Amarás al prójimo como a ti mismo
Soy una de las personas que pese a que mi familia ha tenido una enseñanza religiosa y nos ha inculcado estos valores, eso sí dándonos libertad para elegir, no soy partidaria de la iglesia y hablo de la iglesia con minúscula porque no estoy de acuerdo, con la iglesia que ha creado el hombre. No estoy de acuerdo con los que proclaman y proclaman la vida de Jesús, lo que ha hecho por nosotros, y el amor del Padre, la misericordia, el amor al prójimo como a ti mismo (que poco nos queremos), y nuestros diez mandamientos, que pocos los recuerdan hoy día. Y luego no tienen el corazón suficiente para conceder una última voluntad.
Y este viaje cuesta mucho trabajo prepararlo, pero más aún cuando las imágenes de la Semana Santa que todos hemos jaleado y aplaudido y esperado durante esta semana, son un inconveniente para la despedida terrena a mi abuela, la despedida en nuestra iglesia, La Victoria, a la que pertenecemos desde siempre, y de la que ha salido ella muchos Viernes Santo de madrugada haciendo penitencia con su cruz tras ese Jesús de los hombres, tras ese Jesús que no ha subido solo las cuestas, que ha estado en compañía de la penitencia de Una Mujer, que ha sufrido mucho durante toda su vida, puesto que la penitencia no sólo la tenía los Viernes Santo, sino que ha tenido que luchar por su familia y digo familia porque no sólo tiró para delante con sus hijos, sino con una madre que los últimos 8 años de su vida estuvo en la cama, y que ella salía al alba a coser, para seguir cosiendo al ladito de una vela cuando se apagaba el sol, y así toda las madrugadas, con sus pespuntes (de los que han quedado en muchas telas y en muchas personas), para ganarse el pan de sus hijos, sin ayuda de su marido, quien falleció muy jovencito, sin poder ver crecer a sus hijos. Y con esta misma costura (y gran costurera que es ella) ha ido cortando sus penas y remendándolas con alegrías, abriendo las costuras a todo el que se le acercaba.
La penitencia la tenía ella, la sufrió ella toda su vida, y hasta la hora de su muerte, ya que hasta para decirle adiós nos han puesto pegas, (reconociendo por otro lado la ayuda que hemos tenido en otros aspectos, esas personas saben que me dirijo a ellos y si lo leen les doy las gracias de todo corazón, porque hicieron el paseo más llevadero, GRACIAS, a la Iglesia de San Agustín la que la acogía al ladito de Santa Rita, a la que de pequeña y acompañando a mi abuela se le rezaba y se le encendía velitas, y junto a los Pasos de Semana Santa que en esta Iglesia no han molestado para celebrar su despedida; y a aquellos que en lo burocrático nos han echado una mano), pero como decía en otro sitio han puesto el mayor de los inconvenientes, el negarles su despedida al ladito de ese Jesús tras el cual ha echado muchas horitas, porque como bien digo, con la “iglesia” hemos topado, porque con todo el jaleo de la Semana Santa la iglesia estaba revuelta, y no había un huequito para mi abuela…
Pero no es una crítica por este hecho en sí, porque en San Agustín se la despidió de una forma muy íntima y con mucho cariño, y como he dicho antes, bajo la mirada de Santa Rita, a la cual mi abuela tenía mucha devoción, y sigo diciéndolo no es una crítica en sí de la Iglesia, (la que construyó Jesús) sino con la iglesia que estamos creando, que está tocada por el hombre, crítica a las personas en sí, ¿qué cómo la iglesia, como representante de unos valores y unas creencias (y cuyos valores cristianos y creencias a mi me enseñaron), brillan por su ausencia en muchas ocasiones?, y ya no sólo por el incidente de mi abuela, que comprendo los posibles inconvenientes que se pudieron presentar en esos momentos, y que como buena cristiana, son disculpados (ya que el estado emocional que nos mueve está un poco distorsionado en estos momentos) pero ya no es sólo eso.
Nos movemos cristianamente en momentos puntuales, en momentos espléndidos y menos espléndidos, pero siempre en momentos conocidos públicamente, pero no tenemos esos valores, con nuestros vecinos, amigos, familia, y menos aún con desconocidos. Actuamos ante la multitud pero no pensamos en lo importante de nuestra mirada, y de la mirada del otro, de lo que podemos hacer sentir y sentimos, de lo que podemos ayudar y lo que realmente ayudamos, de lo que podríamos hacer y realmente hacemos… que esos valores que nos han inculcado y que nos han hecho persona, no los olvidemos como olvidamos los diez mandamientos, o la batalla de Trafalgar. Que mi abuela era un de las personas con más genio y orgullo que conozco, pero todo lo que estaba en su mano, estaba en manos de los demás y por ello y como siempre ocurre; sólo cuando es tarde es cuando nos damos cuenta (y me incluyo por ello en esta medio crítica) que, no dejemos pasar las oportunidades que nos presta la vida y que perdamos un poquito más el tiempo (que no es perderlos y ya me daréis la razón) con las pequeñas cosas, con los detalles, con pararnos a hablar aunque sea del tiempo que hace, el no estar todo el día de un lado a otro, sin prestar atención a los gestos, palabras, sentimientos de los que tenemos al lado, que además de conocer, aprender, disfrutar, sufrir y vivir, nos hace personas, y así podremos seguir uno de los valores más importante que me han inculcado en mi casa y en la Iglesia, el Respeto el “Amarás al prójimo como a Ti mismo”.
Vamos a querernos más, y vamos a respetar más que en eso a la iglesia (la de los hombres) le falta mucho por aprender. Y menos, mostrarnos públicamente poniéndonos la medalla y más pensar en nuestros pecados y darnos bien en el corazón como cuando vamos a misa, y decir por mi culpa por mi culpa y por mi gran culpa, y dar la vuelta y mirarse en el espejo, y pensar, que con un leve gesto podemos hacer felices a muchas personas y que no cuesta tanto, sólo hay que querer. Un beso y un abrazo, y a mi abuela, pues qué le voy a decir… GRACIAS.
Inmaculada Ostos
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