERRA, la que saturó el 11-M los Bancos de Sangre y la que ahora presta los propios colchones de sus casas a las víctimas del accidente ferroviario en las vísperas de Santiago Apóstol. Una ciudadanía mayoritariamente responsable, profundamente democrática. Una ciudadanía que se aprieta el cinturón mientras que a otros les sale gratis robar y reírse de Hacienda. Una ciudadanía que palia con sus desvelos los efectos de la crisis en los hogares de sus familiares y vecinos. Una ciudadanía bien formada que trabaja con sueldos rebajados, en unas condiciones laborales cada vez más precarias, para sostener sus casas y levantar el país. La mejor MARCA ESPAÑA es nuestro pueblo.

​En definitiva, ante el descrédito institucional y político, emerge una mayoría social acogedora y respetuosa, solidaria y trabajadora, sensible hacia las víctimas, pacifista como pocos otros pueblos de la tierra pueden presumir de serlo, preocupada por el medio ambiente. Una mayoría social más grande que muchos de sus gobernantes. Ante ella, se sonrojan los extremistas que polarizan con odio, se avergüenzan de sus sueldos los que dicen que nos sirven, se quedan solos los violentos… Es de esta base social de donde cabe esperar lo mejor, de donde tienen que salir los mejores.

​No debemos sufrir la “apostasía de los capaces” porque ya no podemos permitirnos perder más trenes. Dentro de ellos, en cada vagón, viaja una sociedad madura que merece un tejido institucional creíble, saneado, honrado y respetuoso.

Luis Joaquín Rebolo González, presbítero

Doctor en Sagrada Teología

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El Pespunte 27 julio 2013

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